Si John Ford tiene la trilogía de la caballería no hay ninguna razón para que Manuel Mur Oti no tenga reconocida su trilogía sobre el deseo, tres obras maestras del director gallego que tienen en común no solo el mundo de las mujeres y el deseo, sino también una fotografía sublime de Manuel Berenguer donde el blanco y el negro en sus extremos absolutos alcanzan una perfección a la altura de los trabajos de Sergei M. Einsenstein y Orson Welles.

El deseo no conoce los grises sino que va del todo a la nada y de la gloria al horror o al menos eso parece que Mur Oti nos quiere contar en tres historias donde la mujer se aferra al deseo para conocer la tragedia en primera persona. Madrid, La Mancha y el Mediterráneo español son los escenarios por los que deámbulan tres historias muy distintas con un mismo denominador común.

‘Cielo Negro’ es famosa por su mítico y largo travelling final pero hay mucho más en ella. ‘Condenados’ no es más que la confirmación del talento de su director y es sin duda alguna una de las grandes obras maestras no solo del cine español, sino de la cinematografía mundial y ‘Fedra’ culmima de forma redonda una trilogía que eleva a Manuel Mur Oti al olimpo de los grandes cineastas, el colega hispano de nombres como los de de John Ford, Rossellini, Einsenstein, Fritz Lang, Ozu, Becker, Bergman o Ophüls.

Sin más vamos a analizar esta trilogía como lo que es, la gran trilogía de nuestro cine.

CIELO NEGRO (1951)

La miopía es uno de los protagonistas de una historia que convierte en miope al 90% del público actual, capaces de no saltarse ni un solo segundo de la subscripción de Netflix, pero al mismo tiempo incapaces de darse cuenta que al lado de este tal Netflix, tienen una plataforma llamada FlixOlé que alberga pequeñas joyas como la película que tratamos hoy.

La primera parte de la película, en la que paradójicamente nuestra protagonista siempre lleva las gafas encima, nos muestra la ceguera metafórica de nuestra protagonista. Ella no ve la realidad, sino que la interpreta como le conviene. Por este motivo no es capaz de ver que el personaje que interpreta Luis Prendes nunca la ha amado. Esta primera parte termina con la lluvia que invade la feria y deja a nuestra protagonista totalmente manchada de barro. Durante el ajetreo de la lluvia además pierde las gafas.

En la segunda parte de la película, nuestra protagonista que ya no lleva las gafas, empieza a darse cuenta de la realidad que le rodea. Y esa realidad, se convierte en inexorable para ella. Poco a poco el mundo va imponiendo su crueldad. El clímax de este avance amargo tiene lugar con la visita que realiza el personaje al médico, en el que el ciclo se termina de completar, y el médico avisa a nuestra protagonista que inevitablemente va a perder la vista. A pesar de este hecho, hemos presenciado una triste evolución en la que el personaje de Susana Canales ha empezado realmente a abrir su visión hacía el mundo.

Esta obra mayúscula, y maestra, del cine español, posee tanta energía, fuerza y agresividad contenida que la convierten en un torrente de emociones pocas veces en nuestro cine. La riquísima elaboración de las secuencias se suma a un montaje que, sin duda, roza la perfección. Cabe destacar la lucidez fotográfica (Manuel Berenguer) de los momentos más oscuros (argumentalmente), aunque pasa más desapercibida, al menos, para mi miope “mirada”, en los momentos más tranquilos, como es de esperar, pero que no por ello dejan de definir a los personajes en ningún momento.
Por otra parte, algunos travellings son verdaderamente sobrecogedores, sobre todo el último y largo travelling final que es uno de los mejores ideados en nuestro país.

Sin duda, no haber visto esta película, junto con otras del mismo director, Berlanga y Bardem (por no citar a más, como el subestimado José A. Nieves Conde, Florián Rey, etc), significa no haber visto nada del cine patrio. Eso sí, mierdas coreana y series turcas del montón, todas las que nos echen. Esto es España.

