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Cuando uno llevo 35 años dedicados al cine en cuerpo y alma, desarrolla una capacidad especial para saber cuando está delante de algo especial, ante una de esas películas que marcan un año e incluso una época. El problema está cuando sabe o cree que debe estar ante una de esas películas pero algo en su interior no deja que despierte la admiración que correspondería. Licorice Pizza es una de esas teóricas grandes películas pero que en mi caso no he llegado a amar.

La respeto, eso sí, e incluso no le quito valor ni mucho menos. Entiendo su precisa puesta en escena, su valor y atrevimiento simplemente a la hora de existir. Admiro que Anderson sea capaz de crear escenas como el largo travelling corriendo del protagonista mientras de fondo se ve una retahíla de coches de los 70s y el mundo de los 70s recreado a la perfección. También admiro el atrevimiento a la hora de contar con desconocidos (en el mundo del cine) actores y además de huir del tópico de belleza que todo actor debe tener. Aquí no hay figuras de mármol delante de una cámara sino jóvenes con acné, grasa y ojeras. Pero dicho esto y podría decir más cosas positivas como el buen uso de las canciones, debo decir que a nivel emocional no he conseguido empatizar con el filme.

No se si el ser una película que deambula entre la ficción y lo biográfico o quizás el ser una película que transita entre la comedia y el drama de una manera muy particular, hacen que jamás llegue a entrar ni en su propuesta dramática, ni en la cómica, ni en la histórica ni en la ficticia. De hecho, algo similar me pasó en la hermana gemela de esta ‘Erase en Hollywood’ de Quentin Tarantino sólo que en aquella el dúo protagonista elevaba la obra a sitios que no llega esta y además, muchas de las set pieces creadas por el director poseían una fuerza que quintuplicaban escenas como el descenso marcha atrás en camión de ‘Licorice Pizza’.

En definitiva una película que sobre el papel debería haberme gustado mucho, pero no lo ha hecho, pero, quizás el problema de este desencuentro sea más mío que de Anderson.

Ni sexo ni violencia: no se pierdan lo último de Paul Thomas Anderson
Paul Thomas Anderson fabula una historia de amor californiana y setentera con la audacia narrativa y el escrúpulo estético que más lo caracterizan
Foto: ‘Licorice Pizza’.
‘Licorice Pizza’.
Una película larga, de las que ya no se conciben (133 minutos). Una factura analógica. Ni sexo ni efectos especiales. Tampoco violencia ni la más leve alusión a las cuestiones coyunturales. Una película sin política, ni reivindicaciones, ni activismo. Ni concesiones al abrevadero cultural. Acaso el único ‘escándalo’ consista en la manera en que pueda desenvolverse la relación sentimental de un adolescente con acné y una mujer de 25 años, pero tampoco en ese caso concreto la ‘comedia romántica’ de Paul Thomas Anderson aspira a suscitar controversias estériles ni debates generacionales. Cuestión de disfrutarla en su narrativa y su plasticidad. Y de ensimismarse en su ritmo, en sus curvas, en sus gags estratégicos.

Los hay explícitos, como la parodia de Sean Penn emulando a William Holden en la crisis de identidad sexagenaria (los clichés del actor que devoran a la persona, como Tarzán a Weissmüller). Y los hay implícitos, como el propio título de la película: ‘Licorice Pizza’ emula una broma que se traían Abbot y Costello cuando pretendían vender discos de vinilo haciéndolos pasar por pizzas de regaliz (‘licorice’, en inglés).

Tráiler de ‘Licorce Pizza’
Se le podría reprochar al filme la cursilería del desenlace —no procede destriparlo—, pero ni siquiera las objeciones sentimentaloides pueden tomarse en serio porque ‘Licorice Pizza’ se ríe de sí misma. Y de las peripecias de un chaval de 15 años —Cooper Hofmann, el hijo del difunto Philip Seymour Hoffman— cuyo talento para los negocios emergentes —de las camas de agua a las máquinas de ‘pinball’— se desempeña en paralelo a la torpeza de sus estrategias de seducción. Las observa con candor la mujer cortejada —Alana Haim— y las termina incorporando a las peripecias que reaniman la película con las prestaciones estelares de los actores secundarios. Si es que puede hablarse de secundarios cuando intervienen el carisma de Tom Waits o la testosterona de Bradley Cooper, a quien corresponde representar el papel real —y caricaturizado— de un amante ‘verdadero’ de Barbra Streisand.

