Evocación del teatro Tívoli que vivió su mejor época en los años 40 y 50. Un grupo de artistas del teatro lee alarmado una nota periodística donde se menciona que su centro de trabajo será demolido con el fin de ampliar el paseo de la reforma. A raíz de esto, se desencadena una serie de acontecimientos que los actores encariñados con su teatro emprenden con el fin de evitar que lo destruyan.
La película Tívoli de Alberto Isaac fue la seleccionada por los periodistas de PECIME para que abriera su semana del cine internacional correspondiente al año 1975.
Tívoli es una de esas películas que no son ni buenas ni malas, antes al contrario son fallidas. Desde el inicio del film Alberto Isaac nos advierte que se pretensión es la de recrear la atmósfera del Teatro de revista Tívoli, el cual se perdió a ser derruido durante las ampliaciones del Paseo de la Reforma ordenadas por “el Regente de la mano del hierro”.
La falla de Tívoli es precisamente que no logramos ver esa atmósfera especial que supuestamente rodeaba a ese teatro de revista y al finalizar la cinta terminamos sin saber qué fue lo que se perdió, más allá de una fuente de trabajo. En principio, supongo que no se logra establecer la atmósfera porque curiosamente nos cuesta trabajo adivinar quién es el que está mirando a través de la cámara cinematográfica. ¿Es Alberto Isaac el espectador que mira desde la butaca espectáculo revisteril o es el director de cine que obsesionado por el close up pierde la distancia del objeto que está mirando? Creo que gana el director de cine a costa de perder toda posibilidad de añoranza y nostalgia que quizás se hubiera logrado si quién mirará fuera el público espectador con su visión ingenua y candorosa. Isaac miira con la conciencia del experto que ha perdido toda capacidad de sorpresa ante el espectáculo y está cuidándose de no caer en lugares comunes y cuando lo hace trata de camuflearlo, con lo cual se queda a la mitad del camino.
En realidad ninguno de los números representados resulta sorprendente o que vaya más allá de la forma en que nos ha tenido acostumbrado el cine nacional con su serie de cinta al estilo de Melodías inolvidables, Caras nuevas, Música de siempre, entre otras que también más o menos pretendían retratar la vida del teatro desde adentro. La presencia de Pérez Prado nada nuevo aporta al homenaje que le hiciera Roberto Rodríguez en El dengue del amor. En fin que en relación al aspecto del show resultan, al final de cuentas, agotantes el excesivo número de coreografías y desnudos, al grado que la anécdota del mago enano es mucho más divertida al ser contada por la esposa que cuando la vemos representada en la pantalla.
Tívoli nos ha convencido más en el otro aspecto, en la otra trama que se desarrolla fuera del teatro que es la de mostrar cómo fue gestada la destrucción del teatro Tívoli. Aunque la crítica política está dirigida más al funcionario en tanto personaje público y no al sistema o estructura que posibilita la existencia de autoridades arbitrarias que actúan a espaldas del pueblo -aún cuando en ocasiones están actuando a su favor- en ningún momento sentimos que la denuncia se hace a toro pasado, ya que la soberbia secuencia de la manifestación, en el Zócalo, muestra de forma cruda la impotencia del pueblo por hacerse escuchar, por lograr que que los actos de la autoridad le sean explicados y no que vengan como una orden fulminante de desalojo o con una carga de “bulldozer” que en la madrugada dejan en el desamparo a familias enteras. Esto nos recuerda a los argumento de Don Porfirio y su camarilla que consideraban que el pueblo mexicano aún no estaba preparado para vivir en una democracia, la cual se funda, principalmente, en la posibilidad del diálogo entre pueblo y autoridades, que al final de cuentas forman una unidad en tanto que la autoridad cuando no está divorciada de la voluntad popular es simplemente una prolongación de está.
Tívoli es fallida en tanto no logra conjugar armónicamente las dos películas o historias que están implícitas, pues cada una camina por su lado. Otra falla es la excesiva importancia al personaje “Tiliches”, interpretado por Alfonso Arau con ansias indescriptibles de demostrar de todas todas qué es un gran comediante, el cual “inteligentemente” ha sabido asimilar las enseñanzas de un Cantinflas, un Resortes, un Tin Tán o un Palillo, los cuales son los más obviamente asimilados o imitados por Alfonso Arau para la creación de su personaje inolvidable
Y por su parte Emilio García Riera en su referencia a Tívoli en su libro Historia Documental del Cine Mexicano, tomo 17 de la segunda edición nos señala: “Aunque el teatro Tívoli existió en la realidad, “esta película no aspira a la reproducción documentada de un periodo de nuestro pasado, sino a la recreación de una atmósfera, de un sentido vital del México nocturno que ha desaparecido para siempre. La anterior advertencia, que deja leer un letrero al comienzo de Tívoli, resulta del todo oportuna. Sin embargo, yo mismo dedique a la película en su momento una crítica adversa que hoy me parece ridícula, pues juzgue la cinta no por lo que era, sino por lo que -se supone- debía ser. No fui en eso el único, ni mucho menos: resulta frecuente que se oponga al ejercicio del placer la desconfianza crítica (vaya, hasta el propio Jean Renoir padeció eso con French Cancan, que es una gran película, una obra excepcional). Al rendir un tributo nostálgico al México de sus recuerdos, Alberto Isaac se deja llevar no sólo por un sentimiento lúdico del todo legítimo, sino por la indignación que le causaba el ejercicio de un poder que disfrazaba de moralismo su arbitrariedad, su corrupción y su desprecio por la opinión pública. De ahí el logro de un espectáculo tan gozoso y a la vez tan marcado por una irritación de fondo como lo eran muchas veces los sketches cómicos del teatro de revista. Bien auxiliado por Alfonso Arau coautor del argumento de la cinta y excelente intérprete de un personaje a lo Resortes y a lo Palillo (no mencionado en vano en el diálogo), Isaac optó por dar a Tívoli una estructura episódica que en mucho recuerda por sí sola lo que ofrecía el teatro de revista: así no se trata tanto de contar una historia como de ligar una serie de situaciones llamativas e indicativas con una sorprendente profusión de detalles sustanciosos y muy buen diálogo. Creo hoy, después de ver de nuevo la película, que eso era lo indicado, pues permitió hacer de Tívoli una obra divertida, ácida y ajena a la menor veleidad melodramática.
“(…)Si los críticos vapuleamos a Tívoli con lujo de injusticia, el público premió a la película con un buen éxito taquillero, y de eso tomaron nota quienes no tardarían en inaugurar con Bellas de noche un cine comercial también lleno de mujeres desnudas y picardías albureras, pero desprovisto de los valores críticos y nostálgicos que dan riqueza a la cinta de Alberto Isaac y la hacen entrañable”.