Otra bala en la sien del cine: la nueva ‘Perseguido’
Hay errores que no sólo se repiten, sino que se celebran. En esta nueva versión de Perseguido (The Running Man), alguien —quizá un comité de ejecutivos con más PowerPoint que cine en las venas— ha decidido que lo mejor que se puede hacer con una idea feroz, provocadora y distópica es… convertirla en otro festival de pirotecnia emocional hueca y cortes de plano cada dos segundos, como si el espectador fuese una gallina con déficit de atención.
Esta adaptación, que prometía redención para una historia con alma (sí, incluso la versión ochentera con Schwarzenegger tenía algo de eso, entre guiño y músculo), termina siendo otra víctima más del modelo de entretenimiento encapsulado, delirio de montaje y estética televisiva de postproducción urgente. Lejos de la crítica social, del filo sádico y grotesco que debería emanar del texto original de Stephen King (bajo seudónimo de Richard Bachman), la película opta por lanzarse de lleno al terreno del «comic sin alma», del ritmo de videoclip sin poética, del meme audiovisual.
Una dirección sin carácter, una fotografía que podríamos ver en cualquier capítulo olvidable de serie genérica, un guion que parece escrito por una inteligencia artificial sin ironía y personajes que no destilan ni una línea de verdad dramática. Todo aquí es velocidad sin sentido, ruido sin reverberación, acción sin pausa ni pulso. Es como si el cine de acción contemporáneo hubiese decidido declararse enemigo de la pausa, del plano sostenido, del silencio que pesa. Todo es chiste fácil o diálogo funcional para acelerar el siguiente plano de explosión.

Lo peor: esta nueva Perseguido es hija legítima del algoritmo. No se arriesga, no incomoda, no emociona. Sólo cumple. Como un producto de supermercado con colores brillantes y sabor artificial, su único objetivo es evitar que el espectador piense, reflexione o recuerde. Otra excusa para justificar la huida hacia adelante que muchos llaman «streaming» pero que bien podría llamarse «exilio emocional».
Porque sí, este tipo de películas nos expulsan de las salas y nos empujan a meternos en ese retrete lleno de contenido precocinado que son Netflix, Amazon Prime o Disney Plus: plataformas que ya no buscan contar historias, sino ocupar tiempo. Aplastan el cine bajo una avalancha de «productos visuales», convertidos en fast food audiovisual que no deja poso, ni perfume, ni cicatriz. Ni siquiera un mal recuerdo. Sólo la sospecha de que, otra vez, nos han vuelto a vender vacío envuelto en neón.

Perseguido merecía una lectura cruda, ácida, enrarecida, estilizada con precisión quirúrgica o brutalismo fílmico. No esta carcajada sin eco. Esta película no corre, no persigue. Se arrastra bajo la tiranía de la fórmula.
Y lo más triste es que ni siquiera duele ya. Porque uno empieza a acostumbrarse a que el futuro del entretenimiento es sólo eso: entretenimiento, pero sin entrañas.