La carne quieta y su estremecimiento: el cuerpo de Emily Mortimer en Young Adam y la herencia del thriller erótico de serie B

Hay cuerpos que no se exhiben, sino que se revelan. Cuerpos que no solo se desnudan, sino que tiemblan, se curvan, se sumergen. El de Emily Mortimer en Young Adam (David Mackenzie, 2003) no es un cuerpo decorativo ni complaciente. Es un cuerpo voluminoso, de carnes pálidas y tersura clandestina, que parece filmado con una mezcla de ternura y violencia, como si el celuloide no supiera si acariciarla o devorarla.

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En una de las secuencias más comentadas —y censuradas, mutiladas o susurradas según el país—, el personaje de Mortimer se abandona en una escena sexual brutal y doméstica sobre la mesa de una cocina. El acto no es estilizado, ni hay intención pornográfica; hay crudeza, y al mismo tiempo una extraña poesía sucia. La piel de Mortimer se convierte en territorio narrativo: el sexo es escritura. Las curvas de su cadera, el peso de su cuerpo encima del de Ewan McGregor, los gemidos entrecortados por una suerte de desesperación emocional… todo recuerda a las películas de otra era, cuando el thriller erótico se atrevía a vincular lo sexual con lo simbólico.

Porque Young Adam, aunque revestida de cine de autor británico con pretensiones literarias —está basada en una novela de Alexander Trocchi—, bebe directamente de una fuente más baja, más salvaje, más visceral: el cine de serie B. El del erotismo como excusa, como peligro, como pulsión que arrastra y condena.

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Herencia carnal: la mujer como abismo

En los años 80 y 90, el thriller erótico encontró en la serie B un territorio fértil. Desde The Hot Spot de Dennis Hopper hasta los devaneos psicosensuales de Sliver o Body of Evidence, pasando por joyas ocultas como Night Eyes o las decenas de clones de Basic Instinct, el cuerpo femenino se volvía no solo objeto de deseo, sino vector de tensión. Mujeres con curvas generosas, pechos prominentes, labios húmedos y gestos que ocultaban más de lo que mostraban. Ellas eran el misterio.

Emily Mortimer, actriz por lo general asociada a personajes inteligentes, cultos o frágiles, irrumpe aquí como una figura intensamente física. Su cuerpo no se adapta a los moldes de la belleza serial televisiva ni al molde fitness del Hollywood mainstream. Su carne tiene peso. Tiene textura. Tiene memoria. Y la cámara, lejos de idealizarla, la filma con una sinceridad que roza la obscenidad —esa obscenidad antigua, casi bíblica, donde la desnudez no es lujo ni castigo, sino estado natural.

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Esta exposición tan frontal, tan carnal, conecta de forma directa con el espíritu de las cintas eróticas de bajo presupuesto, donde el cuerpo era argumento. Pero Young Adam subvierte la norma: en lugar de estetizar el deseo, lo descompone. No hay música sugerente, ni montaje glamouroso. Lo que hay es humedad, sudor, el crujido de una silla vieja, el sonido del cuerpo siendo tocado.

Erotismo sin concesiones

El desnudo de Emily Mortimer es también político. No se trata de un cuerpo perfecto ni intervenido. Se trata de un cuerpo auténtico, vulnerable, real, y por tanto infinitamente más erótico. Un cuerpo que no se ofrece para el goce masculino tradicional, sino que impone su presencia. En ese sentido, Mortimer está más cerca de Sylvia Kristel en su honestidad que de Sharon Stone en su control calculado. Y sin embargo, ambas beben de la misma fuente: el deseo como detonador narrativo.

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Cuando la serie B filmaba a sus heroínas desnudas, lo hacía con intención comercial pero también con una cierta libertad estética. La censura era menor, y el cine independiente podía permitirse juegos peligrosos entre la trama y el erotismo. En ese universo, Mortimer habría sido una diosa secreta: una Jeanne Moreau con curvas, una Susan George con ojos de niebla, una Sylvia Miles con voz de tempestad.

Young Adam no es una película erótica. Pero su corazón late como uno de esos thrillers donde el amor y la muerte se mezclan en la sábana arrugada. Y en el centro de esa liturgia, está el cuerpo de Emily Mortimer, como una vela encendida en mitad de la lluvia. Vulnerable, sucio, tembloroso. Puro cine. Pura carne.


¿Y si el cine volviera a filmar los cuerpos con esta honestidad brutal? ¿Y si el erotismo recuperara su potencia narrativa, su capacidad de perturbar y revelar? Tal vez entonces el espectador no miraría buscando belleza… sino verdad. Aunque duela. Aunque excite. Aunque se parezca demasiado a uno mismo.

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