The Karate Kid (2010) y Karate Kids Legends (2025): dos secuelas sacrílegas que no profanan nada

La conversación en torno a The Karate Kid (2010) y Karate Kids Legends (2025) ha estado marcada por un tono casi inquisitorial. Se las ha tildado de sacrilegios modernos, de injurias contra el legado de Daniel LaRusso y el señor Miyagi, de productos nacidos en laboratorios de marketing sin alma ni respeto. Pero quizá —y conviene decirlo con serenidad— ese discurso no solo es injusto, sino que oculta una verdad más profunda: ambas películas no deshonran a las originales, sino que las complementan desde su propio lenguaje y su propio tiempo. Son obras hijas de otra era, sí, pero también herederas del mismo anhelo: el de transformar el combate en crecimiento y la disciplina en ternura.

El remake como espejo de la emoción

La versión de 2010, dirigida por Harald Zwart y protagonizada por Jaden Smith y Jackie Chan, fue recibida con desdén por los puristas. Se la acusó de ser un simple “refrito”, un ejercicio vacío de nostalgia. Pero bajo su superficie comercial late un blockbuster de sensibilidad genuina, moldeado con la paciencia y la emoción de quien aún cree en el cine como espectáculo visual y catarsis sentimental.

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La puesta en escena —con su luminoso Pekín, sus atardeceres saturados y su danza coreográfica entre tradición y modernidad— construye una obra que inspira más a fábula que a copia. Jackie Chan, en un registro de contención y melancolía, dota a su personaje de un dolor callado que recuerda, más que al viejo Miyagi, a los maestros cansados del cine zen. Y Jaden Smith, tan vulnerable como testarudo, convierte el aprendizaje marcial en una metáfora del crecimiento emocional, una coreografía entre lágrimas y respiración.

Lo que el público no vio —o no quiso ver— es que The Karate Kid (2010) no pretendía reemplazar el original, sino reimaginarlo como un poema visual para otra generación, más expuesta a la pantalla que al tatami. Su espectacularidad no es artificio, sino lenguaje: cada plano es una invitación a mirar el cine como ritual de belleza y emoción, no como museo del pasado.

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Legends: el golpe sin pretensión

Y luego llegó Karate Kids Legends (2025), una película que parecía nacer bajo el signo de la sospecha. “Demasiado televisiva”, “plana”, “sin alma”, decían los juicios rápidos. Pero quizá su virtud más grande reside precisamente ahí: en su ausencia de complejos. Legends no aspira a trascender ni a filosofar sobre la condición humana. Es un film que se sabe pequeño, directo, sincero, y que cumple con su más noble promesa: entretener sin molestar, emocionar sin sermonear.

Su textura, más televisiva que cinematográfica, no es defecto sino coherencia: el film pertenece a la era de las sagas continuas, de los universos compartidos y los visionados caseros. En lugar de competir con el aura mítica del original, Legends se ofrece como una expansión amable, casi familiar, pensada para las generaciones que crecieron viendo Cobra Kai y para los pequeños que descubren el karate no como mística, sino como juego.

MV5BOTYwY2M2NTctYTE4NC00YjNlLWE1Y2ItMzYwYjlhNDAwNjc0XkEyXkFqcGdeQXZ3ZXNsZXk@._V1_-1024x617 The Karate Kid (2010) y Karate Kids Legends (2025): dos secuelas sacrílegas que no profanan nada

El resultado es un film de ritmo ágil, con espíritu de matiné y un sentido del humor que reemplaza la solemnidad con ligereza. En tiempos donde el blockbuster suele disfrazar su vacío con discurso, Legends elige la honradez: no hay filosofías impostadas ni pretensiones artísticas, solo cine de energía y sonrisa, digno de esas revisitas hogareñas que llenan de nostalgia a los mayores y de asombro a los jóvenes.

Dos piezas que suman, no restan

Ambas películas, lejos de profanar, amplían el mito. Si la de 1984 fue la película de una generación que necesitaba aprender a resistir, la de 2010 fue la de una generación que necesitaba volver a sentir. Y Legends, la de 2025, es la de una época que solo pide un rato de alivio, una película que se ve sin culpa y se recuerda con cariño.

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Jaden Smith as «Dre Parker» and Jackie Chan as «Mr. Han» in Columbia Pictures’ THE KARATE KID.

La historia del cine popular está hecha de obras injustamente subestimadas, y The Karate Kid (2010) junto a Karate Kids Legends (2025) forman parte de esa estirpe. No son sacrilegios: son actos de continuidad afectiva, recordatorios de que el cine, incluso en su versión más comercial, puede seguir siendo un lugar donde la emoción encuentra su dojo.

Al fin y al cabo, como enseñaba Miyagi: no se trata solo de golpear o resistir, sino de encontrar el equilibrio. Y estas dos películas, sin ruido ni reverencias, lo han encontrado en el corazón de quienes aún saben mirar sin prejuicio.

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