Uno de los aspectos principales o quizás el principal para enfocar la crítica de una película es la figura del director. Su estilo, la carrera o el universo personal del mismo, siempre suelen darnos pistas sobre las bondades y secretos de un film, lo que nos permite conseguir enfocar y definir una crítica.
Pero hay ocasiones donde todo esto no sirve, ya que a veces nos situamos ante películas donde la figura del director es simplemente anecdótica (a priori, ya que hay veces que podemos terminar sorprendidos), y Moneyball es una de estas.
Moneyball es una obra donde el director no es el foco principal del proyecto, el foco o los focos principales de Moneyball son otras dos personas, por un lado la figura de Brad Pitt, dueño absoluto de lo que ocurre en pantalla, por otro el guionista Aaron Sorkin dueño de cada cosa que se dice.
Y así debemos enfocar la cinta de hoy, una película donde su fuerza recae principalmente en sus diálogos y en su forma de interpretarlos.
Pero volvamos al principio del texto para dar explicación de porqué hemos adelantado la crítica de Moneyball, y la respuesta es simplemente porque estamos en un momento donde el visionado de este film gana interés gracias al duelo futbolístico entre dos formas de entender la competición rey, entre el duelo futbolístico que van a protagonizar hoy Real Madrid y Manchester City, o lo que es lo mismo, Ancelotti vs Guardiola.
Y esto es Moneyball, una oda a la competición, al triunfo, a la victoria, no estamos ante una película que trate sobre la épica del deporte, estamos ante una historia real que trata sobre la épica del triunfo, o más bien ante la épica de la victoria del ingenio, la constancia y la creencia, sobre la simpleza del dinero.
Moneyball nos muestra el termino deporte siempre por encima, los momentos en los que aparece suelen estar mostrados a través de paneles de televisión, de la voz de una radio o de la silueta a contraluz de Billy Beane.
Lo importante como ya hemos dicho no recae sobre la épica en el terreno de juego, si no sobre la grandeza del trabajo en los despachos o más bien sobre la de algunas de esas personas, como Billy Beane, quien dignificó ese campo.
Tanto Brad Pitt como Jonah Hill bordan sus papeles, a Brad Pitt lo tenemos comedido en la mayoría de ocasiones, sacando arranques de fuerza y personalidad actoral en los momentos que el film lo requiere, Jonah Hill rompe su aspecto de niño orondo habitual (no físicamente), para ofrecernos un aspecto un poco más maduro y comedido, creando un Sancho Panza perfecto que hace de contrapunto al Don Quijote de Pitt.
Aaron Sorkin como demostró hace un año con La Red Social y anteriormente con el «Ala Oeste…» sigue siendo una de las grandes plumas de la actualidad a la hora de crear diálogos, duelos narrativos y personajes outsiders y complejos, contar con Sorkin es contar con un guión solvente, serio y diferente, es lo más cercano a un Billy Wilder que tenemos en la actualidad.
Y respecto a Bennett Miller, el director, no tenemos queja de él, sabe perfectamente cual es su sitio en la función y que tiene prioridad en la misma. Construye un relato donde da notoriedad a las palabras y personajes, una puesta en escena silenciosa, sin artificios ni barroquismo, una película estéril en cuanto a ornamenta se refiere, carente prácticamente de banda sonora, de recursos visuales y de encuadres exagerados. Un pequeño uso del claroscuro y la contraluz en la fotografía es el único recurso visual que se permite, el resultado, una película construída para disfrutar sin complicaciones, sin búsquedas de interpretaciones, ni de alardes técnicos o artísticos, una cinta que su fuerza reside en la pureza y en la bendita simpleza, en sus diálogos e interpretaciones, teatro dentro de una pantalla.
Y finalizo contento al destacar el espíritu de su historia, la cual nos muestra un «deporte» desde sus entrañas, unas entrañas que demuestran que ni el béisbol, ni el fútbol ni este tipo de shows son un deporte más, si no un grandioso espectáculo donde lo que vemos en pantalla es sólo una parte de él, los jugadores son simplemente los actores de una producción, son lo que vemos en el momento final, pero hay mucho más, el verdadero trabajo de la producción y que en la mayoría de veces no llegamos a conocer, son esas personas que trabajan y viven para hacer posible el sueño final, está claro que no tienen el glamour de las estrellas de las portadas, pero gracias a películas como Moneyball los conocemos y nos solidarizándonos con su trabajo, con su ingenio y con sus ganas de llevar un barco hacia un único sitio posible, ese sitio en el que sólo puede estar uno, el mejor.