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Anaconda (2025) o el placer culpable de no querer ser más de lo que es
En una época donde lo serial lo devora todo, donde cada película parece obligada a justificar su existencia a base de capas psicológicas, subrayados simbólicos y un cóctel imposible de géneros —drama, comedia, trauma, sátira, metacomentario y terapia exprés—, Anaconda (2025) aparece como un objeto extrañamente saludable. No porque eleve el cine ni porque lo haga avanzar, sino porque se niega a competir en esa carrera absurda por la profundidad impostada.
La nueva Anaconda, protagonizada por Jack Black y Paul Rudd, entiende algo que el cine contemporáneo parece haber olvidado: que entretener de forma directa es, hoy, un gesto casi contracultural. En tiempos de películas que quieren decirlo todo y acaban diciendo muy poco —ese fenómeno ensalada César donde mil ingredientes se pisan entre sí—, esta cinta opta por la línea recta. Y eso, paradójicamente, la vuelve refrescante.
No estamos ante un ejercicio de ironía cínica ni ante un remake vergonzante que se avergüenza de su propio material. Tampoco ante una imitación forzada del “tan mala que es buena”. Aquí hay una decisión clara: no alimentar el ego del cine, no fingir que una historia de serpientes gigantes en la selva es una tesis sobre la condición humana. Es, simple y llanamente, una excusa narrativa para montar un espectáculo ligero, autoconsciente y juguetón.
Jack Black y Paul Rudd funcionan como ejes perfectos de esta propuesta. No interpretan personajes en el sentido clásico, sino versiones amplificadas de su propio imaginario público. Black es exceso, ruido, histrionismo celebratorio; Rudd, contención absurda, mirada perpleja, dignidad ridícula. El choque entre ambos es el verdadero motor del film. La serpiente, como debe ser, es secundaria. Un McGuffin escamoso. Justo lo que el espectador espera… y necesita.
Lo interesante es que Anaconda (2025) esquiva con inteligencia la trampa de intentar replicar la magia accidental del film de 1997. Porque ese tipo de milagros —como The Room o Troll 2— no se fabrican. Surgen del accidente, de la falta de control, de la pasión mal encauzada. Intentar repetirlos conscientemente suele acabar en parodia hueca. Aquí no. Aquí se opta por otro camino más honesto: reírse con el legado, no de él.
No es una versión “suecada”, ni un chiste alargado, ni una deconstrucción pedante. Es una recuela que respeta la iconografía, los guiños y los tics del original, pero cambia el tono y el género. Donde antes había torpeza involuntaria, ahora hay oficio cómico. Donde antes había exceso inconsciente, ahora hay exceso deliberado.
¿Es una gran película? No.
¿Es una película necesaria? Tampoco.
¿Es una película alegre, ligera y recomendable en un panorama saturado de solemnidad vacía? Absolutamente.
En un cine cada vez más preocupado por parecer inteligente que por provocar placer, Anaconda (2025) recuerda algo esencial: a veces ir directo al grano es más honesto que perderse en los recovecos de una falsa profundidad. Y en estos tiempos, eso ya es mucho.
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El remake de Anaconda se burla de Avatar y muerde la nostalgia con colmillos nuevos
El tráiler final del remake de Anaconda no solo anuncia película: declara intenciones. En plena era de remakes, secuelas legado y resurrecciones improbables, la nueva versión de la serpiente gigante decide no tomarse nada demasiado en serio, empezando por sí misma y continuando —con una sonrisa ladeada— por el gran tótem cinematográfico de estas Navidades: Avatar: fuego y ceniza.
Dirigida por Tom Gormican, cineasta con querencia por la comedia autoconsciente y el disparate elegante, esta Anaconda se presenta como una comedia de terror descarada, meta y deliberadamente gamberra. El tráiler abre prometiendo “el único evento cinematográfico de estas fiestas que te dejará sin aliento”, utilizando incluso la tipografía Papyrus, ese fetiche tipográfico convertido ya en chiste universal gracias a James Cameron. Pero la broma se resuelve pronto: no hay Pandora, sino Amazonas; no hay epopeya mística, sino crisis de los cuarenta; y no hay fe en la naturaleza, sino fe ciega en una mala idea.
Paul Rudd y Jack Black encarnan a Doug y Griff, dos amigos con entusiasmo desbordado y talento discutible, convencidos de que rehacer Anaconda es la respuesta existencial que estaban buscando. Su viaje al Amazonas no es tanto una aventura como una huida hacia delante: rodar una película imposible para no aceptar el paso del tiempo. Les acompañan otros dos espíritus igual de caóticos, interpretados por Thandie Newton y Steve Zahn, en una expedición condenada al desastre desde el primer plano.