Reputación de ‘fucker’
Jon Peters, se llamaba. Fue productor y peluquero. Y adquirió merecida reputación de ‘fucker’ en Los Ángeles de los años setenta. Y no es que la película de Anderson pretenda reconstruir puntillosamente unos u otros episodios históricos, pero sí describe una época y una sociedad que no conoció, y que, curiosamente, parece el reflejo de una memoria heredada —igual que Tarantino en ‘Érase una vez en Hollywood’—, de tal manera que ‘Licorice Pizza’ es un fresco pop que se relame en una nostalgia felizmente impostada. Y que se recrea en una suerte de fantasía californiana partiendo de la sugestión atmosférica de la banda sonora. No escoge Anderson la zona noble de Beverly Hills ni los destellos de Hollywood, sino la clase media y obrera del Valle de San Fernando en la ladera oculta de la montaña mágica. Una historia de amor cuyo escenario de fondo identifica la crisis petrolífera de 1973, la agonía política de Nixon y hasta el impacto pornográfico de ‘Garganta profunda’, pero lejos de cualquier aspiración sociológica, moralizante y editorializante. Cine es cine, diría P.T.A. revalidando el eslogan más famoso del entrenador serbio Vujadin Boskov (fútbol es fútbol).

Anderson cultiva un cine atípico y congrega una feligresía devota que se identifica en la sensibilidad y en la plástica

Anderson tiene una relación orgánica y hasta biológica con el cine. Y hasta con Hollywood. Lo demuestra la evidencia de que nació en el barrio de Studio City. Lo prueba la sensación de pertinencia a una cultura ‘clásica’ del cine que le permite explorarla con todas las libertades.

Se entiende así mejor la naturaleza de la fábula que imprime carácter a su película. Y la audacia con que sobrevive a las presiones de la industria contemporánea, quizá porque Paul Thomas Anderson —’Magnolia’, ‘Pozos de ambición’, ‘El hilo invisible’— ha cultivado un cine atípico y ha congregado una feligresía devota que se identifica en la sensibilidad y en la plástica. Es la posición de privilegio que le permite seguir rodando en celuloide. Y que le consiente sorprender al espectador lejos de todas las convenciones, tanto por el esfuerzo artesanal como por la inteligencia y el estupor estético que convierten una historia menor-de-amor en un acontecimiento cinematográfico. Procede ir al cine para abstraerse. Las tiranías domésticas —el móvil, las obligaciones familiares, el segundero— contradicen cualquier ejercicio de concentración. Es más, los verdaderos andersonianos deberían limitarse a ‘contemplar’ ‘Licorice Pizza’ en los dos únicos cines del territorio español —Phenomena Experience, de Barcelona, y Palafox, de Zaragoza— que la proyectan en la resolución de 70 mm.

CRÍTICA A 4K

Licorice Pizza comienza con un maravilloso y larguísimo plano secuencia que contiene todo el cine de Paul Thomas Anderson y, a la vez, toda la película que estamos a punto de ver. Nina Simone canta July Tree cuando los caminos de Alana y Gary se cruzan por primera vez, cuando Gary se enamora instantáneamente de Alana y la invita a salir y cuando Alana, que tiene veintimuchos años, se ríe de Gary, que no ha cumplido los 16.

Cooper Hoffman interpreta a Gary y ya desde esa primera secuencia es imposible no caer rendida a sus pies. Es un flechazo absoluto. Con su talento de niño actor, sus negocios de camas de agua, de máquinas de pinball, con su declaración a su hermano de ocho años: “He conocido a una chica y algún día me casaré con ella… Y tú serás mi padrino de boda”.

Es el hijo de Philip Seymour Hoffman y lleva a su padre en la cara, en cada gesto, en el talento que derrocha. Ella es la cantante Alana Haim. Ambos son debutantes y los perfectos Gary y Alana. Licorice Pizza es su historia de amor en El Valle (Los Ángeles) en los años 70, un escenario en el que Paul Thomas Anderson creció, que ya transitó en esa misma época en Boogie Nights y que recrea aquí entre la dulzura y la extravagancia: la crisis del petróleo en el año 73, novedosos restaurantes japoneses, pruebas de casting, estrellas de Hollywood en los locales icónicos de la noche angelina, el recuerdo de Grace Kelly, aspirantes a alcalde que esconden que son homosexuales…

Un Bradley Cooper enloquecido, con el pelo cardado y pantalones de campana borda al excéntrico Jon Peters, el peluquero de Barbra Streisand reconvertido en productor de Ha nacido una estrella, Sean Penn sobrevuela motorizado una hoguera y Tom Waits interpreta el que probablemente sea el mejor papel de su carrera cinematográfica, un director de cine mudo caído en el olvido que se bebe las penas en un restaurante de viejas glorias de Hollywood.

