Crítica by Lucen «Las guerreras K-pop»
El nuevo mantra de Hollywood ya no es “crear”, sino “conquistar”. Y en esa misión, los Mad Men modernos, los arquitectos del marketing estadounidense, han encontrado su campo de batalla definitivo: el streaming global. Ya no se trata de vender un Big Mac en la Plaza Roja, sino de colonizar los hogares del planeta con productos culturales diseñados para ser tan ubicuos y anodinos como la comida rápida. Es en este contexto, y no en el de la crítica cinematográfica tradicional, donde debemos analizar el fenómeno de «Las guerreras K-pop», la película de Sony que, tras ser adquirida por Netflix, se ha promocionado como el «film más visto de la historia de la plataforma».

Este tipo de anuncio, que a primera vista se presenta como un triunfo, es en realidad el síntoma de una enfermedad creativa. No es un hito de la calidad, sino una victoria algorítmica. Un éxito de la ingeniería de datos y el diseño de producto, no de la autoría o la visión artística. Lo que se nos vende como un récord de audiencia no es más que la prueba de la eficacia de una fórmula: una fusión perfecta de tendencias que la maquinaria de marketing de Netflix ha sabido explotar con una precisión casi quirúrgica.
La película, lejos de ser una obra con alma, se asemeja a un ensamblaje de piezas prefabricadas. Los ingredientes son obvios y calculados: el fenómeno global del K-pop, una estética visual de manga rosa, el humor autoreferencial y un argumento de fantasía urbana que sirve de mero andamio. Cada elemento está ahí porque ha sido validado por un algoritmo de engagement, no porque un creador lo sintiera como una necesidad narrativa. El resultado es un producto tan perfectamente pulido que carece de cualquier arista. Es el tipo de filme que cumple con todos los requisitos para ser consumido, pero que no deja rastro una vez que la pantalla se apaga.

En este sentido, la crítica original que califica la película como «entretenimiento ligero» y «consciente de sí misma» es, en sí misma, parte del problema. Al aceptar estos términos, se valida la propuesta. Se asume que una película puede ser un éxito simplemente por ser “funcional”, “colorida” y “divertida”, sin que importe la total ausencia de originalidad o de riesgo. Se baja la vara creativa para complacer a una lógica de mercado que lo valora todo en términos de métricas de visionado y tiempo de permanencia.
«Las guerreras K-pop» no es un triunfo del cine, sino de la producción en cadena. Un objeto cultural sin alma que se ha convertido en la punta de lanza de una estrategia de marketing global diseñada para dominar las portadas y los algoritmos, mientras el verdadero arte, el que emociona y perdura, queda relegado a la periferia. Es un triunfo del Big Data sobre la narración, una victoria de la estadística sobre el espíritu humano. Y es por eso que, al contemplar su éxito, deberíamos sentir una profunda melancolía, en vez de celebrar un hito vacío. Es la prueba de que en la nueva era del entretenimiento, el algoritmo ha dejado de ser una herramienta para convertirse en la deidad de la creación.