Norma Jean fue Marilyn Monroe, Marilyn Monroe es simplemente el cine

Si alguna vez el cine ha tenido un ícono que podría ser definido, sin atisbo de duda, como el número uno, ese lugar indiscutible pertenece a Marilyn Monroe, la inolvidable protagonista de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959). La figura de Marilyn trasciende la categoría de actriz para convertirse en estrella absoluta, en un mito imperecedero del séptimo arte, cuyo brillo ha desafiado las décadas. Aquella mujer de cabellera rubio platino encarnó, como ninguna otra, la sensualidad, el erotismo y el descaro, atributos que la convirtieron no solo en un modelo de belleza femenina, sino también en un símbolo cultural que desafió las convenciones de su tiempo. Marilyn fue mucho más que un rostro hermoso en la pantalla: se erigió como un estandarte de liberación femenina en una época en la que las mujeres aún cargaban con un «burka invisible», una opresión que limitaba sus aspiraciones y su capacidad de expresión. En los años cincuenta y sesenta, cuando la sociedad comenzaba a tambalearse entre los códigos tradicionales y el despertar de nuevas libertades, Marilyn supo hacerse un hueco para representar, con valentía y vulnerabilidad, un cambio silencioso pero significativo.

Sin embargo, como ocurre con tantas leyendas del cine, la luz de Marilyn Monroe fue también su condena. Norma Jeane Baker, la mujer tras el mito, fue eclipsada y, finalmente, devorada por el implacable engranaje del Star System. Aquel sistema de producción hollywoodense, que elevaba a los artistas a la categoría de dioses solo para abandonarlos cuando el brillo comenzaba a atenuarse, consumió la esencia de Marilyn hasta dejarla vacía. La industria cinematográfica, con su desmedida ambición y su cruel indiferencia, la moldeó, la explotó y, al final, la perdió. Ella, que parecía hecha para la pantalla grande, era también un ser frágil, vulnerable ante los rigores de una fama que no siempre supo manejar. Al mismo tiempo, su imágen pública, aquella mezcla electrizante de inocencia y provocación, no permitió que el mundo viera a la mujer real que habitaba detrás del mito.

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Con la pérdida de Marilyn Monroe, el cine clásico de Hollywood perdió su última gran estrella, su lámpara mágica capaz de iluminar las salas oscuras con un magnetismo que desbordaba la pantalla. La industria, que había cimentado su esplendor en figuras como la suya, jamás volvía a ser igual. Aquel brillo particular, ese encanto inigualable, se disipó poco a poco con el ocaso del sistema de los grandes estudios. Marilyn no fue solo una estrella más: fue la representación de un Hollywood ya perdido, un tiempo en el que el cine era más grande que la vida misma y sus ídolos parecían inmortales.

En este 2016, a noventa años de su nacimiento, Marilyn Monroe sigue siendo un fenómeno cultural sin parangón. Su rostro, eternamente joven y resplandeciente, sigue adornando murales, fotografías y pantallas de todo el mundo. Es un recordatorio de que los mitos nunca mueren, porque sus historias permanecen vivas en nuestra imaginación colectiva. Marilyn Monroe no solo fue la estrella más grande que Hollywood ha conocido: es, sin lugar a dudas, un ícono imperecedero que simboliza la belleza, el arte y la tragedia del cine mismo.

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