Videoclub + crítica ‘Saigon’ (1988): un policiaco perdido en la jungla del olvido

Videoclub + crítica ‘Saigon’ (1988): un policiaco perdido en la jungla del olvido

Desde mediados de los años setenta hasta el final de los ochenta, Hollywood convirtió la guerra de Vietnam en un nuevo Oeste. Un paisaje mítico donde cabían todos los géneros: epopeyas bélicas, dramas sociales, comedias ácidas, excesos de acción y hasta experimentos policiacos. La selva sustituyó a las calles de San Francisco o Nueva York, y los helicópteros reemplazaron a los caballos. Dentro de esa corriente insólita se sitúa Saigon (1988), un buddy movie en apariencia, pero disfrazado de Vietnam, que demuestra hasta qué punto el conflicto podía ser moldeado en cualquier dirección narrativa.

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Christopher Crowe dirigió aquí lo que, visto hoy, es casi una pieza única. No porque revolucionara el género, sino porque lo abrazó con una seriedad inhabitual para el Hollywood tardío de los ochenta. Saigon es un thriller policial duro, sin concesiones cómicas, sin alivios para la taquilla, sin ese barniz de espectáculo ligero que tantas producciones de la época aplicaban a los relatos de guerra. De hecho, si no fuera por su desenlace, un tanto efectista en contraste con la sobriedad del resto del metraje, estaríamos ante un ejercicio redondo. El 95% de la película funciona como un mecanismo preciso, sin fisuras, sólido como el acero de sus personajes.

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El exotismo del Vietnam sirve aquí como telón de fondo para un relato que, en otras manos, habría transcurrido en Los Ángeles o Chicago. Sin embargo, ese simple traslado convierte el film en un objeto raro, en un policial con aura bélica, donde no faltan helicópteros, tiroteos y ecos visuales de Apocalypse Now o La chaqueta metálica. La diferencia es que la historia nunca pretende competir con ellas: Saigon es un thriller con la guerra de fondo, no un alegato antibélico disfrazado de thriller.

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La producción, fechada en 1988, asegura un acabado técnico impecable. La fotografía de David Gribble posee esa textura irrepetible del celuloide: grano, luz natural y un color que emana autenticidad. La banda sonora de James Newton Howard, aún en los albores de su carrera, añade tensión y matices emocionales sin caer en subrayados. El diseño de producción, sin CGI ni artificios digitales, confiere al film un peso físico que hoy resulta casi un lujo arqueológico.

Y luego están los intérpretes. Willem Dafoe, en su plenitud magnética, domina cada plano con la intensidad que le convirtió en uno de los actores más enigmáticos de los ochenta. Frente a él, Gregory Hines aporta un contrapunto cálido pero firme, dotando a la pareja policial de esa química grave que no necesita chistes ni guiños para ser creíble. Juntos construyen una relación en la que el espectador cree desde el primer minuto.

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En su momento, Saigon pasó casi inadvertida. El boom de películas mayores —autores de peso, epopeyas oscarizables, estrenos que copaban conversación y cartelera— dejó a esta joya relegada al olvido. Hoy, estrenada en una plataforma como Netflix, sería un acontecimiento, un fenómeno redescubierto, un trending topic de crítica y público. Pero en 1988 fue “una más”. Y sin embargo, no lo es.

Revisada hoy, Saigon se revela como lo que siempre fue: un policial serio, sólido y sorprendente, un thriller escondido bajo la sombra de Vietnam que merece ser reivindicado como una de esas joyas secretas del cine de los ochenta. Un film que recuerda que, antes de los algoritmos y los estrenos globales, también había obras discretas que sobrevivían al margen del ruido. Ver o descargar Saigon

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