En un futuro apocalíptico, la sociedad ha quedado alienada por el sistema. Un grupo de ancianos sabios conforman la resistencia que planea derrocar al régimen del tirano Prossor. Con la llegada de un guerrero motorista de espíritu libre, en el que creen ver al esperado mesías, intentarán lograr su objetivo, uniéndose también con distintas pandillas.
El guerrero del mundo perdido (1983) es una película que no sólo existe en los márgenes de lo postapocalíptico, sino que se nutre de los detalles y contradicciones de su propia marginalidad. Dirigida por David Worth y protagonizada por el enigmático Robert Ginty, esta pieza encapsula la esencia de la explotación ochentera, vestida de ficción especulativa y decorada con los tonos sombríos de un universo devastado. Es una obra que no pretende iluminar el camino, sino perderse en él, con una narrativa sin dirección definida y una estética de bajo presupuesto que logra configurar un mosaico caótico y a la vez fascinante.
Aquí, en esta «nueva era» de la humanidad, el orden está representado por la opresión totalitaria de Prossor, interpretado con un tipo de misticismo amenazante por Donald Pleasence, quien se convierte en la cara de una distopía que controla la vida, la muerte y hasta las propias ruinas de lo que queda de la civilización. Prossor no es solo un villano; es una suerte de sombra omnipresente, un símbolo del poder y su absurdo, una alegoría de la desesperanza institucionalizada en un mundo reducido a escombros.
El protagonista de este extraño viaje es un guerrero sin nombre, un antihéroe de rasgos desdibujados que, equipado con una motocicleta parlante —un ingenio mecánico que podría evocar a las míticas monturas de la literatura artúrica si no fuera por su kitsch innegable—, se embarca en una lucha tan épica como contradictoria. Y aquí yace uno de los muchos juegos irónicos del film: la paradoja de un héroe silencioso y casi carente de personalidad. Robert Ginty, un rostro tan imperturbable como ajeno a la acción, parece desplazarse en este universo con la misma resignación que el espectador, que, consciente de las limitaciones y las promesas rotas del guion, se deja llevar por el absurdo.
Desde una perspectiva técnica, El guerrero del mundo perdido carece de la finura y el detalle que esperamos en una narrativa visual coherente. Worth se adentra en este terreno inhóspito con una dirección que podría tildarse de rudimentaria, poblada de tomas inestables, efectos especiales que, en su anacronismo, rozan lo artesanal y una edición que deja mucho a la imaginación. Sin embargo, sería una injusticia descartar estas elecciones como errores; al contrario, estos mismos defectos, en lugar de ocultarse, se abrazan con una honestidad que parece gritar su condición de cine exploitation. Como el guerrero en su motocicleta, la película se mueve a trompicones, sin plan ni destino claro, hacia un espacio donde la narrativa pierde peso frente a la estética de la desolación.
En cuanto a la estructura narrativa, Worth construye una suerte de espectáculo de resistencia, poblado de tribus urbanas —karatecas, punks, amazonas futuristas— que, más allá de sus roles en la trama, representan un collage de subculturas de la época, atrapadas en un lienzo sin horizonte ni redención. En este sentido, El guerrero del mundo perdido se convierte en un espejo de su propia época, un testimonio exagerado de un futuro que, desde la perspectiva de los años ochenta, era el epítome de lo inhumano.
Quizás el verdadero logro de esta obra reside en su valor como experiencia sensorial, donde los rostros de Ginty y Pleasence se vuelven casi arquetipos, imágenes hipnóticas en un mundo sin esperanzas. La película, con su caos y su insubordinación narrativa, encapsula lo absurdo del cine de explotación, su rechazo a cualquier estructura predecible y su capacidad de fascinar desde la pobreza estilística.
El guerrero del mundo perdido no se preocupa por ser un viaje comprensible; es, en el sentido más puro, un laberinto construido de escombros, una travesía al borde de la coherencia, una obra perdida en su propia búsqueda de significado.
Subproducto italiano del genero post apocalíptico, con mezcla de un batiburrillo de conceptos, desde The Warriors, V, Mád Máx II y El coche fantástico, aunque con muy poco acierto tanto en un guión cochambroso como en una dirección torpe. Homenaje involuntario de Pleasance vestido de Blofeld, solo le falta el gato.
Escenas de acción malas, con subfusiles de todo a 100 y un ruidito ridículo, una moto computadora tipo KITT que dice tacos y palabrotas y un héroe macho-alfa con barba de tres días. Es una pena, pues tenia mas medios que los bodrios actuales.
Esta cinta parece inspirar demasiado al cómic de los años 1985-87 Slash Maraud en cuanto al héroe que va en moto, que busca la ayuda de motoristas nazis, amazonas, punks, y karatecas y que junto a la Resistencia pretenden acabar con el opresor. Suena bien, como Kung Fury, pero su desarrollo es lastimoso.Tiene escenas delirantes, aunque involuntariamente, como los karatekas atacando a los soldados en la batalla final, acertando todos los tiros, aunque no apunten, o esos maniquíes que caen de las alturas y que son inconfundibles, o ese secundario que es un Clint Eastwood de baratillo, creyendo su papel y dando una arenga de vergüenza ajena, pero no es nada comparado con el surrealista final, en el que, subidos en un andamio, los combatientes entrelazan sus brazos, paletos con amazonas, nazis con karatekas, cantando y balanceándose, como si fuesen los niños de Betty Misiego, una canción de esas de We are the world.
Muy de los ochenta. Solo para nostálgicos del cine trash.
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