Porque, claro, la selva siempre escucha. Y devuelve la osadía en forma de anaconda gigante, real, hambrienta y con escaso sentido del humor cinematográfico.
El reparto se completa con Daniela Melchior, Selton Mello, Ione Skye, Jack Waters, Ben Lawson y Yasmin Kassim, pero el verdadero golpe de efecto del tráiler llega con una aparición que conecta pasado y presente con ironía quirúrgica: Ice Cube regresa al universo Anaconda. No como su personaje original, sino interpretándose a sí mismo, en un giro que subraya el tono autoconsciente y burlón del proyecto. A ello se suma el confirmado cameo de Jennifer Lopez, cerrando el círculo nostálgico con un guiño que no busca solemnidad, sino complicidad.
Este Anaconda no quiere competir con los grandes relatos épicos ni con la trascendencia ecológica de Cameron. Prefiere deslizarse por otro terreno: el de la risa, el absurdo y el cine que sabe mirarse al espejo sin miedo a hacer muecas. Un remake que no pretende superar al original, sino reírse de él, abrazarlo y estrujarlo hasta sacarle veneno… y carcajadas.
El 25 de diciembre, la serpiente vuelve a los cines. No para asustar como antes, sino para recordarnos que incluso en la selva del blockbuster contemporáneo aún hay espacio para el humor, la ironía y el placer culpable de ver cómo una franquicia se devora a sí misma. ¿Quién dijo que los remakes no podían tener colmillos?
El próximo día 25 de diciembre llegará a las salas de cine de nuestro país de la mano de Sony Pictures Anaconda, dirigida por Tom Gormican (El insoportable peso de un talento descomunal, Superdetective en Hollywood: Axel F.), y de la que ya podemos disfrutar del póster oficial.
El primer tráiler de ‘Anaconda’ convierte la nostalgia en metaficción delirante con un Jack Black desatado
Hay tráilers que pasan inadvertidos como hojas arrastradas por el viento, y otros que sacuden la memoria colectiva como un trueno tropical. El primer adelanto de Anaconda pertenece a la segunda categoría: una celebración descarada de la cinefilia, un carnaval de autoparodia donde Jack Black, en su registro más desbocado, y Paul Rudd, con su eterna sonrisa irónica, convierten la mitología del blockbuster noventero en un juego de espejos tan absurdo como irresistible.
Black y Rudd dan vida a dos viejos camaradas cuya adolescencia quedó marcada por aquel improbable clásico de 1997 en el que Jennifer Lopez, Ice Cube y Jon Voight se enfrentaban a una serpiente imposible en plena Amazonia. Ya maduros, pero no menos imprudentes, deciden perseguir el sueño que guardaban desde entonces: rodar el remake definitivo de la película que amaron. La premisa es tan simple como deliciosa: dos fans obsesionados con un monstruo de goma de otra época se lanzan a la selva para rendirle homenaje… y descubren que el Amazonas, como el cine, nunca perdona a los ingenuos.
El tráiler, que llegó apenas unas horas después de las primeras imágenes promocionales, es un estallido de humor autoconsciente. La voz en off promete aventuras épicas, pero lo que vemos es puro caos: un equipo con un presupuesto que no alcanza ni para alquilar un anzuelo, un rodaje improvisado entre lianas y mosquitos, y una serpiente que —literalmente— se niega a seguir el guion porque prefiere devorar al reparto. La muerte prematura del “animal actor” original desencadena una cadena de desgracias donde cada plano parece guiñar un ojo a los clichés de Hollywood: las tomas heroicas mal encuadradas, las frases solemnes arruinadas por un grito fuera de cámara, el terror genuino infiltrándose entre las risas.
A este dúo estelar se suman Thandie Newton, Daniela Melchior, Selton Mello y Steve Zahn, todos dispuestos a entregarse al disparate con absoluta seriedad, porque en la mejor comedia el secreto está en no parpadear. Tras la cámara, Tom Gormican —responsable de El insoportable peso de un talento descomunal y del reciente Superdetective en Hollywood: Axel F.— demuestra que entiende como pocos el arte de reírse del propio cine sin traicionar su magia.
La película, que llegará a los cines el próximo 25 de diciembre, se perfila como un regalo envenenado bajo el árbol: una sátira del Hollywood de los reboots, un homenaje nostálgico a las criaturas digitales de otra era y, sobre todo, una invitación a reírnos de nosotros mismos como espectadores. Porque, al fin y al cabo, todos hemos querido alguna vez reescribir la película que nos marcó la adolescencia… solo que no todos hemos tenido que huir de una serpiente hambrienta para conseguirlo.