La película oscila como su imprescindible banda sonora entre lo eléctrico de estos personajes y situaciones, una energía muy propia de los años 70 y del primer amor, y la placidez de una siesta en pareja, más acorde con el peculiar ritmo de enamoramiento de sus protagonistas o de películas anteriores de Paul Thomas Anderson como Embriagado de amor. Pero Licorice Pizza escribe con su propia caligrafía el romance de sus protagonistas: es una historia sobre todo lo que pasa hasta que Gary y Alana se enamoran, de los camiones a conducir sin gasolina y marcha atrás, los negocios arruinados, los anuncios por la radio, las carreras hasta encontrarse en el punto justo.

Licorice Pizza es el reverso luminoso de El hilo invisible en la medida en la que enamorarse en esta película es algo bello, sin dobleces, feliz, como el propio filme, tan alejado de los personajes torturados de The Master o Pozos de ambición. De alguna manera, también recuerda a American Graffiti o a las películas más deshilvanadas de Richard Linklater en su forma deliciosa, líquida, tan inaprensible, en la que el tiempo fluye como en la vida.

El productor de ‘El silencio de los corderos’, la cantante de Haim y el hijo de Seymour-Hoffman: así se gestó ‘Licorice Pizza’

A Paul Thomas Anderson le gustaba mucho Miss Rose. Miss Rose era su profesora de manualidades en primaria y le gustaba tanto porque le dejaba dibujar la montaña de Encuentros en la tercera fase en todas sus clases. Miss Rose dejó la enseñanza, se casó con Moti Haim y tuvo tres hijas, Este, Danielle y Alana, que años después montaron una banda llamada como ellas, Haim. Las canciones de este grupo llegaron a los oídos de Paul Thomas Anderson, musiquero declarado, y el cineasta quiso conocer a las hermanas. A través de unos amigos contactó con ellas y las invitó a cenar un día a su casa.

Las Haim estaban emocionadas. Habían crecido viendo las películas de PTA con su madre, que no desperdiciaba ninguna ocasión para confirmar que, ya en primaria, se adivinaba que el niño era un talento. Tal vez por eso mismo, las hermanas decidieron en el coche, camino de la casa del director, que no le iban a contar nada. ¿Qué probabilidades había de que guardase un buen recuerdo de su madre? Pero Este Haim, la hermana con fama de bocazas, lo contó todo nada más sentarse a la mesa.
Paul Thomas Anderson las dejó solas en el salón y al rato volvió con un dibujo de la montaña de Encuentros en la tercera fase que aún conservaba. Adoraba a su madre, así que aquella cena cobró un nuevo sentido. Inevitablemente, se hicieron amigos. Poco después, PTA dirigió un primer videoclip de la banda, Right Now (2017), y ocho colaboraciones después, el director le pasó un guion a Alana Haim, la pequeña de las tres. Se titulaba Licorice Pizza.

“Cuando Paul me dio el guion pensé que había sido todo un detalle que le hubiese puesto mi nombre a uno de los personajes”, nos cuenta por Zoom la pianista y vocalista de las Haim, cuya anterior experiencia en la interpretación se remontaba a una obra teatral en el instituto. “Ni se me ocurrió pensar que yo iba a interpretar el personaje. Me lo tuvo que explicar él y, claro, al instante dije que sí. Pero también al instante dije que era algo que nunca había hecho. Yo tenía muchísimas dudas de mis habilidades. Paul no tenía ninguna”.

Fotograma de ‘Licorice Pizza’
En Licorice Pizza, Alana interpreta a una veinteañera del Valle de San Fernando a principios de los 70. Está algo perdida en la vida y trabaja como asistente de un fotógrafo especializado en anuarios de instituto. Así es como conoce al fascinante Gary Valentine, un chico siete años menor que ella con una aplastante seguridad en sí mismo y en que Alana y él acabarán juntos. No en vano Licorice Pizza es su historia de amor, una historia que parte de una escena que PTA presenció hace años en un colegio, al ver a un alumno intentando ligar con una fotógrafa muchos años mayor.

