El periodo de cine clásico o como algunos lo denominan (la época dorada de Hollywood) comenzó con la introducción del sonido en la cinematografía. Aunque existe cierta discrepancia sobre cuándo comenzó oficialmente la era del sonido, el lanzamiento de The Jazz Singer (1927) significó un cambio radical en la industria del cine. Por primera vez el sonido se reproduce a través de los altavoces que rodean un cine mientras las imágenes se reproducen en la pantalla. En 1929, casi todas las películas lanzadas usaban sonido.
El cine clásico de Hollywood fue una etapa del cine americano lleno de ensoñación, glamour y excesos, que hicieron de la industria de cine norteamericana un icono global. Este periodo se engloba entre mediados de los años 30 hasta finales de la década de los 50, una época que muchos han idealizado y vanagloriado a lo largo de los años. 
Aunque es cierto que muchas de las películas más fascinantes de la historia del cine, se llevaron a cabo durante este periodo, la verdad es que reinaba cierta tiranía dentro de los estudios cinematográficos más importantes de aquel momento. El cine clásico americano, desprendió una inmensa corriente creativa y de grandes innovaciones, pero también es cierto que había cierto totalitarismo y monopolio reinante en aquel Hollywood. 

Durante este tiempo, hubo un puñado de géneros que se fueron introduciendo poco a poco al mundo sonoro; géneros como el western, la comedia del slapstick o los musicales fueron algunos de los géneros que empezaron a usar sonido en sus películas, tras haber cosechado un glorioso periodo en el cine mudo. Una gran parte de la población norteamericana de finales de la década de los años 20, encontraron en las salas de cine un refugio donde aguardarse de la gran crisis económica que estaba sufriendo el país. No solo utilizaban las salas de cine como escape, sino que también buscaban un significado en esas maravillosas historias. Las películas de estos años,  usaban frecuentemente elementos como el deseo o la pérdida para construir sus tramas; tramas con las que  el público de aquellos años de recesión podrían identificarse.


LAS 5 GRANDES MAJORS DE LOS 30
En su momento de máximo apogeo, la industria estaba dominada por los llamados «Cinco Grandes» (Metro-Goldwyn-Mayer, Paramount Pictures, Warner Bros, 20th Century Fox y RKO Pictures), aunque dependiendo del momento histórico sus nombres habían ido cambiando. Su poder llegó a ser prácticamente omnímodo. No necesitaban productoras externas porque en sus instalaciones construían platós de interiores y de exteriores en los que podían rodar escenas ambientadas en cualquier entorno imaginable; en unas decenas o cientos de metros, un equipo de rodaje podía pasar de unos decorados que simulaban apartamentos a unos jardines que imitaban la selva tropical, y así rodar toda clase de películas sin parar. Todos los involucrados en cada película, técnicos y artistas, estaban a sueldo del estudio. Incluso las grandes estrellas eran simples empleados; si bien podían cobrar salarios verdaderamente astronómicos, tenían nula libertad. Debían trabajar para el estudio que los tenía bajo contrato, excepto préstamos ocasionales que a veces se hacían entre estudios por cuestiones de conveniencia. 
Las estrellas, por importantes que fuesen, rara vez tenían influencia en el proceso artístico y, si por ejemplo el estudio decidía encasillarlos en un tipo de papel o hacerles trabajar en películas poco interesantes, tenían que bajar la cabeza y aceptar su destino. A cambio se les concedía toda clase de lujos y caprichos, y además se cuidaba con mimo su imagen pública. De hecho, cuando un estudio se fijaba en un actor o actriz joven, los modelaban desde el principio; empezaban por cambiarles el nombre, y los apellidos judíos solían desaparecer, así como los latinos, salvo que los requerimientos del encasillamiento dictasen lo contrario (por eso a una tal Margarita Cansino, de raíces andaluzas, la conocemos como Rita Hayworth). Se les ofrecían clases de dicción, baile o pasarela. Se les enseñaba a caminar, a moverse, a vestir, a comportarse de manera elegante durante las apariciones públicas. Debido a esto había algo que distinguía a aquellas estrellas de las actuales, el glamour. Aquellos actores trabajaban duro para sus jefes, pero su imagen pública era cuidadosamente perfilada y se les hacía parecer dioses intocables e inalcanzables. 
Los Estados Unidos no tenían aristocracia ni realeza, así que las estrellas de Hollywood terminaron cumpliendo esa función. El glamour era considerado fundamental y los estudios peleaban con vigor para evitar que los trapos sucios fuesen conocidos por los espectadores. El control de la imagen proyectada por los actores era tan estricto que en muchas ocasiones se arreglaban romances —por lo general fingidos, entre dos intérpretes empleados por el mismo estudio— que incluían «citas» públicas ante la prensa, con lo que se añadía morbo a las películas que hiciesen juntos o sencillamente se obtenía publicidad gratuita gracias a las revistas de cotilleo. Y no era raro que, al terminar aquellas pantomimas ante los fotógrafos, ambos «novios» salieran pitando para retozar por separado con sus auténticas parejas o con su carrusel de conquistas. En Hollywood, además, abundaban los homosexuales, lesbianas y bisexuales, lo cual no era ningún secreto dentro del negocio pero sí se maquillaba de cara a una sociedad todavía muy cerrada. Eso sí, entre bastidores, a los actores se les permitía hacer lo que les viniese en gana; los estudios sabían que el sexo era uno de los alicientes para mantener contentos a sus grandes nombres. Es más, muchos ejecutivos y productores se comportaban del mismo modo, por lo general con aspirantes a estrella que, bien a sabiendas o bien de manera cándida, entraban en el mercadeo sexual que formaba parte del engranaje empresarial. Más delicado era el asunto de las drogas o del alcohol, que podía resultar más difícil de ocultar cuando llegaba a afectar al aspecto y la conducta de los actores. Mientras una estrella cumpliese con los duros rodajes y atrajese espectadores a la taquilla, se le concedía manga ancha y se ignoraban sus excesos. Pero cuando esos excesos le pasaban visible factura los estudios no tenían piedad y la caída de un intérprete podía ser tremenda. 

Hoy en día se permite que gente como Robert Downey Jr. presuma de sus antiguas aventuras con las drogas y pueda volver a trabajar en primera línea; es más, un pasado escabroso se ha convertido en una buena manera de obtener publicidad. Pero en el sistema de estudios sucedía todo lo contrario: ese tipo de publicidad era evitada a toda costa. Algo parecido pasaba si un estilo de película pasaba de moda; como los actores solían estar muy encasillados y tenían poca libertad artística, no era raro que se hundiesen junto a un género. Y cuando alguien caía de su pedestal, podía confiar en que nunca conseguiría recuperar su lugar, porque los estudios siempre tenían recambios a mano… para que nos hagamos una idea, en la década de los treinta la Metro-Goldwyn-Mayer tenía en plantilla a más de cincuenta actores de renombre.

Estrenos como los de Cumbres borrascosas (1939), Lo que el viento se llevó (1939), El mago de Oz (1939) o Casablanca (1942), abrieron un nuevo periodo de plenitud en la industria hollywoodiense .Todas las películas estrenadas durante estos años se caracterizaron por los distintos avances que presentaban. Hubo tres elementos primordiales que marcaron el cine de estos años: los dispositivos cinematográficos que se empezaron a utilizar, tramas con una construcción narrativa mucho más sólida y una tecnología más puntera.

CAPÍTULO 2

Por lucenpop

Autor y director de las webs: Videoclub CinematteFlix, Lucenpop y Passionatte