Los diez minutos perdidos de ‘El retorno del Jedi’: la sombra que nunca vimos
Hay metrajes que no entran en la leyenda del cine por lo que muestran, sino por lo que esconden. El retorno del Jedi (1983), tercera entrega de la trilogía original de Star Wars, es una de esas obras donde lo omitido —lo que quedó en la sala de montaje— vibra con una intensidad casi mítica entre los devotos de la saga. De esos fragmentos silenciados por la tijera del montaje, hay uno en particular que arde como una luciérnaga encerrada: los primeros diez minutos que nos privaron de una apertura sombría, íntima y casi bíblica.
La secuencia perdida mostraba a Luke Skywalker —aún entre tinieblas, aún en tránsito hacia la figura mesiánica que sería— adentrándose en una cueva oculta, próxima al palacio de Jabba el Hutt, acompañado solo por los droides R2-D2 y C-3PO. Esta escena, filmada y luego descartada, ofrecía un raro destello de Luke como figura casi chamánica: confeccionando en secreto su nuevo sable láser, meditando en soledad, rodeado de ecos húmedos y sombras grises, como si se tratara del eco espiritual de la cueva de Dagobah.

Era un prólogo de otro tono, más introspectivo, cargado de presagios. Luke aparece con su túnica oscura, su gesto contenido, su presencia ya transformada, como si el muchacho que perdió una mano en Bespin hubiese mutado en un jedi maduro mientras el espectador dormía entre películas. Esa introducción, según los documentos de producción y los testimonios de los involucrados, preparaba un clima de misticismo y gravedad que luego se disolvió en la versión final, que optó por el asalto al palacio de Jabba como apertura.
¿Por qué se eliminó? Quizás por ritmo, quizás por coherencia con la estructura serial de la saga, o tal vez porque mostraba demasiado pronto a un Luke sereno y poderoso, robándole así parte del misterio que la película quería desplegar poco a poco.
Pero lo cierto es que esos minutos ausentes —entre cuevas y silencios, entre destellos verdes y mecánicas amistades— nos revelaban no sólo a un Luke más denso y herido, sino a una Star Wars que aún se atrevía a ser paciente, contemplativa, incluso poética.
Y así, lo que no vimos, lo que quedó en el umbral de la película, resplandece como los cristales kyber: oculto, sí, pero infinitamente luminoso en la imaginación del espectador.