Para interpretar a ese fenómeno de la naturaleza llamado Gary Valentine, al que Paul Thomas Anderson nos presenta repeinándose el flequillo en los baños del instituto, el director quería a un actor sin experiencia. “Muchos de los actores a los que hice una prueba eran demasiado perfectos, tenían algo artificial en su forma de actuar”, responde el director por teléfono. Alana Haim también recuerda a los posibles Gary: “Leí con muchos candidatos distintos pero no tenía conexión con ninguno de ellos. Esto me preocupaba porque sabía que, si no encontrábamos al Gary adecuado la película podía no hacerse”.

Entonces PTA pensó por primera vez en Cooper Hoffman, el hijo de su amigo y actor fetiche, Philip Seymour Hoffman, fallecido en 2014. Se daba la circunstancia además de que Alana Haim había sido su niñera mucho antes de que Licorice Pizza fuese una posibilidad.
La cantante se ríe al recordarlo: “Paul estaba montando El hilo invisible y nosotras, como siempre, le habíamos encargado un videoclip por dos duros y de un día para otro. Fuimos a la sala de montaje y allí estaba Cooper, con 13 o 14 años, sentado en una silla gigante que le hacía parecer muy pequeño. Paul tenía que hacer un recado y nos pidió que llevásemos a Cooper a cenar porque tenía hambre. Se sentó tan tranquilo con tres veinteañeras, nada intimidado. Nos hizo mil preguntas e intentó pedir la comida por nosotras. Era Gary antes de que Paul ni siquiera pensase que Gary podía ser un personaje de una película”.

Paul Thomas Anderson en el rodaje de ‘El hilo invisible’
Cuando le preguntó a Alana si veía a Cooper como Gary, ella no tuvo ninguna duda: “Cooper me había impresionado tanto que cuando Paul me preguntó: ‘¿Y Cooper?’, sabía perfectamente a qué Cooper se estaba refiriendo. Dije que sí enseguida. Él era Gary”.

Paul Thomas Anderson escribió el personaje de Gary Valentine inspirándose en su amigo Gary Goetzman. Además de ser el productor de El silencio de los corderos o Band of Brothers, Goetzman tiene una biografía de lo más simpática. “Gary fue niño actor, puso en marcha un negocio de camas de agua y una tienda de pin-ball, tuvo una chaperona que era bailarina de burlesque…”, explica el director de este personaje fascinante que la tarde que se cruza con Alana por primera vez le dice a su hermano de ocho años: “He conocido a la chica con la que me voy a casar algún día. Y tú vas a ser el padrino de boda”.

Aunque Alana está convencida de que Gary se olvidará de ella cuando cumpla los 17, él la convence para que le lleve a Nueva York, donde va a promocionar Under One Roof, una película de niños actores bajo el ala de Lucille Doolittle, una suerte de Lucille Ball, con la que Goetzman trabajó en la vida real. Alana vuelve al Valle con un novio nuevo y no vuelve a ver a Gary hasta pasado un tiempo, cuando él ha cambiado la actuación por un flamante negocio de camas de agua.

Su historia es así. Está llena de idas y venidas, de malentendidos, de encuentros y desencuentros, pasando por la comisaría, abrazos, carreras, camiones sin gasolina, restaurantes japoneses, pruebas de casting y noches alocadas en un restaurante llamado Tail o’ the Cock. También de personajes excéntricos como el peluquero reconvertido en productor y amante de Barbra Streisand Jon Peters (Bradley Cooper), el actor inspirado en William Holden (Sean Penn) o Rex Blau, la leyenda olvidada del cine mudo a la que da vida Tom Waits.

“Sean Penn tuvo la genial idea de sugerir a Tom y me fastidia mucho no haber sido yo quien pensase en él –recuerda Paul Thomas Anderson–. Fue un regalo trabajar con él. Es un icono pero no es nada apabullante. Un hombre muy querido, muy creativo pero nada intimidante. No te hace sentir su poder”.
Mientras seguimos a Gary y Alana en sus andanzas por el Valle de San Fernando, la zona de Los Ángeles en la que PTA ha crecido, en la que aún vive y donde ha situado muchas de sus películas, es imposible no pensar en American Graffiti, una referencia que el director reconoce enseguida: “Es una película que he visto miles de veces. Cuando estaba escribiendo el guion no podía evitar pensar en ella como si fuese una prima de Licorice Pizza, intentando robar todo lo que podía de ella, de su textura, de lo que me hacía sentir. Creo que hay tres películas en las que me he inspirado: American Graffiti, Aquel excitante curso y Movida del 76. Linklater es un grandísimo director, muy inspirador. Sus películas son muy fluidas, muy libres. Parece que no tienen una estructura, aunque la tienen. Te da la impresión de que es todo improvisación”, explica.

