En 1970, los pinceles del mito se mezclaron con los de la provocación, y del antiguo Egipto emergió no solo una reina, sino también un espejo deformado de los deseos modernos. Cleopatra: Queen of Sex (original Kureopatora), dirigida por Osamu Tezuka y Eiichi Yamamoto, es parte de la trilogía “Animerama” de Mushi Production, una colección de obras que exploraban los márgenes eróticos, fantásticos y experimentales dentro del anime.
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Este filme no es solo una reconstrucción histórica: es una audacia narrativa. Tezuka —el autor de Astro Boy, creador con innegable talento pero también con búsquedas constantes de nuevas formas— se aventura aquí en terrenos menos convencionales: erotismo, distorsión del tiempo, ciencia ficción, humor grotesco, política de seducción, poder y traición.
Trama: Viaje temporal, engaños, lujuria y poder
La historia arranca en un futuro no muy definido, donde una raza alienígena llamada Pasateli prepara algo llamado “Proyecto Cleopatra”. Para desentrañarlo, tres personas de ese futuro son enviadas espiritualmente al pasado, a la corte de Cleopatra. Allí se entrelazan con Julio César, Marco Antonio, Octavio, Apolodoria y otros personajes históricos, pero esa no es la parte más importante: lo fascinante es cómo se usa la figura de Cleopatra como arma, símbolo de manipulación, de poder corporal y seducción, al mismo tiempo que se revela vulnerable, humana, contradictoria.

Cleopatra no es solo reina de Egipto: en este film se convierte en emblema animal del deseo, en reina del fingimiento—que atrae, que engaña, que usa su cuerpo como tablero político. Su relación con Antonio, su juego con César, los consejos oscuros de Apolodoria: todo eso construye un personaje que domina, sí, pero también se consume en la ambición, la soledad, el peso del sacrificio.
Estilo visual y audacia estética
Aquí radica lo más estimulante de Cleopatra: Queen of Sex. No es pornografía, aunque algunos lo vendieron como tal cuando se estrenó en EE.UU., con una autoasignación de calificación X hecha por distribuidores externos. Esa estrategia comercial buscaba atraer miradas escandalosas, pero también encerraba un equívoco: la película juega con lo erótico, con la desnudez, sí, pero también con el simbolismo, con lo sugerido, con lo onírico.

Visualmente, la película fluctúa entre lo convencional y lo experimental. Hay escenas de desnudez, de erotismo, pero también abundan los momentos estilizados, imágenes surrealistas, cambios de estilo en la animación, planos que parecen cuadros, fondos exuberantes, colores vibrantes, decorados exóticos. Esa mezcla de fantasía visual con elementos históricos y de ciencia ficción crea un desajuste bello: la Cleopatra de Tezuka no es verdadera, es mito reinventado, es fantasía de deseo.
Recepción, escándalo y fracaso como destino
En Japón, la película no fue un éxito rotundo; el público parecía no saber bien qué hacer con ella. En Estados Unidos, la versión subtitulada bajo el título Cleopatra: Queen of Sex apenas consiguió audiencia: muchos fueron engañados por su publicidad (carteles proclamando pornografía extrema), lo que generó devoluciones.

Críticos elogian algunos aspectos —los fondos, el color, los momentos estéticos— y censuran otros —la comedia vulgar, el desequilibrio narrativo, la superficialidad de ciertos pasajes. Lo que para unos es exceso, para otros es riesgo liberador.
Simbolismo, paradoja y legado
La película no se limita al retrato de una mujer poderosa: explora cómo los mitos se construyen en torno al cuerpo, al erotismo, a la seducción política. Cleopatra aquí es artista en la manipulación, pero también víctima de sus propias armas. El uso del viaje en el tiempo es metáfora de cómo el pasado se reinventa, de cómo los relatos históricos siempre llegan sesgados, cargados de deseo, de poder, de fantasía.
También es notable que esta obra pertenezca a una época (finales de los 60, principios de los 70) donde Japón estaba experimentando con la liberación sexual, con las fronteras de la censura, con nuevas formas de animación adulta. Cleopatra forma parte de ese estallido de lo prohibido, de lo marginal, de lo que no era pensado para niños .
Crítica lírica
Permíteme imaginar: la cámara se acerca al cuerpo de Cleopatra, no para admirar su perfección, sino para leer sus grietas, sus dudas. Hay momentos en que la reina siente el peso del trono más que el calor de sus amantes. Osamu Tezuka traza líneas de sensualidad, sí, pero también sombras de soledad. En esa dualidad radica la potencia del film: en la belleza acompañada de amargura.

El erotismo no es gratuito —o, si lo es, no del todo—, porque se convierte en herramienta para desvelar cosas: el poder sexual como arma política, la mirada masculina como espejo distorsionado, la reina que decide, que traiciona, que se rinde. Cleopatra no es objeto pasivo, aunque muchos la tratan como tal. Tezuka la rehúsa: la hace sujeto.
Conclusión
Cleopatra: Queen of Sex es film imperfecto, híbrido, polémico, raro. Pero también es valioso. Es una obra que invita al espectador no solo al deleite visual o al escándalo, sino al interrogatorio: ¿qué significa el deseo en política? ¿cómo se construye la imagen de las mujeres poderosas? ¿cómo se mezclan mito, historia y fantasía para construir identidades?
Quizá su gran fracaso comercial (y su éxito parcial de culto) radica en que no dio lo que prometía (una pornografía explícita), sino algo más sutil, más desorientador: un laberinto de deseo, erotismo, poder, tiempo y fantasía.
Si algo queda claro al cabo de los años es que esta Cleopatra no es la de Hollywood, ni la de los libros escolares: es una reina que arde, seduce, miente, llora, conspira, y al final se consume en su propia leyenda. Y eso, para el cine, es lo que importa: no solo contar la historia, sino hacer que el mito, el fantasma que lo rodea, resucite con sus luces y sus grietas.