Cuando fracasar sería un acto de heroísmo: por qué el derrumbe de ‘Superman’ podría salvar al cine
Desde hace años, el cine de superhéroes ha sido el dios monocorde de la industria: omnipresente, cansino, predecible. No hay épica sin desgaste cuando todo aspira a ser apoteósico. Hoy, con el estreno inminente de Superman bajo la batuta del muy hábil James Gunn, Warner y DC no solo depositan en el kryptoniano la esperanza de redención económica, sino también la restauración de una hegemonía narrativa ya exangüe. Pero, ¿y si el mayor favor que Superman pudiera hacernos fuese, precisamente, fracasar?
Porque, seamos sinceros: lo último que necesita el cine hoy es otro renacimiento superheroico. Ni el espectador aguanta más fórmulas recicladas, ni la industria puede permitirse seguir ignorando su propio hartazgo. El cine de superhéroes, que fue festín y fiebre, se ha vuelto muermo. Un océano de capas, rayos y frases solemnes donde flota el cadáver del asombro. Lo que necesita Warner —y quizás también Disney— no es otra tabla de salvación, sino el naufragio definitivo.
Un fracaso rotundo de Superman podría ser esa implosión catártica que limpie el cielo saturado de CGI. Podría abrir paso, por fin, a una nueva era de blockbusters no atados a universos compartidos, no pensados como plataformas de lanzamiento para spin-offs y secuelas, sino como películas únicas, audaces, creadas por artistas con visión y no por comités con Excel.
Ya no se trata de si Superman está bien o mal dirigida, ni siquiera de si emociona o no. Se trata de que su éxito marcaría el inicio de otra década en la que el músculo reemplaza al misterio, y el algoritmo a la imaginación. Gunn, en su afán de renovar el género, puede sin saberlo estar apuntalando su zombificación.
La idea de que el cine de superhéroes necesita ser «salvado» es, en sí misma, una muestra del delirio en que ha caído Hollywood: como si el cine espectáculo no pudiera existir fuera de los trajes ceñidos y los enemigos planetarios. Como si no hubieran existido jamás los Spielberg, los Cameron, los Ridley Scott, los Wachowski, los Verhoeven, capaces de conjugar taquilla con riesgo, invención con emoción.
Si Superman fracasa, Warner se verá obligada a mirar más allá del kryptoniano. Quizás recuerde que Mad Max: Fury Road también fue suya. Que hay un público hambriento de maravilla, sí, pero no de rutina. Que una sala de cine puede llenarse por una Dune, una Barbie, un Oppenheimer, un Todo a la vez en todas partes… si se les da espacio para existir sin que un superhéroe les respire en la nuca.
Por eso, el fracaso de Superman no debería leerse como una tragedia, sino como un sacrificio heroico. Como el último acto noble de un género que alguna vez nos hizo soñar, antes de volverse fábrica. Dejarlo ir no sería una derrota. Sería, paradójicamente, una victoria. Una pequeña liberación para el cine, que ansía volver a ser cine, no parque temático.
Así que sí: ojalá Superman se estrelle. Ojalá abra un cráter en el universo de los superhéroes tan grande que ni siquiera los Vengadores puedan taparlo. Y ojalá, de ese vacío, brote algo nuevo. Algo que, como el verdadero Superman, nos haga mirar al cielo con asombro… y no con resignación.