CONDENADOS (1953)

Sí ahora mismo tuviese que elegir las 10 mejores peliculas del cine español, ‘Condenados’ sería una de ellas; Sí ahora mismo tuviese que elegir las mejores películas de la historia del cine, Condenados sería también una de ellas.

Cuando uno ve este filme es difícil que no le vengan nombres a la mente como el de Serguéi M. Eisenstein o el del propio John Ford y cierto es, que en el año 1952, Mur Oti ya había visto algunas de las grandes obras de estos dos directores y las de otros muchos grandes cineastas como Alfred Hitchcock, Fritz Lang u Orson Welles. Pero aún con una base en la que fijarse, Oti es capaz de imprimir un estilo visual propio a cada uno de los fotogramas de esta historia e incluso, es capaz de crear una carrera de “cuadrigas” que años después se hiciese tan famosas en Ben-Hur.

El propio cineasta adapta la novela homónima de José Suarez Carreño, aportando al relato su personalidad más cerca de las pasiones humanas, influido por el cine soviético y distanciándose del honor y la infidelidad en la que la novela era más incisiva. Narra un triangulo amoroso, el calvario de Aurelia (una atractiva y carnal Aurora Bautista) que cultiva una tierra abandonada, en soledad, repudiada por todos, pues su marido, José (Carlos Lemos) mató años atrás a un hombre que se atrevió a amarla, y la llegada de un laborioso forastero, Juan (José Suárez), quien desafía las habladurías, se emplea como su criado consiguiendo que las cosechas sean copiosas, el ganado aumente, el molino gire, preso de un amor reverencial y enardecido por su ama. El regreso anticipado del esposo donde cumplía condena, propiciará la rivalidad entre amo y sirviente por la mujer de la casa.

Una especie de esquizofrenia recorre este film, de una fuerza visual arrasadora, arraigados conceptos como la sumisión de la mujer, la moral patriarcal, la murmuración del entorno, las relaciones entre amos y criados… se contraponen a una cámara que explora las pulsiones atávicas más incontrolables, las tensiones subyacentes, el dramatismo escénico del paisaje en tierras manchegas con sus llanuras sin árboles, el deseo insatisfecho y la sexualidad aplazada. El retrato femenino está construido sobre la fortaleza magullada de una mujer víctima del infortunio, unos personajes instalados en la resignación, admitiendo el poder del destino por encima de las voluntades individuales, arrastrados por los celos patológicos y paranoicos del marido que reivindica su propiedad, tanto material como personal.

Basada en la obra teatral de José Suárez Carreño, que había logrado el Premio Lope de Vega en 1951, Condenados narra un problema de celos: “un triángulo absoluto”, según Mur Oti, “que no terminó como yo quería. En aquella época yo era el director’ más caro del cine español y eso traía muchos inconvenientes”.”Pude estar dominado por un afán hiperplástico o hiperbarroco, pero no me arrepiento de ello. Algunos no me perdonaron la lentitud que sí toleraban a otros directores, pero me honra tal exigencia porque significa que esperaban mucho más de mí. Hoy veremos qué ha ocurrido con el tiempo: tengo curiosidad por revisar la película. Es como un hijo al que no ves hace 30 años y que de un momento a otro va a atravesar la puerta”.

Una película expresiva y de una gran tensión narrativa, con escenas y encuadres memorables, su realización transmite con precisión los sentimientos de los personajes, espléndidamente dibujados, que retrata la estrechez del clima circundante y valora la importancia de la naturaleza, la palpitación febril en la mirada de José hacia su esposa, donde el miedo se atisba, planea constantemente sobre Aurelia, miedo que reprime, atenaza y condena, no hay escapatoria real para Aurelia que interioriza los prejuicios seculares más recalcitrantes, la mujer como objeto de deseo y perdición a la vez.

Tan solo hay que mencionar escenas como las del centeno alzandose al aire, como la de las aspas del molino amenazando el rostro de la protagonista en cada sentencia o como la invasión “zombie” entre las nocturnas columnas del pueblo, para darnos cuenta que no estamos ante una gran película sino ante una obras maestra universal de la historia del cine.

