Gal Gadot desnuda por primera vez en In the Hand of Dante (2026)
Cuando el manuscrito original de La Divina Comedia aparece en manos de una red de contrabando en el peligroso submundo de Nueva York, la mafia convoca al fatigado erudito Nick para autenticarlo. Superado por la tentación, Nick desafía a los criminales y se apropia del manuscrito. A partir de ese instante, su camino se convierte en un descenso metafórico al Infierno y un ascenso a un Paraíso marcado por la violencia y la pasión junto a su amada Giulietta.
Paralelamente, la historia de Dante se despliega: un hombre atrapado en un matrimonio sin amor con Gemma, sostenido únicamente por la rigurosa tutela de un intelectual austero, que huye a Sicilia y allí concibe su obra maestra.

Sin duda escribiré un ensayo largo y detallado sobre esta película en el futuro. Necesito tiempo para meditarla y leer la novela original. Me ha gustado mucho, pero debo despejar la mente antes de valorar si el film es objetivamente excelente o si simplemente resuena conmigo por mi pasión por Dante y la literatura clásica, los viejos filmes de gánsteres, los misterios históricos de tesoros perdidos y las películas repletas de cameos de actores de carácter. (Aquí todos parecen presentes: Malkovich, Pacino, Jason Momoa, Franco Nero… incluso Martin Scorsese, con aspecto de Dumbledore). Y, claro, me atraen los protagonistas, Oscar Isaac y Gerard Butler. En esencia, es una película hecha a mi medida. Volveré a hablar de ella cuando pueda abordarla con mayor objetividad.
La interpretación que menos me convenció fue, sin embargo, la de Gal Gadot. Tal vez habría mostrado mayor tolerancia hacia sus limitadas habilidades actorales si su recreación del célebre Nacimiento de Venus de Botticelli hubiese sido más precisa, incluyendo la fidelidad al icónico desnudo con el pecho completamente expuesto.
Gal Gadot como Venus: carne, mito y deseo en In the Hand of Dante (2026)
Cuando el manuscrito original de La Divina Comedia aparece en manos de una red de contrabando en el submundo neoyorquino, la historia se bifurca entre la violencia tangible de Nick y el mito intangible de Dante. Y entre tanta oscuridad, surge un destello de luz y piel: Gal Gadot como Venus, resplandeciente en su escena más atrevida, donde el arte clásico y la carne humana se entrelazan como si el Renacimiento hubiera descendido al cine contemporáneo.
Gill, en su adaptación de la novela de Matthew Pearl, propone un diálogo entre lo histórico y lo imaginario. Gadot no es simplemente una recreación de Botticelli; es la encarnación de la sensualidad que atraviesa los siglos, un cuerpo que flota entre cortinas, mármoles y reflejos dorados, evocando la perfección y el desafío de la diosa. El pecho descubierto, la postura etérea y el gesto delicado transforman la escena en un ritual: Venus no es objeto de contemplación pasiva, sino sacerdotisa del deseo y la belleza, provocadora y majestuosa a la vez.
En aquellos años, la juventud de Gadot aportaba un aura casi mítica: su piel luminosa y su porte elegante convertían la referencia pictórica en experiencia tangible, en erotismo cinematográfico que se siente sin necesidad de palabras. Cada movimiento, cada gesto de su cuerpo, dialoga con la luz, con el encuadre, con la narrativa: la sensualidad se vuelve lenguaje, y la escena se convierte en una celebración del placer visual y del mito clásico.
El Venus de Gadot recuerda que el erotismo no necesita ser explícito para ser devastador: basta con la combinación de mito, cuerpo y mirada para convertir un instante en leyenda. En un film cargado de intrigas, mafia, tesoros y cameos legendarios, esta escena se erige como centro de gravedad emocional y estético, un momento donde el arte, la historia y el deseo se abrazan.
Por ello, aunque algunos puedan criticar la interpretación de Gadot desde un punto de vista técnico, la escena trasciende la actuación: es un canto barroco de carne y luz, una diosa que flota sobre la pantalla, recordándonos que incluso en el cine más moderno, la sensualidad puede ser poesía visual y mito viviente. Venus, en manos de Gadot, no es sólo una pintura reanimada: es un acto de audacia, un desafío al tiempo y la mirada, una lección de cómo la carne puede ser al mismo tiempo símbolo y espectáculo.
Si quieres, puedo crear una versión todavía más intensa, casi como un ensayo lírico-erótico, donde cada movimiento de Gadot se describa como verso visual, transformando la escena en un auténtico poema cinematográfico.