George Lucas revela las razones que lo llevaron a vender su compañía

George Lucas y la galaxia partida en dos: el legado dividido de Star wars

Hay galaxias lejanas y luego está Star Wars, que no es sólo un universo narrativo sino también un campo de batalla entre épocas, estilos y visiones creativas. Puede hablarse de eras dentro de la cronología interna de la saga —la República, el Imperio, la Nueva Orden—, pero la verdadera fractura que divide este universo no es ficticia, sino empresarial: antes y después de Disney. Dos visiones del mismo mito. Dos maneras de entender la continuidad y el legado.

En el imaginario colectivo, la etapa original —la de George Lucas al mando de Lucasfilm— suele recordarse con más respeto, incluso con devoción. La trilogía clásica es ya un artefacto sagrado del siglo XX, mientras que las precuelas, tras años de escarnio, han sido redescubiertas como ejercicios visionarios y profundamente personales. Pero entonces llegó 2012, y con él, la venta. Lucas se despedía de su obra magna. El Imperio del Ratón asumía el mando.

El peso del tiempo y la renuncia del creador

Pero ¿por qué Lucas vendió Star Wars si aún tenía historias que contar? ¿Por qué no concluyó él mismo la saga que había parido con tanto fervor y obsesión?

La respuesta no está en los balances económicos, ni en las modas narrativas, sino en algo más humano: el tiempo. En una entrevista con Charlie Rose, Lucas fue brutalmente honesto. Quería construir un museo, hacer cine experimental, ser padre otra vez, y, sobre todo, dejar de pelear contra un sistema que ya no entendía. Había comenzado a bosquejar su propia trilogía secuela —una continuación directa del Retorno del Jedi—, pero pronto se topó con la fatiga y la dificultad de levantar algo tan gigantesco sin el empuje que lo había acompañado en los años 70 y 80.

“Fue como un divorcio”, reconocía Lucas. No se trataba de una venta, sino de una separación emocional. “Las películas son como mis hijos”, decía, “y sé que si me quedaba a mirar cómo las criaban otros, sólo me iba a doler”.

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La venta y el espejismo del futuro

Disney no tardó en mover ficha. La compra incluyó Lucasfilm, Star Wars, Indiana Jones y todo el aparato tecnológico y lúdico de la empresa —ILM, Skywalker Sound, LucasArts—. La primera víctima fue precisamente esta última: la legendaria división de videojuegos fue desmantelada, y sus licencias repartidas entre gigantes del entretenimiento.

En paralelo, se activó el “Plan Marvel”: una nueva trilogía, películas derivadas, series de televisión, cómics, y una maquinaria creativa dispuesta a explotar cada rincón de la galaxia. De ahí nacieron productos tan diferentes como Rogue One, Andor, Obi-Wan Kenobi, El mandaloriano, El ascenso de Skywalker o Ahsoka.

¿Y George Lucas? Se convirtió en un fantasma amistoso. Visitaba los sets, lanzaba ideas al aire, pero no tenía ningún poder. Sabía que intervenir sólo generaría fricciones. Lo dijo él mismo: “No querían hacer las películas que yo quería hacer. Y eso está bien. Pero si me quedaba, iba a arruinarlo todo. Así que me fui.”

El legado que pudo ser

La visión que tenía Lucas para su trilogía secuela no era una versión retro de la trilogía original. Él quería avanzar. Introducir nuevos mundos, nuevas naves, nuevos conceptos. Seguir explorando la genealogía emocional de la familia Skywalker, esa ópera espacial que él siempre entendió más como soap opera que como cine de acción.

Pero Disney, según cuenta el propio Lucas, quería “dar a los fans lo que pedían”. Y en ese gesto —aparentemente generoso— también se revelaba una profunda ruptura con la esencia de su creador. Lucas no hacía películas para gustar, sino para contar. Su arte era de autor, no de encuesta.

Y por eso El despertar de la fuerza, Los últimos Jedi y El ascenso de Skywalker no se parecen a las secuelas que él soñaba. No es que las desprecie —ha dicho que Los últimos Jedi le pareció “hermosamente hecha”—, pero no son suyas. Son hijos adoptivos de una familia distinta. Hijos que, en sus propias palabras, fueron “vendidos a unos esclavistas blancos”. La frase es tan brutal como clara.

La herencia imposible

A día de hoy, George Lucas ha hecho las paces con su decisión. No fue fácil. No fue placentero. Pero fue necesario. “Sabía que para hacer bien las siguientes películas necesitaría diez años. Y yo ya estaba en mis setenta. No podía prometer estar aquí para entonces.” Lo que quedaba era el acto más generoso: dejar marchar.

Y quizá ese sea el mayor acto de amor que un creador puede tener hacia su obra: saber cuándo apartarse. Saber cuándo el peso de lo personal puede impedir que la historia viva. Aunque duela. Aunque te arranquen a tus criaturas de las manos. Aunque las galaxias lejanas terminen siendo también galaxias ajenas.

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