EL HERMANO DE OTRO PLANETA
Videoclub:
Curiosa película que mezcla Ciencia-Ficción con elementos de drama social. Pero sin recurrir a los tópicos del género fantástico, John Sayles nos presenta la historia de un hombre perdido en la ciudad de Nueva York, concretamente en el distrito de Harlem, a quienes los vecinos le apodarán el Hermano (Joe Norton). Mediante su ayuda, así como el empleo de sus limitados poderes, conseguirá adaptarse como un ciudadano más, arreglando máquinas de videojuegos (en boga en ese momento), mientras es perseguido por unos hombres de negro (interpretados por unos extravagantes John Sayles y David Strathairn).
EL HERMANO DE OTRO PLANETA
Un alienígena estrella su nave en Nueva York. Aterrado ante la visión de un mundo incomprensible, donde todo le parece peligroso y amenazante, deambula por la ciudad hasta llegar a Harlem. Allí, su extraña actitud despierta ciertas suspicacias, pero como su apariencia es la de cualquier varón de raza negra y nadie sospecha cuál es su verdadera procedencia, finalmente es aceptado como uno más. Mudo, retraído y asustadizo, el alienígena intentará adaptarse a su nuevo modo de vida, descubriendo algunos de los males que aquejan a los habitantes del barrio. Ha llegado a un planeta con una sociedad fragmentada; descubre por ejemplo que ciertas zonas de la ciudad parecen vetadas para la gente de piel oscura como él, así se lo hace ver un mago aficionado durante un viaje en metro. El extraterrestre contempla todo esto con mirada perpleja, pero también en su mundo hay injusticias; su asombro nace, quizá, del hecho de que no esperaba verlas repetidas en el planeta Tierra.
Lamentablemente ignorada en su día, aunque algunos críticos la alabaron y su taquilla permitió recuperar la modesta inversión, la cuarta película de John Sayles era una rareza en su tiempo y continúa siendo una rareza hoy. Creo, incluso, que mucha gente la dio de lado pensando que se trataba de otro tipo de película. Pero no se engañen; aunque el título («The Brother From Another Planet») y el que fuese estrenada en 1984 nos puedan hacer pensar que estamos ante una comedia racial típica de la época, nada más lejos de la realidad. Sí, hay mucho humor en el guion, pero es un humor del que resulta fácil no percatarse, porque se parece un poco al humor de Woody Allen en esas secuencias donde ironiza sobre los círculos esnob con personajes que se esfuerzan por parecer mundanos e inteligentes pero terminan resultando risibles; lo humorístico no es tanto lo que se dice en el guion, sino que al tomar distancia para contemplar a esos personajes como lo que son vemos parodias de individuos que existen en la realidad. Algo parecido hace El hermano de otro planeta, aunque insisto, no se trata de una comedia. ¿Qué es? La verdad es que resulta difícil encuadrar este largometraje en algún estilo concreto. Formalmente es ciencia ficción, aunque bascula continuamente entre la temática social y el retrato costumbrista. Según su propio director, se trata de una metáfora sobre la inmigración, y realmente creo que es la mejor manera de definir este film. No en vano el protagonista se estrella justo en la isla Ellis, donde en otras épocas desembarcaban los inmigrantes para ser examinados antes de que se aceptase, o no, su entrada en los Estados Unidos. En Ellis se separaron muchas familias y se produjeron multitud de dramas capaces de encoger el corazón a cualquiera. Así, dotado de poderes extrasensoriales, el alienígena es capaz de percibir los gritos de aquellos seres de otro tiempo, lo cual supone sin duda un aterrizaje traumático. Pues bien, él mismo terminará afrontando los problemas propios de muchos inmigrantes, sobre todo los que proceden del tercer mundo y no cuentan con apoyos familiares en el lugar de destino: penuria económica, hambre, aislamiento, soledad, incertidumbre y una continua sensación de desamparo. Todo ello agravado por el hecho de que es un fugitivo de su propio planeta y que hay dos siniestros elementos encargados de darle caza.
