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Dos modelos finalistas para ser la portada de la chica del calendario, se baten en duelo para ver quien lo consigue. Desesperada por ganar, una de ellas ingiere una fórmula científica que según parece posee efectos de belleza. Sin embargo, sufre una mutación y comienza a crecer y crecer hasta convertirse en una gigantesca mujer y un peligro para la ciudad.

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‘Attack of the 60 Foot Centerfolds’: del colágeno al coloso

En el universo paralelo del cine de serie B, donde los pechos pueden ser más grandes que los planetas y la lógica científica se disuelve en bruma de neón y laca, Attack of the 60 Foot Centerfolds (1995) reina como una sátira tan descarada como autoconsciente. Dirigida por el prolífico Fred Olen Ray, esta película es al mismo tiempo homenaje, parodia y pastiche del clásico Attack of the 50 Foot Woman (1958), pero trasplantado al imaginario del erotismo noventero de videoclub y revistas para adultos.

Aquí, el gigantismo no es castigo sino aspiración; el cuerpo femenino, lejos de ser símbolo de amenaza, se transforma en espectáculo desmedido, carnaval corporal y publicidad de su propia hipertrofia.


Una trama que se ríe del espejo

La historia sigue a Angel, una modelo decidida a convertirse en la próxima «Centerfold del año», quien se somete a un tratamiento experimental de realce estético que termina por agrandarla… literalmente. Pronto mide 60 pies (unos 18 metros), y su anatomía ya no cabe en los marcos convencionales del deseo, ni del encuadre. Junto a ella, otras rivales también crecen desmesuradamente, desatando una lucha entre amazonas en bikini por el título de belleza más colosal.

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Todo el argumento puede sonar absurdo —y lo es—, pero en su núcleo late una crítica en clave pop sobre la obsesión con la cirugía plástica, la competencia femenina inducida por la industria del entretenimiento y la literalización de la “mujer objeto”.


Dirección y puesta en escena: el kitsch como arte

Fred Olen Ray filma como quien edita una revista con plastilina y luces de neón. Los decorados son precarios, los efectos especiales rudimentarios, y sin embargo hay una alegría artesanal en cada plano. Las maquetas de ciudad, los chromas mal alineados y las escenas de las modelos gigantes caminando entre edificios de cartón piedra evocan el cine fantástico japonés de bajo presupuesto, pero tamizado por la estética softcore de los años noventa.

La fotografía, a cargo de Gary Graver —quien había trabajado con Orson Welles— está bañada en tonos cálidos, rosados, a veces crepusculares, y otorga a los cuerpos femeninos una luz artificialmente gloriosa, casi publicitaria. La dirección de arte apuesta por una iconografía que combina Playboy, ciencia ficción retro y videoclip de glam metal, como si todo el film fuera el sueño húmedo de un adolescente encerrado en el sótano con su televisión por cable.


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Lenguaje fílmico: el cuerpo como parodia monumental

El cuerpo de la mujer —ese campo simbólico donde se ha jugado desde siempre la batalla entre el deseo y el control— es aquí exagerado hasta convertirse en caricatura. Pero a diferencia del cine de horror que convierte a la mujer gigante en monstruo vengativo, Fred Olen Ray transforma a sus protagonistas en titanes risueños. La ampliación física no va acompañada de oscuridad moral, sino de un tono de slapstick sexy: caen edificios, se rompen sujetadores, se escapan gritos y suspiros amplificados.

El plano detalle convive con la superposición de escalas. El zoom cómico —marca registrada de este tipo de cine— sustituye al suspense: cuando una mujer de 60 pies da un paso, la cámara tiembla pero el espectador se ríe, no tiembla. Es un lenguaje visual que no pretende engañar al ojo, sino jugar con él, provocarlo, seducirlo con candor vulgar.


Erotismo sin culpa y monstruosidad sin horror

Lo que diferencia a Attack of the 60 Foot Centerfolds de otras producciones del softcore noventero es su tono lúdico. Aquí no hay pretensión de arte erótico ni tentativas de transgresión psicológica. La desnudez es casi decorativa, los pechos gigantes son más cómicos que libidinosos, y la sexualidad está pintada con colores chillones de cómic adolescente. Pero precisamente por eso, el film se siente más honesto que muchas producciones de falso prestigio erótico. No hay subtexto escondido, sino una fiesta desatada del artificio.

La monstruosidad —si es que puede llamarse así— no está en el cuerpo femenino transformado, sino en la sociedad que lo exige perfecto y disponible. La película exagera la estética del cuerpo intervenido hasta volverla grotesca, pero sin abandonar el humor ni el afecto por sus protagonistas. Es una parodia del mito contemporáneo de la belleza; una especie de Frankenstein siliconado que baila al ritmo de los créditos.


Epílogo en VHS

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Attack of the 60 Foot Centerfolds no fue concebida para salas de cine sino para estanterías de videoclub, para las madrugadas solitarias de algún canal por cable, para el consumo irónico de un público demasiado acostumbrado al porno sin alma. Y sin embargo, como muchas obras malditas del cine trash, resiste el paso del tiempo con una sonrisa de látex y purpurina.

Lo que parecía una broma ha terminado siendo un pequeño manifiesto: el cuerpo femenino no cabe en las reglas del deseo normado, ni en el plano académico, ni en el bisturí. A veces, como aquí, el cuerpo crece hasta romper la pantalla. Y ríe. Y goza. Y hace temblar la ciudad, aunque sea de cartón.

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