Corazones de hierro no es una película convencional, ni una obra destinada a pasar desapercibida. Es un manifiesto cinematográfico de Brian De Palma en su plenitud creativa, donde su estilo inconfundible y su audaz aproximación a la narrativa visual se imponen como protagonistas en sí mismos. Aquí, la dirección no es simplemente un recurso técnico; es una presencia avasalladora que desafía al espectador y lo obliga a mirar de frente. De Palma despliega una obra irreverente, hedonista y desvergonzada, un filme que se erige con arrogancia y provocación. Es la voz disruptiva que se alza en un aula silenciosa, el estilismo extravagante que desentona en un evento de etiqueta, el orgullo ostentoso de quien abraza su identidad sin reservas.
Corazones de hierro es, en esencia, un retrato de la estética y la visión de De Palma, trasladada a la brutalidad de la guerra de Vietnam. Más que una historia bélica, es un vehículo para que el director explore su propia fascinación por los límites morales y estéticos del cine, un filme en el que cada encuadre y cada gesto se sienten como una declaración de principios: aquí estamos ante el cine de De Palma en su máxima expresión, retador y sin concesiones. Guste más o menos.
«Casualties of War»: una obra maestra infravalorada en el firmamento del cine bélico
En 1989, apenas dos años después de su aclamada los intocables de elliot ness, Brian De Palma trajo a la pantalla Corazones de hierro, una de las obras más intensas y complejas del cine bélico de denuncia. A pesar de contar con un elenco formidable y de la contribución de Ennio Morricone en una de sus composiciones más desgarradoras, la película fue recibida con incomprensión y frialdad, tanto por el público como por la crítica. Esta recepción poco entusiasta contribuyó a relegarla en la época a un segundo plano, eclipsada por gigantes del género como Platoon o La chaqueta metálica. Sin embargo, con el tiempo, la película ha empezado a recibir la atención y el reconocimiento que merece, consolidándose en el panteón de las películas de culto y destacando como una de las más logradas exploraciones sobre los horrores de la guerra.
De Palma se adentra en el género bélico con un enfoque profundamente personal, logrando una película que, más allá de su impacto visual y sonoro, se convierte en un ensayo fílmico sobre el horror y la degradación moral. Al igual que en Los intocables de Elliot Ness, De Palma despliega un estilo visual meticuloso y casi coreográfico, dotando a cada escena de un ritmo solemne y perturbador, donde cada plano parece pensado para incomodar y cuestionar al espectador. El cuidado en la cinematografía de Stephen H. Burum contribuye a un clima opresivo y devastador que, junto con la música de Morricone, trasciende lo narrativo para explorar la psicología y el drama ético de sus personajes. La partitura del maestro italiano no solo complementa la acción, sino que dota a la película de una dimensión trágica, resaltando la tensión y la vulnerabilidad de los personajes y creando una atmósfera de suspense y terror pocas veces alcanzada en el cine bélico.
Casualties of War no es solo una historia sobre soldados en la guerra de Vietnam; es una exploración del descenso a la barbarie, un testimonio fílmico sobre cómo hombres aparentemente comunes, cuando se ven inmersos en una realidad sin ley ni moral, pueden convertirse en perpetradores de actos atroces. Michael J. Fox, en un papel sorprendentemente serio y matizado, encarna a un soldado que observa impotente cómo sus compañeros pierden toda humanidad en un entorno que permite y, de algún modo, fomenta esa corrupción moral. Sean Penn, por su parte, ofrece una interpretación visceral y temible, dotando a su personaje de una crueldad inhumana, pero plausible en las circunstancias de una guerra que devora la consciencia. En esta narrativa, el enemigo no es el vietcong; el verdadero horror proviene de los soldados estadounidenses mismos, en quienes el espectador ha depositado su empatía en la primera parte del filme solo para verse traicionado por su transformación.
El guion, cargado de una agudeza psicológica y una crudeza poco común, desenmascara las justificaciones que los soldados elaboran para convencerse de que sus acciones son permisibles e incluso justificadas por la barbarie que les rodea. De Palma no presenta a los soldados como monstruos ajenos, sino como individuos atrapados en un sistema que les permite, e incluso les condiciona, a cometer actos impensables. Este aspecto hace de Corazones de hierro una película casi necesaria, ya que en ella el género bélico deja atrás el estereotipo del soldado heroico y muestra una versión cruda y desgarradora de la experiencia militar, donde los verdaderos enemigos son el poder y la impunidad que las circunstancias otorgan a los hombres.
Es notable la atmósfera de opresión y fatalismo que De Palma logra gracias a un recurso técnico crucial: los silencios. Los momentos en los que no hay diálogo ni música intensifican la sensación de angustia y desesperanza, haciendo de estos instantes de quietud algo tan poderoso como las escenas más explícitas de violencia. Estos silencios no solo son pausas, sino vacíos cargados de significado, que dan espacio para que el espectador reflexione sobre la devastación emocional que viven los personajes. La película en su conjunto es un espectáculo visual y sonoro donde cada elemento refuerza el otro, produciendo una experiencia cinematográfica BRUTAL en el sentido más literal de la palabra.
De Palma orquesta aquí una película que podría describirse como “el filme bélico que Hitchcock nunca rodó”; su enfoque obsesivo en el detalle y el suspense, sumado a una estética visual que evoca su estilo, hacen de Corazones de hierro una experiencia única en el cine de guerra. Es una obra que desafía las convenciones del género y el estereotipo del héroe estadounidense, entregando al espectador una reflexión desgarradora y duradera sobre la naturaleza humana. Con el paso de los años, la crítica ha comenzado a reconocer la riqueza y la profundidad de esta película, que merece ser considerada una de las cumbres del cine bélico. Las actuaciones magistrales de Fox y Penn, junto con la dirección visionaria de De Palma, han asegurado su lugar como un clásico que, gracias al tiempo y la reevaluación, ha alcanzado finalmente su merecido estatus de culto.