Dos visiones del cine: la odisea de Huston y la introspección de Eastwood

Dos visiones del cine: la odisea de Huston y la introspección de Eastwood

Hay un ejercicio fílmico de exquisita riqueza estética y conceptual que consiste en contemplar la mirada de Clint Eastwood sobre los días previos al rodaje de La reina de África, donde John Huston, en la vastedad de la sabana, persigue la quimera de un elefante blanco. Acto seguido, sumergirse en la visión original de Huston, que conduce al espectador a través de las aguas africanas, acompañando a Bogart y Hepburn en un viaje que se despliega como un tapiz de aventuras, pasiones y redenciones. En una sola imagen, dos mundos convergen y se contrastan con una poética casi mística.

En ambas imágenes se revela con rotundidad la gramática visual con la que estos dos cineastas abordan sus historias. Huston nos sumerge en la calidez de un hogar efímero, donde la luz se filtra con esperanza y complicidad, mientras que Eastwood nos arroja a un frío existencial, a una oscuridad que no solo es ausencia de luz, sino de sentido. Sin embargo, ambos, con su depurada composición, consiguen encapsular el espíritu de su tiempo y, a la vez, trascenderlo.

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Las historias que narran ambos filmes nos son conocidas, pero lo que subyace en ellas es el enigma de su verdad. De la película de Huston nunca sabremos con certeza qué elementos de realidad la sustentan, pero sí que nos habla de la esperanza y la ilusión en medio de la adversidad. Es un relato sobre la resiliencia de los espíritus anónimos, sobre el poder de la creación en situaciones extremas. Por su parte, la obra de Eastwood, aunque igualmente velada en los límites de la ficción y la realidad, se adentra en la autodestrucción del genio, en la voracidad del ego y en el caos que éste siembra en su entorno.

Así, La reina de África es un canto a la esperanza, una odisea que se abre paso entre las aguas irisadas del destino, mientras que Cazador blanco, corazón negro es un descenso inexorable hacia la negrura del alma humana. En ambas películas hay una presa que cazar, un objetivo que acechar, pero las motivaciones y consecuencias son radicalmente distintas. No obstante, lo que sí comparten es su naturaleza esencial: ambas son obras fundamentales del cine, lecciones imperecederas sobre la condición humana y sobre el arte de narrar a través de la imagen.

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