La premisa, como ven, combina cine social y ciencia ficción. La primera parte, la más ciencia ficción, es la mejor en mi opinión. Los primeros minutos son absolutamente brillantes; de haber seguido así durante todo el metraje estaríamos hablando de uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción cinematográfica. En ese primer tramo vemos al protagonista sintiéndose completamente fuera de lugar en un planeta que le resulta extraño y aterrador. Buena parte del mérito de la profunda impresión que causan esos primeros minutos es de una hábil dirección, pero sobre todo del extraordinario trabajo del actor Joe Morton. Su expresión de miedo y asombro al contemplar la ciudad hace sentir al espectador que de verdad está contemplando a un extraterrestre para quien todo lo que ve es nuevo y amenazante. No hay palabras para capturar lo que Morton consigue en estos minutos de presentación. Sus reacciones la primera vez que ve un barco, un helicóptero o una gaviota, son tan creíbles como contagiosas. Sufrimos con él cuando escucha una radio portátil emitiendo rap; el primer indicio de un ser humano, al que no llega a ver porque, presa del pánico, se esconde. Simpatizamos con su desorientación cuando se queda fascinado ante algo tan insignificante para nosotros como los grafitis, que a sus ojos deben de parecer algo solemne y misterioso, algo que contuviese mensajes trascendentales. Morton hace un alarde tal de interpretación que para explicar que no le lloviesen los premios aquel año o que no le sirviera para acceder a más papeles protagonistas hemos de recordar que esta película era serie B de bajo presupuesto —John Sayles la financió con la dotación de un premio— y por lo tanto estaba estaba fuera del circuito de la primera división comercial. Pero vamos, si William Hurt ganó el Óscar a mejor actor en 1985 es porque la interpretación de Morton en este film se produjo bajo el radar de la Academia. No hay elogios suficientes para hacer justicia a lo que este hombre hace durante esa primera parte de la película, y en otras circunstancias el tipo debería haber sido más famoso. Ha tenido una laboriosa carrera como secundario, pero es lamentable que semejante actor no diese el salto después de su trabajo aquí.
El hermano de otro planeta, 1984. Imagen: Anarchist’s Convention Films / UCLA Film and Television Archive (versión restaurada) / A-Train Films.
Aun con la brillantez de Morton encarnando al atribulado extraterrestre, es justo admitir que el propio film no mantiene la misma intensidad durante todo su metraje. Como digo, la primera parte, la más puramente ciencia ficción, funciona de maravilla y es cine de primera magnitud. El nivel no decae en la segunda parte, donde se introduce el elemento de retrato costumbrista —esas deliciosas conversaciones entre los parroquianos de un bar y algunos otros personajes secundarios—, lo cual también funciona de maravilla y no desentona para nada en conjunción con el elemento fantástico. Sin embargo, ya adentrados en la segunda mitad, es cuando Sayles se empeña en subrayar más de la cuenta unos mensajes sociales sobre los que no hacía falta insistir tanto, porque los estábamos captando a la perfección. La película extravía un tanto el rumbo y se vuelve muy desigual. No se vuelve peor, sino más bien inconexa. Notamos que termina componiéndose a base de pequeños episodios que cada vez parecen tener menos que ver entre sí; no porque no formen parte de la misma historia, sino porque cada uno ha sido enfocado con un tono narrativo distinto. Ya no sabemos si estamos ante ciencia ficción, panfleto social, drama de sentimientos o una especie de poema visual reivindicativo. No es que el film se hunda, en absoluto, pero sí se dispersa. Eso sí, nunca llega a ser decepcionante. Nos descoloca, y por ello pierde una parte del inmenso poder de seducción que tenía durante la primera parte, pero las secuencias continúan funcionando cuando las contemplamos aisladamente, aunque empiecen a apuntar en diferentes direcciones, lo cual distrae nuestra atención.
