Mi nombre es Tanino: un viaje entre el delirio y la inocencia
My name is Tanino (2002), dirigida por el siempre juguetón y humanista Paolo Virzì, es una comedia agridulce, teñida de polvo de carretera, quimeras cinéfilas y desengaños culturales. En el centro, un joven siciliano llamado Tanino Mendolìa —interpretado con ternura impulsiva por Corrado Fortuna— que huye del tedio, del ejército y de sí mismo, para lanzarse al otro lado del Atlántico en busca de una mujer americana que apenas conoce… y de una cámara prestada que se convierte en pretexto existencial.

Lo que sigue es una odisea ligera y melancólica, entre moteles de mala muerte, familias disfuncionales, mafiosos de postal y estampas de una América que se revela tan absurda como fascinante. Rachel McAdams, en uno de sus primeros papeles, encarna a Sally, musa fugaz que, sin saberlo, dispara el deseo de Tanino por una vida menos gris.
Virzì filma con ojos irónicos pero amorosos, enhebrando una sátira sobre el contraste de mundos —el viejo Mediterráneo y la América del espectáculo— mientras retrata, sin cinismo, la fragilidad de un soñador que no sabe aún que todo viaje es también una caída. La película, con su tono amable y su humor en sordina, se convierte en una especie de carta de amor a la adolescencia extendida, a esa etapa donde todo parece posible… incluso cruzar un océano por una ilusión.

My name is Tanino no es solo una película de carretera: es un coming-of-age disfrazado de comedia, una travesía en la que el protagonista, al intentar encontrar a alguien, termina por encontrarse a sí mismo. O, al menos, a su primer fracaso luminoso.
