‘Con su propia ley’ (1989): asfalto mojado, justicia seca y pre-venganza con Liam Nesson

‘Con su propia ley’ (1989): asfalto mojado, justicia seca

Entre el rugido de los motores y el silbido de la lluvia sobre el neón derretido, Con su propia ley se erige como uno de los últimos suspiros gloriosos del cine de acción ochentero, esa estirpe fílmica donde el honor era una bala, la ciudad un laberinto de sombras y el héroe… un animal herido. Dirigida con corrección profesional pero sin desgarro por John Irvin, la película se desliza con eficiencia por los cauces del thriller urbano, sin llegar nunca a incendiar el celuloide.

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La apertura ya es toda una declaración de estilo: ciudad lluviosa, asfalto que refleja los colores rotos del neón, vapor emergiendo de las alcantarillas, y una violencia contenida a punto de estallar. Este prólogo visual, tan reconocible como seductor, nos invita a sumergirnos en un mundo de códigos rotos y justicia callejera. Es cine policial de la vieja escuela, de puños como argumentos y miradas que disparan antes que el arma.

Patrick Swayze, aún con la gloria reciente de Road House y a un paso de Ghost, encarna al agente que regresa a casa, a Kentucky, con la mezcla justa de nobleza y fiereza. Su figura es la del cowboy moderno: cansado, recto, furioso. Pero la verdadera joya que reluce en la penumbra es un joven Liam Neeson, inesperado y magnético, como el hermano rudo y taciturno. Allí, sin saberlo, el actor norirlandés comienza a esculpir su leyenda de héroe de acción, aún libre de prestigios, aún sin el peso de los premios y las miradas críticas.

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Este Neeson, todavía sin pulir, tiene una fiereza salvaje, una mirada que mezcla amenaza y humanidad. Anticipa, casi proféticamente, al vengador tenaz de Venganza, al caballero oscuro de Batman Begins, al mentor frío de mil franquicias. Es fascinante verle aquí como un diamante aún sin tallar, pero ya vibrando con potencia arquetípica.

La dirección de Irvin, por su parte, cumple sin brillar. Su cámara sabe dónde colocarse, maneja bien el pulso narrativo, respeta los ritos del género… pero le falta alma, estilo, una firma propia. En manos más arriesgadas, Con su propia ley podría haber sido un clásico menor; aquí se queda en notable eficaz, sin llegar a memorable.

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Lo que sí perdura es su atmósfera: ese aire espeso de finales de década, cuando el cine de acción comenzaba a mutar, a dejar atrás la testosterona sucia y artesanal para abrazar lo digital, lo impersonal. Con su propia ley es un puente entre dos épocas, un canto crepuscular a la acción como mito griego y a la ciudad como jungla moral.

Y allí, entre humo y violencia, dos figuras cruzan caminos: Swayze, el hombre que aún podía bailar con la muerte, y Neeson, el que aún no sabía que estaba a punto de convertirse en leyenda.

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