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Coges la puesta en escena de Sergei M. Einsenstein y su cameraman Tisse, coges un poquito de John Ford y le añades la lucha permanente de las dos Españas y unas gotas de ‘Romeo y Julieta’ y, nos encontramos con que Manuel Mur Oti confirma otra vez más que es uno de los grandes genios del cine español y de la cinematografía universal. Eso mientras en España nuestra «industria gubernamental» del cine sigue dando subvenciones a comedias de mierda, a amigos de cierto color político y demostrando a los 4 vientos que el genio español nunca llegará a nada debido a la maldita caspa política. Por qué su hubiese habido un poco de críterio, dignidad o inteligencia tanto en tiempos de azules como de rojos, Manuel Mur Oti podría haber tenido un lugar en el olimpo de los grandes cineastas.

Fuera de lo dicho, queremos hablar de ‘Orgullo’, un explendida película que habla de forma encubierta del mal de nuestro país y que deja claro viendo su calidad que no hay más ciego que quien no quiere ver.

Como decimos, uno de los mayores males del cine español no es otro que el desconocimiento. ¿Cómo justificar de lo contrario que un filme de la calidad de éste sea tan ignorado? Nada más empezar y sin ser un genio, nos damos cuenta que esta historia merece la pena, pues esas secuencias de una mujer madura y autoritaria que llega en su calesa hasta la estación de tren tenían o tienen si la ves ahora, un irresistible regusto a Western. Lo que sigue, no hace sino aumentar la estima que merece el filme; dos familias ganaderas enfrentadas por el agua, un amor perdido entre iras y rencores que parece renacer en la nueva generación, vaqueros, pastores, manadas y montañas se suceden, dando lugar a una película insólita y audaz como pocas del cine español.

Magníficamente interpretada, cuenta con un guión de lo más eficaz, que a pesar de ciertos giros un tanto «literarios», escapa siempre del acostumbrado barroquismo y cursilería de las producciones de la época. La realización de Mur Oti, bien acompañada por una notable fotografía, resulta excelente, tanto por el énfasis con el que encuadra a los personajes principales -aportándonos así indicios acerca del carácter de los mismos- como por la brillantez con la que plasma la acción (la lucha entre pastores, que parece tribal, o el ascenso por las montañas, con todo el ganado, en busca de agua recuerdan al mítico filme de ‘El Salario del Miedo’), y el aprovechamiento que hace de las localizaciones. También resulta interesante la música, con acertados toques folclóricos, y muy bien integrada desde un punto de vista dramático.

Argumentalmente sorprende que la solución al conflicto entre los dos bandos caiga llovida del cielo, pues implica adoptar un cierto pesimismo acerca de las posibilidades de entendimiento entre los hombres o más bien, entre los hombres de España, cosa no muy habitual en el cine español de los 50. Tres años después se estrenó un clásico llamado «Horizontes de Grandeza» («The Big Country») de Wyler, lo que habla en favor de la universalidad del filme que hemos abordado hoy.