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Los marcianos de goma: una elegía juguetona sobre Spaced Invaders (1990)

En los umbrales de la década más chillona y desacomplejada, entre estallidos de neón y la inocencia aún intacta del cine familiar, irrumpió Spaced Invaders (1990), dirigida por Patrick Read Johnson, como un juguete cinematográfico de latón, desvergonzadamente kitsch y deliciosamente menor. Aquí no hay grandes batallas intergalácticas ni discursos graves sobre el destino del universo; en su lugar, encontramos a cinco marcianos torpes que, malinterpretando una retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos, descienden en un pequeño pueblo estadounidense en la noche de Halloween, convencidos de que la invasión ha comenzado.

La película es un artefacto risueño que parece esculpido con plastilina verde y cables colgantes, donde las naves tienen la textura de una carcasa de juguete, y los extraterrestres son criaturas de goma que parecen recién salidas de una juguetería rebelde. Este es, quizá, su mayor encanto: Spaced Invaders nunca pretende disfrazarse de algo más serio. Su esencia es la del cine que aún cree en los efectos prácticos, en el maquillaje tosco, en las explosiones pequeñas y en la risa como principio motor del relato.

Los pequeños marcianos —cada uno con su personalidad caricaturesca y su voz chirriante— evocan la ternura traviesa de un sábado por la mañana frente al televisor. Hay en ellos un eco de los Gremlins, pero sin la malicia; son más bien primos lejanos, perdidos por error en la Tierra, que con cada paso tropiezan con la cultura terrícola sin entender sus códigos ni sus miedos. Sus diálogos, llenos de malentendidos y frases absurdas, configuran una comedia de equívocos donde los invasores resultan más adorables que amenazantes.

Captura-de-pantalla_14-6-2025_74348_www.youtube.com_-1024x519 Ver Spaced Invaders (1990) (VOSE) | Los marcianos de goma: una elegía juguetona

Visualmente, la cinta respira una textura otoñal, con hojas secas cubriendo las aceras, calabazas iluminadas y nieblas tenues que parecen susurrar cuentos de infancia. El pueblo donde aterrizan es, más que un escenario, un refugio simbólico de esa América idealizada que solo existe en las películas de los ochenta: sheriff bonachón, niños con bicicletas, adultos despistados y un viejo granero que siempre acaba explotando.

Spaced Invaders se desliza con un ritmo juguetón y despreocupado, como una travesura prolongada. La banda sonora, con sus notas electrónicas casi ingenuas, acompaña este desfile de torpezas espaciales con una sonrisa cómplice. Es un cine donde las amenazas son suaves y los peligros se desinflan con un chasquido. Aquí, la guerra interplanetaria se resuelve con abrazos y chocolatinas.

Captura-de-pantalla_14-6-2025_74328_www.youtube.com_-1024x501 Ver Spaced Invaders (1990) (VOSE) | Los marcianos de goma: una elegía juguetona

Vista desde la distancia, Spaced Invaders puede parecer una simple broma hinchada con helio, pero precisamente ahí radica su valor: en su candor desarmante, en su defensa obstinada de la diversión sin dobleces, en su risa que no necesita cinismo para existir. Es la película perfecta para aquellos que todavía recuerdan el olor a plástico nuevo de los muñecos marcianos, para quienes aún guardan un rincón de la memoria donde los sábados eran largos y las invasiones espaciales, entrañables.

En un tiempo donde el cine infantil se ha vuelto sofisticado, referencial y muchas veces cínico, Spaced Invaders permanece como una postal de gomaespuma, una reliquia ingenua y adorable que nos recuerda que, a veces, los mejores marcianos son los que no saben conquistar nada. Solo quieren jugar.

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