Cuando el oro del ocaso ilumina un regreso: Sisu como carta fundacional para el nuevo Rambo

Se ha dicho tanto ya sobre Sisu que uno teme repetir lugares comunes: la violencia estilizada, el western helado de la Laponia finlandesa, el héroe solitario que mastica tierra y pólvora para sobrevivir. Sin embargo, hoy vale mirarla desde otra perspectiva: como la confesión involuntaria de Jalmari Helander, elegido para devolver a Rambo la fiereza de sus inicios, sobre cómo entiende al guerrero cinematográfico.

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Sisu es, en esencia, un canto crepuscular. Su protagonista —Aatami Korpi— es un excomando envejecido, un lobo herido que carga oro y recuerdos en un paisaje donde la nieve es testigo y juez. Helander filma sus silencios con devoción casi religiosa, deja que la cámara acaricie las arrugas del cansancio y convierte cada mutilación en una danza macabra. Es cine de excesos coreografiados, pero también de nostalgia: sabe que el héroe que mata para sobrevivir está condenado a quedar solo, convertido en una reliquia entre explosiones anacrónicas.

Y, sin embargo, en su brutalidad casi cómica, Sisu es hija de Rambo: la resistencia contra un ejército superior, el uso creativo del entorno como arsenal improvisado, la obstinación de un hombre contra el mundo. Helander no imita, sino que dialoga: su veterano finlandés parece preguntarle a John Rambo qué sucede cuando la gloria bélica se ha oxidado y la guerra ya no es un grito juvenil sino un eco distante.

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Aquí surge el desafío para la precuela que prepara: Rambo joven no es un Korpi cansado, sino un recluta que aún desconoce las cicatrices del exilio interior. Helander deberá abandonar la épica del ocaso para abrazar la fiebre del amanecer. La tensión, el suspense táctico y el ingenio visual de Sisu son herencias valiosas, pero la amargura otoñal del filme no puede arrastrarse intacta: el nuevo Rambo exige el sudor fresco de la jungla, el pulso acelerado de un hombre que apenas empieza a intuir el precio de la guerra.

Si Helander logra trasladar la fisicidad de Sisu —esa sensación de tierra húmeda, metal frío y sangre coagulada— a un relato de iniciación, la franquicia podría renacer no como una simple repetición nostálgica, sino como una relectura madura del mito. Sisu no es solo una película de acción extrema: es el borrador, quizá inconsciente, de un manifiesto sobre la soledad del soldado. Y en ese borrador late una promesa: que incluso los mitos musculosos de los 80 pueden volver a brillar, si se les devuelve la textura áspera y humana que Helander ya ha demostrado saber tallar en la nieve.

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