Esre filme por tanto situa a Manuel Mur Oti entre los grandes nombres de la cinematografía mundial y por supuesto que en términos locales, situa a Oti a la altura de Buñuel o el mismo Berlanga. Además agradecer a la plataforma FlixOlé que ponga disposición de todos obras maestras ingnoradas y olvidadas, una labor de arqueología y descubrimiento que en pleno año 2022 parece un milagro. Descubrir o redescubrir una obra perdida como esta es algo que solo ocurra una vez cada 10 años.

Finalmente mencionar que por supuesto que podemos debatir sobre que la utilización de la música de Beethoven, la grandilocuencia narrativa, el barroquismo, la pretenciosidad, incluso su moraleja final pero aún no estando de acuerdo con aspectos como estos, todo lo positivo y sorprendente que alberga el filme son tan autoritarios, que podemos seguir afirmando que estamos ante una de las grandes obras maestras del cine.

FEDRA (1956)

Ver Fedra es como descubrir por primera vez una obra de Picasso. No sabes si lo que aprecias es fruto de un genio o de un niño, lo único que sabes es que esa imagen te atrae, te atrapa y de alguna manera, notas que dentro de ella habita belleza y talento. Fedra no sabes si está sacada de la mente de un genio o de un niño pero sabes que dentro de ella solo hay belleza y talento.

Era la quinta de película de Manuel Mur Oti, tras ‘Un Hombre va por el camino’ el director gallego decidió centrarse en las mujeres para realizar sus 4 obras maestras. ‘Cielo Negro’, ‘Condenados’, ‘Orgullo’ y ‘Fedra’ abordan historias tratando a la mujer como protagonista absoluta y ‘Fedra’, la adaptación libre de la obra de Séneca roza la abstracción narrativo para dar total protagnismo a lo emocional. La historia es conjunto de emocionas donde los personajes abandonan el realismo para convertirse en caricaturas de cada uno de sus perfiles. Si al principio del texto nombrábamos a Picasso, ahora hay que nombrar a Dalí para hacer mención al apartado visual del filme el cual centra su fuerza en un conjunto de personajes, escenas y escenarios surrealistas donde el calor y la luz conforman un conjunto de negros y blancos que no dejan lugar al gris, no solo en apartado visual sino también en el narrativo.

La sublimación del amor, eso es “Fedra”, inspirada en el mito de la mujer enamorada del hijo de su esposo. Una curiosa revisitación latina y mediterránea del deseo y el amor, un relato trágico sobre el mito de Fedra. Los pescadores con sus embarcaciones, el mar rebelde y a veces crispado, el viento que arrastra el conflicto de una mujer hermosa y carnal, deseada por los hombres y odiada por las mujeres. Una mujer pasional que seduce a todos menos al que de verdad a ella importa, el domador de caballos (Vicente Parra) del que se intuye por sus gestos y comportamiento que las mujeres no son su prioridad. El erotismo y la sensualidad esta encarnado en una Emma Penella colosal y en estado de gracia, la cámara la sigue constantemente con unos primeros planos muy descriptivos y explícitos sobre lo que siente y vive esta mujer que acepta hasta el dolor físico y masoquista por amor. La censura tuvo muchos problemas para cercenar este clásico literario de Séneca del que se inspira la película, donde sobrevuela el pecado de la carne y la pasión amorosa.

El gallego Manuel Mur Oti, más allá de algún exceso, creó una película elogiable por la dificultad de filmar este drama en aquella época. “Fedra” deslumbra por su fisicidad y entronca perfectamente con el melodrama pasional, el desafío de una mujer ante una comunidad cerrada y oscurantista, cargada de prejuicios y represora de pasiones desatadas. Una mujer que no está dispuesta a venderse, pero que no duda en humillarse y someterse por el noble sentimiento de un generoso amor incondicional. Una voz en “off” nos anuncia, “Esta tragedia es tan vieja como el mar latino…”

La puesta en escena es prodigiosa, la inmensa playa como escenario romántico del amor idílico y soñado, buscando una atmósfera de intemporalidad con unos encuadres angulados, los picados y contrapicados recrean una tensión emocional, refrendada por una maravillosa fotografía del maestro Manuel Berenguer.