Jeanne Goursaud: de ninfa erótica a heroína sideral en Extraterritorial (Netflix)

Jeanne Goursaud: de ninfa erótica a heroína sideral en Extraterritorial

Hay en el cuerpo de jeanne goursaud una alquimia difícil de aprehender, una vibración estética que trasciende el mero atractivo físico para situarse en una zona liminal entre el erotismo y la pulsión mitológica. Su belleza, de una germanidad casi hiperbórea, ha sido desde sus inicios una materia prima que el cine ha sabido moldear con cierta reverencia. Goursaud no es simplemente una actriz hermosa; es un ícono naciente de una sensualidad ancestral, fría y dionisíaca a la vez, como si en su rostro se mezclaran las estatuas de mármol heleno con las amazonas germánicas de los viejos grabados románticos.

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Conocida por su papel en Barbarians (2020), donde encarnaba a Thusnelda con una intensidad acerada, la actriz ofrecía ya allí los primeros síntomas de una metamorfosis: del objeto de deseo ancestral a la guerrera de acero, del símbolo erótico al cuerpo combativo. No obstante, es en Extraterritorial, su más reciente incursión en la ciencia ficción de acción, donde este tránsito se consuma plenamente. La película —un híbrido estilizado entre la distopía posthumanista y el thriller físico de supervivencia— convierte a Goursaud en una suerte de amazona intergaláctica, de cuerpo atlético, mirada glacial y voluntad de acero, reconfigurando el mito de la femme fatale en clave cósmica.

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Lo erótico en Goursaud nunca ha sido una cuestión de desnudez gratuita. Su magnetismo nace de la tensión entre la presencia y el misterio, entre la exposición del cuerpo y su distancia simbólica. Hay en su figura un erotismo helado, escandinavo, que remite tanto a las ninfas prerrafaelitas como a las ciberheroínas del cine post-‘matrix’. En Extraterritorial, su vestuario táctico, su rostro endurecido por la experiencia y su cuerpo entrenado para el combate no anulan esa cualidad seductora: la transforman. Ya no es la mujer observada; es la mujer que domina el espacio, que se desplaza en gravedad cero con la misma gracia con que antes caminaba en las pasarelas de la imaginación masculina.

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La fotografía del film, cargada de azules metálicos y atmósferas neblinosas, refuerza esta dualidad: goursaud aparece iluminada como una virgen espacial en perpetua fuga, pero cada plano revela también una fisicidad intensa, muscular, sudorosa, que apela directamente al imaginario erótico del cine de acción de los años 80 —pero desde una perspectiva decididamente contemporánea y empoderada.

Es tentador trazar paralelismos con figuras icónicas como Brigitte Nielsen en Red sonja o Linda Hamilton en Terminator 2, pero Goursaud, lejos de repetir arquetipos, los subvierte. Su presencia escénica no se agota en la fuerza física ni en el atributo sexual, sino que deviene una síntesis: es carne y símbolo, deseo y amenaza, ídolo y sujeto de voluntad. En este sentido, Extraterritorial podría ser leída también como un manifiesto sobre el cuerpo femenino en el cine de género, un espacio donde el erotismo ya no es pasivo ni decorativo, sino táctico y narrativo.

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Así, jeanne goursaud se inscribe con fuerza en la nueva genealogía de heroínas que el cine europeo, en colaboración con las estéticas globales del sci-fi contemporáneo, empieza a esbozar con timidez. Su figura encarna una contradicción deliciosa: es el último suspiro de la diosa sensual y el primer grito de la guerrera sideral. Su erotismo —frío, táctico, inevitable— ya no busca ser poseído, sino imponerse como lenguaje propio. Y en esa tensión, tan visual como simbólica, reside su poder. Un poder que, desde Extraterritorial, no hará más que expandirse hacia las galaxias aún inexploradas del cine.

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