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Las películas de Jean Rollin, no son entretenidas, son soporíferas, pero con ese sopor perezoso y un poco inmoral que envuelve las articulaciones y la mente entre algodones, entre muslos suaves y manos sedosas, pues es su cine, más táctil que visual.
Rollin se regodea en planos eternos que parecen no acabar nunca y consigue un extraño efecto en algunos espectadores (entre los que me incluyo); tu mente se desconecta de la realidad y del espacio tiempo normal para entrar en esa rara frecuencia y ritmo del que dota a su cine.
No es un cine visual, pero si es un cine de imágenes, estáticas, lánguidas e icónicas. Cómo icónica es Brigitte Lahai armada con una guadaña.

Morir de aburrimiento para Rollin es muy similar a morir de placer durante un eterno orgasmo. Nunca pensé que el tedio fuera tan adictivo.