Yo hice a Roque III y la reivindicación de la comedia denostada: entre la carcajada y el arte incomprendido
Crítica Yo hice a Roque III
El cine, en su vastedad, nos ofrece múltiples formas de placer y reflexión. Encuentro un deleite inagotable en los universos de Chaplin, Murnau, Lang, Ford, Miura, Buñuel, Kubrick, Wilder, Wyler, Allen, Fellini, Hitchcock, Siegel, Welles, Pasolini, Godard, Leone, Scorsese, Coppola, Verhoeven, Carpenter, Gilliam, Burton, Tarantino, Almodóvar, Fincher, Nolan, Amenábar y Eastwood. Cada uno de ellos, a su manera, ha cincelado la historia del séptimo arte con su genio.

Sin embargo, mi fascinación por el cine no se detiene en los nombres elevados por la crítica y la academia. También celebro con igual entusiasmo a Mariano Ozores, un maestro de la comedia pura, aquella que no se disfraza de intelectualidad ni busca la indulgencia de quienes solo la valoran cuando se entrelaza con lo musical, lo romántico, lo dramático o lo satírico. La comedia, en su esencia más directa y desprovista de pretensiones, ha sido históricamente menospreciada, y dentro de ella, el humor español más desenfadado de los años 70 y 80 ha sido relegado al olvido con un desdén injustificado.
Defiendo sin reservas este género porque encierra una verdad incuestionable: la risa, como mecanismo vital, es un arte mayor, y el cine que la provoca sin artificios debería ser apreciado con la misma conciencia con la que se observa una obra de Bergman o Tarkovski. Una vez superado el prejuicio, todo se reduce a lo esencial: reírse, entregarse al gozo sin más pretensiones que la de disfrutar de un humor que, aunque zafio, es legítimo y necesario.
Por ello, reivindico con justicia a Pajares y Esteso, dos tótems del humor español, y en especial al inigualable Antonio Ozores, cuya genialidad merecería haber sido reconocida con, al menos, cuatro premios Goya al mejor actor secundario. Su dominio del lenguaje del absurdo, su inconfundible dicción y su capacidad para desatar carcajadas con la mera entonación de una frase son testimonio de un talento que nunca debería ser minimizado.

No podemos, en definitiva, rendir pleitesía a Richard Pryor y Gene Wilder mientras ignoramos el legado de nuestros propios cómicos, sobre todo cuando cintas como Yo hice a Roque III evidencian que la comedia desenfadada es, indiscutiblemente, territorio de caza español.
Y, por supuesto, una mención especial a esa belleza llamada Mirta Miller, quien, con su carisma y presencia, aportó a este universo cómico un encanto tan innegable como inolvidable. Crítica Yo hice a Roque III
Crítica Yo hice a Roque III

