Análisis ‘Mcquade, lobo solitario’
Mcquade, lobo solitario: un anti-film convertido en manifiesto de culto
Es ineludible comenzar por admitir lo evidente: McQuade, lobo solitario no es una buena película. En términos estrictamente cinematográficos, la obra de Steve Carver fracasa en casi todas las áreas convencionales: su puesta en escena es plana, sus diálogos rozan el ridículo y la narrativa parece ensamblada con la torpeza de un guion que apenas logra sostenerse. No obstante, intentar juzgarla bajo los cánones del cine académico sería malinterpretarla; esta película trasciende su evidente mediocridad para erigirse como una pieza de cultura popular que encapsula la esencia de Chuck Norris como ícono y lo que representa en el imaginario colectivo.
Un spaghetti western con gasolina y testosterona
La hibridación de géneros que propone McQuade, lobo solitario es tan errática como fascinante. En el núcleo del relato palpita el corazón del spaghetti western, un género que Sergio Leone había elevado a la categoría de arte con obras como El bueno, el malo y el feo (1966). Pero aquí, la épica polvorienta de Leone es traducida a los códigos de la cultura americana de los 80, donde los sombreros de vaquero se combinan con cintas de combate en la frente, y los caballos son reemplazados por una Dodge RAM que, literalmente, resucita de su tumba para galopar hacia la acción. Es un pastiche, sin duda, pero uno que se construye con la desvergüenza de quien comprende que está filmando una caricatura de arquetipos heroicos. Análisis ‘Mcquade, lobo solitario’
La banda sonora de Francesco De Masi, con ecos que evocan al gran Ennio Morricone, refuerza esta sensación de collage estilístico. De Masi logra, en ciertos momentos, dotar a las escenas de una gravedad que la película no merece, un testimonio del talento italiano que, paradójicamente, se siente más auténtico que cualquier esfuerzo narrativo del director.
El héroe mítico: Chuck Norris como figura liminal
Si algo define a McQuade, lobo solitario, es su total entrega a la construcción del mito de Chuck Norris. McQuade no es simplemente un personaje, es una extensión de la personalidad pública de Norris, una especie de superhombre texano que subsume las influencias de figuras del cine como el «hombre sin nombre» de Clint Eastwood o el Max Rockatansky de George Miller, pero los recontextualiza en una fantasía de videoclub repleta de clichés glorificados. Análisis ‘Mcquade, lobo solitario’
La escena en la que Norris emerge de un entierro simbólico, desenterrando su coche con pura fuerza y voluntad, es casi una alegoría nietzscheana: el Übermensch que se alza no solo por encima de los hombres comunes, sino también de las reglas del cine convencional. Este momento, ridículo en su lógica pero apoteósico en su ejecución, es un compendio visual de todo lo que Chuck Norris representa en la cultura popular: invulnerabilidad, exceso y un compromiso absoluto con lo absurdo.
Un cine de relaciones subvertidas y erotismo latente
Sorprendentemente, McQuade, lobo solitario introduce matices que van más allá de su fachada de película de acción. La relación marital entre McQuade y su exesposa es inusualmente progresista para la época: su afecto persiste a pesar de la separación, y hay un respeto tácito hacia las nuevas parejas, un gesto que, en un género marcado por la hipermasculinidad, es un detalle inesperado.
Por otro lado, el erotismo camp que impregna ciertas escenas —como la icónica secuencia en la que Norris y Barbara Carrera se enfrentan, sudorosos y cubiertos de barro, con una manguera como arma y símbolo fálico— parece casi sacado de un sueño febril de Russ Meyer. Aquí, la película coquetea con una autoindulgencia que raya en la autoparodia, pero que, de alguna manera, resulta magnéticamente memorable.
El duelo final: de lo amateur a lo sublime
La escena culminante entre Norris y David Carradine redime muchos de los defectos del filme. Mientras el resto de las secuencias de acción parecen coreografiadas por un adolescente con exceso de cafeína, este enfrentamiento logra trascender gracias a una claridad formal inusual. Carradine, con su presencia casi espectral, aporta un contrapeso interesante al estoicismo de Norris, y el combate final adquiere una dimensión mítica que lo acerca más al cine de samuráis que a la típica pelea de acción hollywoodense.
Un meme antes del meme
Al final, McQuade, lobo solitario no es simplemente una película mala; es una cápsula de su tiempo, un producto que anticipa la fascinación contemporánea por lo «tan malo que es bueno». En la era de los memes, donde Chuck Norris se ha convertido en una figura casi divina gracias a los chistes sobre su invencibilidad, es evidente que el personaje de McQuade es el núcleo de esta mitología moderna. Incluso en su aparición en Los mercenarios 2 (2012), es imposible no ver a McQuade resurgiendo, un héroe texano transformado en el eco inmortal de una época donde la calidad narrativa importaba menos que el puro espectáculo.
En conclusión, McQuade, lobo solitario no es la mejor película de Chuck Norris, pero sí la que mejor lo define. Como el propio McQuade, la película desafía enterramientos críticos para emerger como un testimonio de lo que el cine de acción de los 80 representó: exceso, desenfreno y una especie de magia que solo puede surgir de la imperfección absoluta.