El estreno de Deadpool nos ha hecho recordar que la oscuridad y la singularidad también han visitado el comic fílmico en otras épocas. Todos estamos de acuerdo que Deadpool es un producto muy particular que rompe radicalmente con el canon establecido por las grandes producciones de Disney Marvel y Warner DC, pero, también estamos de acuerdo que el planteamiento cinematográfico de la película es más bien escaso sino nulo. Por eso, hoy queremos recordar un film de superhéroes atípico, oscuro y que no por ello abandona una puesta en escena que poder degustar.

De este modo, queremos hacer un pequeño análisis de la estructura que articula una historia que al contrario que Deadpool, nunca olvida que el cine sea de la temática que sea, necesita una historia, un planteamiento, unos personajes y un leit motiv o hilo conductor sobre los que construir el castillo visual, los gag y las habituales set pieces de acción que acompañan a este tipo de producciones. Sam Raimi hace ya muchos años dejo claro, que el cine nunca puede olvidarse.
Para esto, el director de Evil Dead usa un símbolo visual sobre el que orquestar todo el entramado de este \”superhéroe\” tan peculiar. Así, Darkman se articula en tomo a las ideas de la mirada y de las apariencias. Tras los títulos de crédito, la primera imagen de la película es un primer plano del ojo de Peyton Westlake (Liam Neeson) mirando a través del visor de una cámara fotográfica; este plano tiene su correspondencia con los posteriores que también muestran el ojo de Peyton, convertido en Darkman, estableciendo así una relación causa-efecto entre los experimentos que lleva a cabo el protagonista y sus terribles consecuencias. Pero lo importante de este detalle es que ilustra la importancia que la mirada tiene en el film, lo cual a su vez está puesto en relación con la naturaleza de los experimentos de Peyton, la creación de una piel sintética que permite cambiar de aspecto físico y el punto de vista sobre lo monstruoso. Uno de los mayores logros de la película consiste en mostrar el proceso de transformación de Peyton de manera tanto física como psicológica: el protagonista pasa de ser un hombre a ser (o mejor dicho, a considerarse) un monstruo como resultado de las quemaduras sufridas. La cuestión se dirime en el terreno de las apariencias: Peyton llega a la conclusión de que es un monstruo por la sencilla razón de que parece un monstruo.

El film pone el acento en la lucha del pragmatismo del protagonista contra la evidencia de unas cicatrices que le convierten en un monstruo a los ojos de los demás: en pleno ataque de histeria y dolor ante lo horrible de su actual aspecto, Peyton solamente consigue serenarse diciéndose en voz alta: «Soy un científico, un científico»; pero las palabras y la actitud de Peyton encierran una enorme paradoja, ya que en el fondo todos sus esfuerzos van encaminados a recuperar las sensaciones físicas y emocionales que le han sido arrebatadas: téngase en cuenta que Peyton ha perdido el sentido del tacto como consecuencia de la anulación de un nervio vital que le ha sido cortado en el hospital a fin de aliviarle de la agonía de las quemaduras. Sus posteriores esfuerzos por recrear la piel sintética de su intención y con la misma reconstruir su aspecto original están encaminados a conseguir recuperar el amor de Julie (Frances McDorrnand): lo paradójico de la actitud científica de Peyton o de lo que él cree que es una actitud científica es que está dirigida a satisfacer una necesidad puramente sensitiva y visceral.
Ahora, acabamos de ver como un producto de género, serie B y consumo, no debe perder nunca la tela de araña invisible que sirve para sostener el espectáculo visual que acabamos viendo en pantalla. Raimi articula la mirada como recurso para contar un drama vestido con un disfraz o una apariencia de superhéroe que además de atrevido, exótico y particular, profundiza en el drama de sus personajes.
Comparado hoy día con Deadpool, hace que este último se quede sin tela que lo sostenga cayendo así al vacío de la ausencia de lenguaje cinematográfico lo que lo convierte en una simple apariencia que no puede ser degustado con un mirada más allá de la simpleza de sus gag.

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