En los albores de una década donde la realidad y la fantasía comenzaban a guerrear en los pasillos de la cultura popular, emergió en 1982 El umbral del juego —título en español de Mazes and Monsters—, un telefilme que, bajo su modesta hechura, sería la puerta de entrada al mundo para un joven Tom Hanks, entonces un actor aún por esculpir, y, al mismo tiempo, un curioso testimonio de aquella vieja paranoia televisiva que convirtió a los juegos de rol en enemigos públicos.
PELÍCULA COMPLETA SUBTITULADA
Un descenso iniciático hacia la niebla
Dirigida por Steven Hilliard Stern, la película se disfraza de fábula fantástica para explorar la delgada línea que separa el juego de la obsesión. Un grupo de universitarios, encabezados por Robbie Wheeling (Hanks), se sumerge en las profundidades de una versión imaginaria del mítico Dungeons & Dragons. Lo que en principio parece una travesura escapista, pronto muta en un descenso vertiginoso hacia la confusión emocional, donde los muros entre lo tangible y lo onírico se derrumban como castillos de naipes empapados.

Tom Hanks en el laberinto de la mente
Este pequeño telefilme posee el extraño privilegio de haber sido el primer papel protagonista de Tom Hanks, quien ya entonces irradiaba una mezcla deliciosa de candor y desasosiego. Robbie no es simplemente un aficionado a los juegos, es un muchacho herido que se refugia en los dados y las mazmorras para no enfrentar sus vacíos más profundos. La interpretación de Hanks, vibrante en su fragilidad, revela las primeras señales del talento que, años después, encantaría a medio planeta.
Moralismos de otra era: la pantalla como advertencia
No es casual que esta obra naciera bajo el techo vigilante de una televisión que, en los años ochenta, veía con ojos de sospecha cualquier forma de entretenimiento alternativo. Basada en la novela de Rona Jaffe, a su vez inspirada en el controvertido caso real de James Dallas Egbert III, la película adopta sin pudor un tono aleccionador: los juegos de rol son retratados como puertas abiertas hacia la esquizofrenia y el derrumbe psíquico. Hoy, ese mensaje se nos presenta ingenuo, incluso caricaturesco, pero en su época resonó con fuerza entre padres alarmados y medios sedientos de cruzadas morales.

Entre lo plano y lo entrañable: un vestigio de su tiempo
Calificada por algunos como un producto menor del telefilme ochentero, algo rústico y de presupuesto exiguo, El umbral del juego ha sobrevivido como un objeto curioso, fascinante en su anacronismo y valioso por la nostalgia que desprende. La crítica, aunque tibia, le ha reconocido cierta dignidad en su sencillez y en su melancólica reflexión sobre el escapismo. Un espectador lo describía con ternura:
«Una película juvenil con un giro sorprendente donde Tom Hanks demuestra, ya desde el principio, que posee el don de construir personajes que evolucionan.»
El eco persistente de una frontera
Hoy, al revisitar El umbral del juego, descubrimos un mapa del miedo social de la época, una ventana al viejo temor de perderse en mundos de fantasía. La figura de Hanks, joven y tembloroso, encarna con honestidad a ese caminante que cruza el umbral entre la realidad y la ilusión, un tránsito que, en esta era de simulacros digitales y vidas paralelas, se antoja más actual que nunca. ¿Hasta dónde puede estirarse la cuerda entre lo que jugamos y lo que somos? Este modesto telefilme, con toda su ingenuidad, nos sigue susurrando la importancia de no olvidar ese límite invisible.

Epílogo
El umbral del juego no es simplemente un telefilme ochentero ni una curiosidad de estantería: es el germen de una luminosa carrera, la semilla del icono que Tom Hanks terminaría por ser. Pero también es un espejo de su tiempo, un documento que, envuelto en su estética algo tosca, plantea preguntas que siguen flotando, como dados lanzados al aire, sin resolver.