El Gato con Botas por fin tiene su propia película.
A continuación, nuestra crítica.
EL GATO CON BOTAS
Cuentos con sabor añejo…
Gato con Botas es un forajido espadachín, ladronzuelo y bribón. Un día, intentando robar un preciado botín, le lleva a reencontrarse con su hermano, Humpty Dumpty. Ambos se adentrarán en una cruzada por salvar el pueblo donde se criaron…
Probablemente, y más ahora, en estos tiempos tan contradictorios, complejos, fugaces, donde la infancia ya no es sinónimo de inocencia, una película como ésta, con unos personajes propios de cierto imaginario colectivo un tanto crecidito, no tenga tanto peso para nuestros jóvenes y que, incluso, se desconozca en qué se basa, qué está contando, y por qué sus personajes se comportan de la manera en la que lo hacen. Y es que la costumbre de contar cuentos se está perdiendo, de enriquecer la imaginación de los niños, la responsabilidad de motivarlos…. mientras sucumbimos lenta y casi inconscientemente a la tecnología, a cacharritos para distraerlos, porque…mientras haya ‘’control parental’’, ¿para qué preocuparse? Es así como el ser humano, en pleno siglo XXI esta reescribiendo, o mejor dicho, borrando su historia a pasos agigantados, aunque al final de todo tan sólo quede Internet como muestra fehaciente de nuestra propia destrucción. ¿Catastrofista? Tal y como empecé, probablemente.
Si Shrek (2001), además de abrir el nuevo milenio, analizaba, parodiaba y le daba una vuelta de tuerca a los cuentos tradicionales más reconocidos, en gran medida, gracias a lo que Walt Disney hizo con sus películas en el pasado siglo, la línea que ahora se viene siguiendo es la de destruirlos a la manera del ogro, o dicho de mejor forma, deconstruirlos, hacer saber que están ahí aunque sea a niveles mínimos, que la dramaturgia los sigue usando en sus estructuras, ya sea para definir personajes o contar una simple historia, como por ejemplo lo que realizó Zack Snyder con su película Sucker Punch (2009), ofreciéndonos una versión libre del cuento de Lewis Carroll, Alicia a través del espejo. Dreamworks, ante este fenómeno del bicho verde un tanto nihilista, le llevó a hacer cuatro entregas, convirtiendo lo que había sido un peliculón en todo lo contrario, y debido a sus múltiples secuelas, la leyenda que parodiaba otros cuentos, acabó parodiándose a sí mismo.
Para ser sinceros, se ha hecho de rogar el spin-off del mejor personaje parido en la franquicia millonaria de Shrek, una franquicia agotada hasta sus límites, y en la que sus últimas entregas recurrían al gag facilón y el uso de los personajes secundarios para rellenar debido a la tirria que ya producía el ogro de marras, y ahora, por fin, nos llega El gato con botas ¿pero el resultado ha sido el esperado? Pues siguiendo con mi sinceridad, no. No del todo. Por un lado, la respuesta de Dreamworks ha sido contundente, esto es, una cinta realizada de forma discreta, sin ningún afán más que de acaparar fajos de billetes del merchandising que vendan estas navidades (todos los niño querrán un peluche del protagonista felino), una realización sin estilo, sin dejar entrever un autor detrás, un producto industrial entretenido y ameno que se sostiene por una historia sencilla y tópica y sus recurrentes escenas de acción.
El principal problema es un guión mediocre, obra de un desconocido Tom Wheeler que, aunque intenta revitalizar y homenajear constantemente los relatos de Mamá Oca (si, éste es el pseudónimo sobre el que se sostienen algunos cuentos tradicionales y que el escritor francés Charles Perrault reunió por escrito de forma más suavizada debido a la crudeza de la tradición oral, en un libro con el mismo nombre del animal) como son el mismo Gato con Botas y Humpty Dumpty (este último es más reconocido fuera de nuestras tierras), la historia en líneas generales y de cara al espectador es previsible, nada atrayente, sin pizca de curiosidad, sin ganas de sorprender, con un socorrido flashback metido con calzador, un libreto que no ofrece nada nuevo. Por otro lado, lo que si valoro es esa constante del guionista por aportar una reconciliación con nuestro pasado, nuestras tradiciones escritas y orales, muchos de los elementos del rico y vasto mundo de Mamá Oca están representados aquí, de forma subyacente o explícita, prácticamente buscando el perdón ante lo que se ha venido haciendo en las últimas décadas, pero esto, como todo, es una lectura más y es de lo poco que se puede sacar en claro ante un producto ciertamente, ambiguo. Lo mejor, la voz de Antonio Banderas y el protagonista en sí. Lo peor, la amnesia que siente uno al salir de la película, como si no hubiera ido nunca al cine, como si no hubiera visto nada. Yo también quiero un peluche, eso es lo que me ronda la mente…