Superman 2025 contra Capitán américa 2025: la diferencia entre el alma y la máquina

Este 2025 nos ha dejado frente a frente a Capitán América: un nuevo mundo y a Superman 2025, y no puedo evitar sentir que ahí, en ese contraste, se condensa el presente y quizás el futuro del género.

Lo de Disney con el nuevo Capitán América es lo mismo de siempre, solo que cada vez más vacío. Una narración lineal, sin matices, pensada más como un producto que como una película. Todo avanza como en una cadena de montaje: las frases suenan correctas pero sin emoción, las escenas encajan como piezas de un puzzle que alguien armó con plantillas, y los personajes se mueven sin vida, como marionetas obedeciendo un guion dictado por un algoritmo. No hay riesgo, no hay mirada personal, no hay cine. Es el blockbuster entendido como manual de instrucciones, como fórmula matemática que busca agradar a todos para, en realidad, no emocionar a nadie. Y lo más desolador es esa sensación de frialdad, de estar ante una obra que ni siquiera tiene la huella de un director de carne y hueso, sino de una junta de ejecutivos que aprietan botones y producen imágenes.

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Con Superman 2025, en cambio, me encontré con otra cosa. No diré que es una obra maestra ni que rompe todas las cadenas del género, pero sí que respira. Tiene personalidad, aunque sea heredada en parte del estilo irreverente y ligero que Guardianes de la galaxia impuso hace una década. Sin embargo, lo importante aquí es que se atreven a mostrar un Superman diferente, menos acartonado, más humano. Los personajes no parecen simples moldes, sino figuras con matices, con gestos y contradicciones. Hay humor, pero también hay emoción genuina, y lo más importante: se percibe que hay una intención artística, un intento de contar algo nuevo dentro de un universo que parecía condenado a repetirse.

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Un ejemplo claro está en una de sus escenas más delicadas: ese momento en el que Clark Kent besa a Lois Lane bajo un fulgor inesperado. Y aquí quiero detenerme, porque lo que me conmueve no es el guiño cinéfilo ni la referencia a Hitchcock, sino el simple hecho de que detrás de esa imagen se adivina a un equipo humano, a alguien que pensó que el amor de estos personajes merecía un encuadre poético. No son fuegos artificiales como en Atrapa a un ladrón, sino las luces fantasmagóricas que desprende una criatura alienígena, pero lo que importa no es el recurso en sí, sino la sensación de que alguien, con sensibilidad y con memoria cultural, decidió crear una metáfora visual y no una postal prefabricada por un software. Ese detalle, pequeño pero evidente, me dice que hay manos humanas y no únicamente algoritmos detrás de la cámara.

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Ahí está, para mí, la gran diferencia. Disney, con Capitán América: un nuevo mundo, entrega un producto que parece escrito, montado y pulido por una máquina. DC, con Superman 2025, nos recuerda que incluso dentro de la maquinaria del blockbuster se puede intentar respirar, se puede arriesgar, se puede dejar que un personaje viva más allá de la lista de casillas a marcar.

Y quizás no estemos ante la reinvención total del superhéroe, pero sí ante un recordatorio: el cine, incluso el cine más comercial, necesita alma. Y el alma, al contrario de lo que algunos parecen creer, no se programa. Se filma, se arriesga, se siente.

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