Crítica ‘Tiro mortal’ (1989)
En 1989, en pleno fragor de la fiebre del buddy cop movie, llegó a los cines Tiro mortal (Dead Bang), producción de Lorimar Television distribuida por Warner Bros., y firmada nada menos que por John Frankenheimer, uno de esos cineastas con una filmografía tallada en mármol —El mensajero del miedo (1962), El tren (1964), Ronin (1998)— pero también marcada por desvíos y experimentos que descolocaron a crítica y público. Este film, sin embargo, encarna uno de sus casos más peculiares: un thriller policial mal vendido, mal comprendido y, en consecuencia, injustamente olvidado.

El rostro que sostenía la propuesta no era otro que el de Don Johnson, estrella en auge gracias a su magnetismo televisivo en Corrupción en Miami. Johnson llegaba a la pantalla grande con la misión de traducir su aura de galán rebelde en la crudeza del cine policial. Y lo cierto es que lo consiguió: su detective Jerry Beck es un personaje contradictorio, sudoroso, humano, tan vulnerable como violento, que arrastra consigo una mezcla de destrucción y comedia soterrada. Johnson no interpreta a un héroe, sino a un hombre que se arrastra por el fango de su propia miseria personal, al tiempo que enfrenta un caso criminal impregnado de tensión racial y violencia extrema.

El problema de Tiro mortal no fue su contenido, sino su envoltorio. Warner decidió promocionarla como la sucesora natural de Arma letal, Jungla de cristal o Cobra, alimentando la expectativa de un festín de acción adrenalínica. Pero Dead Bang no era eso. Era, en realidad, un thriller seco, tenso, con más deudores en Harry el sucio que en las coreografías pirotécnicas de McTiernan. El resultado fue una película que no convenció ni al público juvenil hambriento de explosiones ni a la crítica seria, que la consideró un desliz comercial en la carrera de Frankenheimer.

Visto hoy, el juicio es radicalmente distinto. Con el paso del tiempo, Tiro mortal se ha despojado del lastre de una campaña publicitaria engañosa y se revela como lo que siempre fue: un thriller ochentero de precisión narrativa, sin grasa, con un mecanismo casi suizo que avanza con ritmo implacable. No hay tiempos muertos, no hay concesiones a la épica; lo que queda es un ejercicio sobrio, elegante, que oscila entre la tensión dramática y un humor soterrado que Johnson maneja con sorprendente naturalidad.

No estamos ante una obra maestra, ni dentro del género ni en la filmografía de Frankenheimer. Pero sí ante una pieza reivindicable, un film que funciona “como un tiro”: directo, eficaz, con esa textura de cine policiaco que ya no se fabrica. Una rareza que merece ser revisitada, no como la fallida heredera de Arma letal, sino como lo que realmente fue: una de esas películas que, liberadas de su tiempo, encuentran al fin su lugar.