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Solo los títulos de crédito de Le llaman Bodhi ya nos están diciendo que estamos ante una obra maestra del cine, sí, obra maestra he dicho. En ellos vemos un montaje paralelo entre Bodhi surfeando las olas y Johnny Utah disparando contra dianas en su prueba de acceso al FBI. En ambas secuencias y aprovechando los títulos de crédito para no dejar ni un solo momento de vacío en el filme, se nos esbozan las dos personalidades de los protagonistas, se nos dice que ambos llevarán al extremo sus leyes de vida, Bodhi coger su gran ola en forma de rebeldía contra el sistema, y Utah conseguir el objetivo final en su carrera en forma de obediencia al sistema (hasta el plano final, claro, donde Utah se transforma en Bodhi). En manos de Bigelow, el montaje no podía mostrar fisuras por lo que recurre al agua, elemento de unión en el filme de los protagonistas, para unir también la secuencia, así vemos como a Bodhi le cae el agua de las olas sobre su cuerpo y rostro y a Utah el de una intensa lluvia de igual manera dejando los mejores títulos de crédito de todo el cine de acción.

De aquí hasta el final, el filme irá in crescendo en una odisea rítmica de energía narrativa y visual apoyada en la steadycam y el montaje, que nos deja claro que Bigelow es uno de los grandes talentos fílmicos del cine moderno.

El agua vuelve a ser el elemeto que une a los dos personajes en la escena final, esa en la que Bodhi pasa su espíritu a Utah para que de alguna manera su idea de vida continue en él. Así Bigelow cierra el círculo de la escena inicial de créditos redondeando de forma perfecta y de modo cíclico, está gran obra maestra no solo del cine de acción sino de cine en general.

Como hemos dicho, Bigelow une a los dos personajes desde el inicio, desde los títulos de crédito —volverá a repetirlo en dos instantes cruciales, antes de una persecución a pie, y en el último atraco, con la cámara filmando a ras de suelo—, la directora logra trascender el pobre texto del film, creando un impacto emocional muy superior a mucho del cine de acción coetáneo, y ya no digamos actual.

Con poderosas imágenes de una belleza casi sobrecogedora, y el apoyo de la música de un Mark Isham enormemente inspirado, pocas veces el mar ha estado tan impecablemente filmado. Uno casi tiene la sensación de estar dentro del film, embriagado con todo ese misticismo tan bien reflejado; una aventura física que extiende su brazo hacia las ya comentadas secuencias de acción, en las que la labor de James Muro con la steadycam logra instantes tan emocionantes como la persecución a pie de Utah a Bodhi, tras un atraco, a través de laberínticos patios de casas, en los que la cámara jamás deja de moverse. Muro innovó ciertos aspectos con la cámara, para tener referencias de lo que filmaba mientras perseguía a los actores a gran velocidad.

Rodada al mismo tiempo que Terminator 2 (1991), las dos películas comparten en muchas ocasiones un aspecto similar, con unos escenarios californianos de idéntica apariencia y unos maravillosos planos de steadicam, totalmente dinámicos pero siempre precisos, en los que el espectador nunca se desorienta.

El principal operador de steadicam fue James Michael Muro, Jr., fiel colaborador de Cameron en películas como Abyss (1989), la citada Terminator 2, Mentiras arriesgadas (True Lies, 1993) o Titanic (1997), así como técnico imprescindible en los 90, década en la que desarrolló diversas labores de cámara y fotografía en multitud de películas de primera línea.

Bigelow y Muro experimentaron aquí con una cámara denominada pogo cam, una variación más manejable de la steadicam que permitía meterse en la acción de manera más cercana y frenética (como en esa alucinante persecución a pie que transcurre a través de patios, casas y callejuelas residenciales).

Entrevistada por Mark Salisbury, de The Guardian, Kathryn Bigelow señaló que el punto fuerte del film es la tensión moral de los personajes. Así se advierte «cuando el bueno, tu héroe, es seducido por la oscuridad y el malo de la película no es un villano en absoluto». Según la directora, «el océano funciona como un crisol para que los personajes principales se definan, se pongan a prueba y se desafíen a sí mismos». «Los adictos a la adrenalina que buscan emociones fuertes ‒dice Bigelow‒ siempre me han fascinado. Cuando arriesgas tu humanidad es cuando te sientes más humano. Hasta que no arriesgas tu conciencia, no adquieres tu propia conciencia».

Fue un éxito rotundo en su época, un cóctel creado por una tal Kathryn Bigelow (primera mujer en ganar un Oscar años después) y arropada por su marido de entonces, James Cameron. El problema es que no hubo valor por parte de la crítica de reconocer todas las virtudes de un filme que a día de hoy y en manos de la que la disfrutamos en su estreno, es ya una obra maestra del cine a la altura de cualquier otra. Tampoco olvidarnos de unas magníficas interpretaciones del grupo de actores en la cinta, los cuales se tomaron muy en serio la obra hasta dar lo máximo de cada uno de ellos, incluido Keanu Reeves harto de carisma pero falto de registro interpretativo. Destacar claor está el ritmo desenfrenado con capacidad para conseguir el tempo exacto y mantener intensidad del suspense casi hasta el fin, eso también se lo debemos a parte de a su directora, al montador Howard Smith (montador también “Días extraños, 1995”). Cerramos con una dirección perfecta, con la idea de conseguir unos planos renovadores en el comienzo de la década de los noventa, siendo muchos efectistas y combinados con una música original creando una atmósfera muchas veces imitada en otras cintas de acción, porque eso es lo que es en su base; una película de acción, acción pura, pero que lo que busca no es sólo que nos suba la adrenalina. Tres décadas después de su estreno, Le llaman Bodhi se mantiene fresca, única e inimitable.