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Una expedición en búsqueda de los seguidores del dios de los caníbales, Kito, desembarcan en una pequeña isla donde el siniestro Dr. O’Brien experimenta con cadáveres creando zombis. Susan acaba siendo aceptada como la reina de los caníbales y les lidera en una lucha contra el científico loco y su ejército de zombis.

Valga una escena para ratificar el ínfimo nivel de este lamentable subproducto: una enfermera se acerca a la cama de un paciente arropado hasta el cuello. Con parsimonia la tipa desarropa al enfermo dejando al descubierto un puñado de tripas y vísceras brotando de su estómago abierto; primer plano de la enfermera, que grita (la tienen que doblar porque ni para eso vale la pobre), pero que no puede dejar escapar media sonrisilla antes de pegar media vuelta e ir a avisar al resto de compañeros de profesión. En mi vida había visto una interpretación tan cutre y sobreactuada. En serio, fijáos bien (ocurre a los 10 minutos de película más o menos) porque es acojonante y sirve para hacernos una idea del nivel de autoexigencia que se traen los responsables de este engendro. Si algo así ha pasado el corte final no quiero ni imaginar cómo será el resto.

Holocausto zombi es la representación perfecta de la torpeza: torpeza en la interpretación, en la escritura y hasta en la dirección. Un producto de explotación puro y duro (caníbales contra zombies: ¿quién da más?) que malogra sus posibilidades por exceso de cutrerío y autocomplacencia. Actuaciones pobrísimas (lo de los secundarios es para matarlos), un guión que podría haber escrito yo mismo con 13 años (y no exagero) y una dirección zopenca, amateur y ruinosa que sólo se preocupa en no dejar escapar ningún higadillo suelto. Sé lo que dirán sus admiradores: “ya, es una mierda pero te ríes y te lo pasas bien”. Sí, te ríes a su pesar, pero hay formas de hacer reír y formas. Que la comparen con el cine de Fulci es un insulto: éste tenía estilo e imaginación; Girolami no sirve ni para tomar por culo. A pesar de esto, el gore, auténtica razón de ser del producto, es tosco pero efectivo, los desnudos gratuitos (obligatorios) nos limpian de tanta salpicadura de sangre y el conjunto se acaba viendo sin demasiado problemas y hasta despertando sus buenas sonrisas de incredulidad.

O sea, que es malísima, pero también, a su modo, absurdamente entretenida e incluso parcialmente disfrutable. A los goremaníacos de pro les debe poner palotes.

Lo mejor: el festival de sesos, tripas y amputaciones.
Lo peor: lo extremadamente cutre de su factura.