Pero hay una película del propio PTA a la que también nos recuerda Licorice Pizza: “¿Podemos decir que Licorice Pizza es la cara B de El hilo invisible?”, le preguntamos a propósito de esta historia de amor tan luminosa que contrasta con el retrato de amor perverso de su anterior filme. Contesta risueño: “Sí. O no. Tal vez es la cara A, porque es una película más abierta, más fácil para el público. El hilo invisible sería la cara B porque es menos obvia, más difícil de entender, implica un reto más grande. Tiene aristas más afiladas que Licorice Pizza”.

Licorice Pizza, lo nuevo de Paul Thomas Anderson, llega a las carteleras españolas el 11 de febrero, pero si no puedes esperar más para disfrutar de la película del director de El hilo invisible, tienes la oportunidad de verla antes en algunas ciudades. La película protagonizada por Alana Haim y Cooper Hoffman se estrena esta semana en salas seleccionados de nuestro país. Y en 70mm.

Los cines Phenomena de Barcelona y Palafox de Zaragoza proyectarán Licorice Pizza en analógico y en versión original con subtítulos en español a partir de este jueves, 27 de enero. Para adquirir las entradas solo tienes que acceder a sus respectivas páginas web, pues ya están a la venta. También podrás ver los diferentes pases que ofrecen ambas salas semanas antes de la llegada oficial del filme a las carteleras.

Además de estas salas, los Cines Renoir Floridablanca de Barcelona también proyectarán Licorice Pizza a partir de este viernes, 28 de enero. Después, estas salas seguirán exhibiéndola todos los días en la sesión de las 19:00 horas. En este caso, no será en 70mm, pero sí en VOSE. Por último, las salas Aribau Multicines, Balmes Multicines y Gran Sarriá Multicines -también en Barcelona- proyectarán la película.

‘Licorice Pizza’: Alana Haim, la miembro del grupo de música Haim que debuta en el cine con lo nuevo de Paul Thomas Anderson
Licorice Pizza se ambienta en el Valle de San Fernando (Los Ángeles, California) en los años 70. Alana Kane y Gary Valentine son dos amigos cuya relación ira transformándose, poco a poco, en algo más.

Para su nueva película, Anderson ha contado con Alana Haim para el papel femenino protagonista. Licorice Pizza ha supuesto el debut cinematográfico de la actriz, quien es conocida por ser miembro de la banda de música Haim. Anderson decidió que sería ella la encargada de interpretar a Alana porque algunos de los sucesos que ocurren en la película están basados en historias que la propia Haim le contó al realizador. Ambos iniciaron una amistad después de que Anderson dirigiera algunos videoclips del grupo de música de la intérprete.

En cuanto al protagonista masculino, Cooper Hoffman es hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman, quien trabajó con Anderson en algunas de sus películas.

Bradley Cooper, Sean Penn, Maya Rudolph y John C. Reilly completan el reparto principal de Licorice Pizza.

En apenas unas horas, hemos podido escuchar a David Bowie en dos adelantos de 2022 muy diferentes: ayer nos llegaba las primeras imágenes de ‘Lightyear’: lo nuevo de Pixar mostraba los orígenes de Buzz Lightyear al son de Starman. El tema versionado ayuda a que irremediablemente el clip nos emocione un poco más.

Pues ahora la obra que dejó el Duque Blanco aparece en otro tráiler de otro esperado trabajo: lo nuevo de Paul Thomas Anderson, ‘Licorice Pizza’. En esta ocasión, al son de ‘Life on Mars?’, el cineasta nos lleva de nuevo hasta la California de los años 70, pero no al mundo de la noche como hizo en ‘Boogie Nights’ o ‘Puro vicio’, sino al mundo ‘teen’.

En ella, PTA narra la historia de Alana Kane y Gary Valentine, de cómo crecen juntos, salen y acaban enamorándose en el Valle de San Fernando en 1973. El nombre de la cinta se refiere a una cadena de tiendas de discos de esos años, de modo que la música será otra protagonista más de la película.

Cooper Hoffman, hijo del actor Philip Seymour Hoffman, fallecido en 2014 -y que trabajó con el cineasta en cintas como ‘The Master’ o ‘Magnolia’-, debuta como actor en el papel de Gary. Alana Haim, integrante del grupo Haim, compuesto por ella y sus hermanas,se mete en la piel de Alana.