Grandes Fracasos by Lucen | EL CADILLAC ROSA | Sin duda no es Gran Torino

Corría el año 1989 y el cine de acción vivía su edad dorada, especialmente esa rama con tintes humorísticos cobijada bajo el emblema de la buddy movie. Clint Eastwood, aunque diferente al prototipo musculoso que reinaba entonces, seguía siendo una estrella del género: su presencia imponía, su físico maduro conservaba una fuerza admirable, y aquellos pectorales y bíceps esculpidos desafiaban el paso del tiempo. La conclusión de los productores fue clara: había que apostar por una cinta de acción capaz de conquistar la taquilla al nivel de los grandes éxitos policíacos de la época.

zCnLDEBhxhq35uLRfDCNeEZggJ8-1024x576 Grandes Fracasos by Lucen | EL CADILLAC ROSA | Sin duda no es Gran Torino

Pero el éxito nunca llegó. El Cadillac rosa, firmada oficialmente por Buddy Van Horn —aunque, según los entendidos, en realidad guiada por la mano férrea de Clint Eastwood, con Van Horn como mero ejecutor de sus órdenes— terminó siendo un auténtico descalabro. Y sí, se percibe la impronta de Eastwood en la puesta en escena, pero no en su faceta brillante, sino en la más torpe: esas cámaras subjetivas, mal empleadas en numerosas secuencias de acción, delatan una dirección errática y poco inspirada.

Lo más doloroso, quizá, es que la estructura de esta película recuerda demasiado a un episodio cualquiera de The A-Team, conocido en España como El equipo A. En esencia, Eastwood asume aquí el papel de un Hannibal Smith solitario: astuto, noble, honesto, amante de los disfraces y las tretas ingeniosas… pero desprovisto de la chispa que aportaba el resto del equipo. No, nada de cómplices ni camaradería: el viejo Clint se lanza solo contra el mundo. Ah, y está Bernadette Peters, que transita entre un magnetismo sensual y destellos de amargura a lo largo del metraje.
Una película mediocre, cuya historia bien podría haberse contado en bastante menos tiempo.

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CONCLUSIÓN

Antes de alcanzar la plenitud creativa con Sin perdón y de encadenar esa prodigiosa serie de grandes películas que se extiende hasta hoy, el viejo Clint parecía navegar sin rumbo a finales de los ochenta, protagonizando varias cintas francamente mediocres. Cadillac rosa es un ejemplo claro. En ella, Eastwood interpreta a un cazarrecompensas que da caza a fugitivos recurriendo a métodos tan inusuales como disfraces y engaños elaborados. Todo se complica cuando captura a una mujer que ha violado su libertad condicional, casada con un holgazán de malas compañías. La fugitiva, harta de un marido inútil y rodeado de amistades peligrosas, huye con su hija, sin saber que en el maletero del coche lleva escondida una considerable suma de dinero perteneciente a los socios del marido: un grupo de paletos armados y racistas. Cuando Eastwood finalmente da con ella, ambos pasarán a ser el blanco de esos pistoleros.

Cadillac rosa es, en teoría, una película de acción con pinceladas de comedia, aunque la acción brilla por su ausencia. La firma el inseparable amigo de Eastwood, Buddy Van Horn, quien un año antes lo había dirigido en la exitosa La lista negra. Sin embargo, este Pink Cadillac se queda en una obra mediocre cuyo único momento realmente divertido es ver a Eastwood disfrazado de paleto mascador de tabaco para infiltrarse entre los pistoleros nazis. Todo lo demás resulta débil: la trama no logra atrapar, lastrada por un guion indeciso que nunca termina de comprometerse ni con la acción ni con la comedia, y tampoco ayuda el escaso carisma de la coprotagonista, una apagada Bernadette Peters. Entre los secundarios, sorprende apenas un destello fugaz de Jim Carrey imitando a un diminuto Elvis Presley, así como la breve aparición del rockero Bryan Adams.

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La película no es realmente ni comedia ni acción, y ahí radica su primer gran tropiezo: adopta un tono indefinido que nunca llega a anclarla en ningún género. Es demasiado seria para funcionar como comedia y arrancarte una sonrisa, pero demasiado absurda para tomarse en serio como una cinta de acción que te haga vibrar. Las secuencias de acción son un auténtico naufragio, tanto en su planteamiento narrativo como en su ejecución visual, y el argumento, que podría sostenerse durante cincuenta minutos, se estira de manera forzada hasta las dos horas. Es probable que Eastwood, aún marcado por sus dos grandes éxitos con Philo Beddoe y su orangután cómplice, creyera que bastaría con diseñar villanos caricaturescos y relegar la fuerza de la acción, confiando en que el supuesto “gancho cómico” atraparía al público. Pero el resultado le quitó la razón: dejó en evidencia que Eastwood, con su clasicismo innegable, no encajaba en los códigos del cine de acción tardío de los ochenta y albores de los noventa.

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