Los méritos de El hermano de otro planeta, con todo, no han hecho más que acrecentarse cuando los contemplamos después de tantos años. Nos hallamos ante una película que, con sus escasos medios y tirando sobre todo del ingenio, cuenta una historia con la que muchas superproducciones actuales hubiesen naufragado. El séptimo arte está repleto de películas mainstream que no supieron sobreponerse a la necesidad de sucumbir ante las exigencias del cine comercial, y menos cuando hablamos de ciencia ficción con ingrediente emocionales y sociales, que suelen prestarse al abuso lacrimógeno o a la resolución facilona de conflictos para alivio del espectador palomitero. Pues bien, El hermano de otro planeta consigue lo más difícil: parte de una premisa casi grotesca por lo evidente del chiste —un alienígena negro que llega justamente a Harlem— y lo convierte en un argumento verosímil, serio y repleto de inteligencia. Lo hace, además, sin grandes efectos especiales; de hecho, apenas hay efectos visuales. La película no los necesita; todo está conseguido a base de interpretación, guion y trabajo de cámara y montaje. Salvando las distancias y los estilos prácticamente opuestos, El hermano de otro planeta tiene un cierto aire al Tarkovski de Stalker, en el sentido de que juega a crear el ambiente de ciencia ficción recurriendo a la imaginación del público, no tanto mediante la construcción de artefactos visuales explícitos (eso sí, olviden cualquier otra semejanza entre ambos filmes, más allá de que ambos son producto de cineastas muy inteligentes). Esto no es Encuentros en la tercera fase, que sí, es genial a su manera, pero lo es contando con los beneficios de unos recursos de primera línea. Aquí todo se reduce a sugerir mediante un montaje hábil que parece mostrar cosas cuando en realidad está utilizando la elipsis para no tener que mostrarlas.
Estos méritos y otros que descubrirán con el visionado hacen que la mencionada inconsistencia de la segunda mitad de la película, que admito va a más conforme se acerca el final, no parezca suficiente para explicar el olvido al que sigue sometida tres décadas después de su estreno. Los defectos del largometraje son fáciles de localizar y explicar, sí, pero además muy comprensibles. Sus virtudes son todavía más poderosas y muy meritorias teniendo en cuenta que hablamos de cine de serie B. Muchas funcionan de manera sorprendente en una producción tan modesta; no solamente el actor principal vuela alto, sino que varios secundarios tienen también sus breves momentos de gloria, ayudados por unos diálogos muy agudos que, para que se hagan una idea, son como una combinación entre el gusto por lo estrafalario de Tarantino con el irónico seudorealismo de los Coen. De manera muy ingeniosa se nos muestra la charla intrascendente de diversos personajes, una charla que generalmente no viene a cuento ni encaja en el argumento, pero sirve para diseccionar la naturaleza humana con muy mala leche, y con mucha gracia también (como esa recepcionista a la que sin motivo alguno escuchamos poner a parir su último ligue, ¡hilarante!). Pero aún más, precisamente por ese carácter poco pertinente, los diálogos a vuelapluma nos sumergen en la misma sensación de perplejidad con la que ha de vivir el protagonista, que conoce el idioma humano (es capaz de entender lo que le dicen) pero aun así no asimila casi nada de lo que se habla a su alrededor. El diálogo es pues otra herramienta para conseguir que el mundo cotidiano, de tan convencional, llegue a parecer surrealista. Hay otras muchas críticas encubiertas en la relación entre el alienígena y la Tierra. Por ejemplo, su hilarante, tanto como conmovedora, incomprensión de qué es el dinero o cómo funciona el intercambio de moneda por productos que para nosotros es natural, pero que el pobre tipo es incapaz de descifrar hasta que no ha tenido encontronazos con la ley (eso sí, cuando ve un policía lo distingue a la primera, ¡uno de tantos maravillosos detalles del guion!). O la atracción hipnótica que siente hacia la televisión —los videojuegos, eso sí, le dejan indiferente—, en la que parece imaginar la misma naturaleza trascendental que, por algún motivo, también percibe en las pintadas callejeras. No voy a entrar en el análisis de la simbología porque creo que se deja mucho a la subjetividad de cada cual, pero créanme, casi no hay un minuto de metraje en el que no haya elementos que puedan ser interpretados en otra clave además de la puramente narrativa.
El hermano de otro planeta, 1984. Imagen: Anarchist’s Convention Films / UCLA Film and Television Archive (versión restaurada) / A-Train Films.
El hermano de otro planeta no es un largometraje perfecto (al menos más allá de su apoteósica primera sección), pero sí extraordinariamente original e interesante. Una de esas joyas que mucha gente no ha visto pero que estoy seguro enamorará por lo menos a una parte de quienes le concedan la oportunidad. Para mí fue una sorpresa cuando la descubrí, porque admito que esperaba algo más ligero e incluso cómico de manera explícita. Pero no. Muchas veces las películas de serie B son arte; imperfecto, pero trascendente. A pesar de su título.