Puntuación: ***
Lo que parecía un thriller nacional en toda regla, ha terminado siendo un correcto spaguetti western multicultural con tintes claros de cine acción, que demuestra que la cinematografía española está dejando la comedia y el drama casero menor para convertirse en una industria y en un entrenamiento a gran escala que se asemeja más al ideal de Hollywood que al viejo cine europeo. Aunque eso sí, con nuestro estilo por bandera en lo bueno y en lo malo.
Hemos visto desde hace años la forma en que cinematografías como la francesa, coreana, taiwanesa o incluso templos de la sobriedad como la danesa, han ido mutando o al menos introduciendo, una forma más comercial de vender sus historias. Maíllo, hace lo propio con su nuevo film en el cual vemos detalles visuales interesantes como el juego con los distintos escenarios que recuerdan mucho al cine de Nicolas Winding Refn, sobre todo a nivel del uso de los colores, no así en la composición en el plano y en el que también se palpa el aroma de algunos de los thrillers surcoreanos más relevantes de los últimos años en el tratamiento de la violencia en pantalla desde las coreografías a la sordidez de algunos momentos de una película que no escatima en sangre cuando se busca el impacto en el espectador y por supuesto, vemos las raíces de aquel famoso spaguetti western ideado por italianos y gestado en España por nuestros artesanos de segunda unidad y donde lo simple y seco se convertía en exuberancia y belleza. Pero, lo más curioso es ese acercamiento al cine de acción puro y duro, algo que no hemos visto nunca en nuestra cinematografía y que aquí se convierte con escenas como la de la persecución en el canal (que recuerda por fuerza a Terminator 2) o la escena final a modo de Juego con la Muerte de Bruce Lee, en el aspecto más curioso de y destacado de un film totalmente distinto a todo lo visto en nuestros lares. Una película que empieza con títulos de créditos televisivos (geniales por cierto) y termina como un homenaje a un cine que nunca se ha realzado aquí)
La historia de Toro es sencilla y no le hace falta más para funcionar, una trama de venganza con pocos personajes muy esquemática donde el destino de los protagonistas está trazado desde el primer minuto. Casi todos son personajes de muy dudosa moral condenados por sus actos, difícilmente defendibles y donde sólo las mujeres tienen un halo de pureza al que aspiran los protagonistas. Sin embargo, se juega con ese esquematismo de forma muy similar a la que se puede ver en los spaghetti westerns, haciendo de la película un ejercicio de estilo por encima de la historia que cuenta y dejando a los personajes como trazo seco rudo del antihéroe de otros tiempos.
Con todo esto, estamos ante una obra no redonda pero si loable y elogiable y sobre todo una esperanza más para un cine que está creciendo y profesionalizando de una manera magistral. Toro no gustará a todos, quizás sí a un tipo de público más cercano a aquel cine de los 70 y 80, y de género masculino pero aún así, es una obra a recomendar a todos los espectadores y aunque hemos de decir que no dejará tres personajes para el recuerdo que bien nos pudiesen ser nuestros El Bueno, el Feo y el Malo, si que al menos deja esperanzas y una primera piedra para que nuestra industria crezca y sea capaz de ofrecer a nuestros primeros héroes. Eso sí, hay que mimarlos un poco más en las labores de guión y creación de personajes que es sobre todo, en lo que falla este film.