Crítica de 'Marcado para morir'

Crítica de 'Marcado para morir'

Crítica de ‘Marcado para morir’

‘Marcado para morir’: el arte de aceptar al héroe que no pretendía serlo

Crítica de ‘Marcado para morir’. Hablar de Chuck Norris como figura icónica del siglo XX es reconocerlo como un artefacto cultural, un arquetipo de acción que trasciende el cine para inscribirse en la mitología pop. Con sus puños como argumentos y su estoicismo como sello, Norris consolidó su presencia en el cine de los videoclubes, un espacio donde las cintas de acción encontraron su público ideal: jóvenes en busca de adrenalina, héroes de moral inquebrantable y dosis generosas de espectáculo. Sin embargo, preguntarse si ‘Marcado para morir’ (1981), dirigida por James Fargo, aguanta el paso del tiempo es enfrentarse a una cuestión más interesante: ¿puede este cine de fórmula sencilla seducir aún a un público que ha vivido la sofisticación de obras contemporáneas como Mad Max: Fury Road o las complejidades psicológicas de Drive? La respuesta, sorprendentemente, es sí, aunque con matices.

Crítica de 'Marcado para morir'
Crítica de 'Marcado para morir'

La trama: un héroe para tiempos simples
La narrativa, como bien apunta, es convencional y puede resultar incoherente en el contexto actual. Pero en su tiempo, estas películas no eran ejercicios de realismo, sino de fantasía masculina que coqueteaba con la justicia por mano propia, un eco del cine vigilante popularizado por Harry el sucio o El vengador anónimo. En Marcado para morir, el conflicto no es tanto la construcción de un mundo verosímil, sino el diseño de un protagonista cuyo ethos —el hombre que no retrocede, incluso cuando todo está perdido— es tan claro y comprensible como un mantra. Norris, con su inexpresividad casi budista, canaliza ese ethos a la perfección, creando una experiencia que funciona no tanto en términos narrativos, sino como una declaración de principios.

Crítica de 'Marcado para morir'
Crítica de 'Marcado para morir'

La vigencia de un legado imperfecto
Como bien señalas, Marcado para morir pertenece a un período anterior al fenómeno Cannon Films, cuando las producciones de acción aún se esforzaban por mantener un estándar mínimo de profesionalismo. Si la comparamos con obras como Código de silencio (1985), también de Norris, descubrimos que esta etapa inicial del actor se define por un equilibrio entre lo funcional y lo memorable, antes de abrazar plenamente la estética kitsch que dominaría el cine de acción de los 80. Es un cine que, al igual que los westerns de serie B de los años 50, requiere ser visto desde la perspectiva adecuada: con nostalgia y sin buscar en él una profundidad que nunca prometió.