Aunque sea duro decirlo, la clave de esta película no radica en algo ya sabido como fue el holocausto nazi, sino más bien en algo que ya todos deberíamos saber y que radica en algo tan radical como son las filias y fobias de nuestra academia de cine.
Que ‘El Amor en su lugar’ no fuese una de las películas más relevantes (sino la ganadora) de los pasados premios Goya, afirma una vez más que algo malsano y malpensante circula por las entrañas de nuestro cine y sus afines.
Rodrigo Cortés, quizás sucesor de cineastas como José Luis Garci, es posiblemente una de las mentes más lúcidas de nuestro cine y el ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer con él. En otro país como nuestro vecina Francia, Rodrigo sería uno de los cineastas más aclamados y más llamados para hacer bandera de nuestro genio y nuestro cine, aquí, es un olvidado que ha dirigido al mismo Robert DeNiro.
Se cual es el discurso de ‘El Amor en su lugar’, pero me tomo la libertad para fabular viendo en ese general nazi a pie de butacas a uno de los generales de nuestras academia decidiendo quien es o no de los nuestros. Veo también en ese general a medios de comunicación y prensa escrita decidiendo también quién es y quién no es de lo nuestros y por tanto decidiendo que es bueno y que es malo. Veo por tanto algo que no debería ver.
Sobre el filme, poco que decir ya que él habla por si mismo desde ese soberbio inicio en plano secuencia que nos muestra lo real para introducirnos después en la ficción. Un juego de mundos contrapuestos que por desgracia a día de hoy siguen existiendo.