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Primeras críticas de Red Sonja: ¿aventura sin complejos o un espejismo digital para la guerrera de Hyrkania?
Han pasado ya cuarenta años desde que Red Sonja irrumpiera en las salas de cine con la adaptación de 1985 protagonizada por Brigitte Nielsen, recordada más como una curiosidad fallida que como una epopeya inolvidable. Hoy, bajo la dirección de M.J. Bassett (Solomon Kane) y con Matilda Lutz en la piel de la guerrera pelirroja, la heroína de los cómics de Marvel intenta renacer.
El resultado, sin embargo, ha dividido a la crítica: para algunos se trata de una reivindicación pulp, directa y sin complejos; para otros, es apenas otro cadáver reanimado por los algoritmos del revival.
Una protagonista decidida y luchas bien coreografiadas
Jeff Ewing (Collider) reconoce que la película “se eleva tras un inicio descompensado, con una segunda mitad sólida y combates vibrantes, sostenidos por una Matilda Lutz aguerrida y un Robert Sheehan que cumple con solvencia en el rol del villano”.

Nathaniel Muir (AIPT) celebra “el colorido de la fotografía, el diseño de criaturas y varios enfrentamientos memorables. Por fin, Sonja obtiene la adaptación que merecía”. Fred Topel (UPI) aplaude la “fidelidad al espíritu original” y valora que el compromiso de Bassett “supera buena parte de las propuestas fantásticas actuales”.
Brian Eggert (Deep Focus Review), no obstante, señala un matiz esencial: junto a los méritos de la serie B encantadora, el diseño de producción funcional y unos efectos prácticos eficaces, sobrevuelan “unas imágenes digitales poco agraciadas que nunca logran integrarse en la textura física de la puesta en escena”.
El encanto pulp… y las costuras visibles
Otros críticos asumen la película como lo que es: un divertimento irregular con cierto sabor a tebeo. Brent McKnight (The Last Thing I See) recomienda mirar más allá de sus fallas: “Hay entretenimiento, emoción y hasta momentos absurdos que funcionan mejor de lo esperado”.
Casey Chong (Casey’s Movie Mania) la define como “una cinta correcta de espada y brujería con una protagonista entregada”, mientras que Ed Travis (Cinapse) va más lejos: “Una de las películas de acción más disfrutables de 2025”.

Cuando la épica se diluye en píxeles
Pero no todos han caído bajo el embrujo de Sonja. Mary Kassel (Screen Rant) lamenta que “la película falla en lo esencial: contar una historia que importe”. Phil Walsh (Geek Vibes Nation) percibe un metraje errático, “recordándonos por qué algunas leyendas no necesitan actualización”. Mike McGranaghan (Aisle Seat) la tacha de “el peor tipo de parodia involuntaria”, mientras que Justin Kim (Loud and Clear Reviews) sentencia: “una adaptación que ni es fiel ni entretiene”.
El peruano Sebastián Zavala Kahn (Me gusta el cine) apunta con dureza al nivel de producción: “Un presupuesto insuficiente, un guion de lugares comunes y unas secuencias de acción que parecen renderizadas más que filmadas”.
Y aquí se concentra el verdadero problema de esta Red Sonja: su textura digital. El exceso de CGI, la luz artificial que aplana los rostros, el croma disfrazado de horizonte, terminan por arrebatar a la guerrera todo aquello que la hacía física, terrenal y brutal en la imaginación de Robert E. Howard. Lo que debería ser sangre, sudor y tierra se convierte en píxeles pulidos, en imágenes que parecen más un videojuego a medio cocinar que una aventura con peso y riesgo.
Entre el homenaje y el déjà vu
Rodada parcialmente en exteriores y salpicada de guiños al cómic —incluido el célebre bikini, convertido aquí en chiste autorreferencial—, la cinta despliega cíclopes, escorpiones gigantes y gestos de empoderamiento. Sin embargo, su tono oscila entre la aventura pulp y una épica que nunca termina de consolidarse.
En definitiva, esta nueva Red Sonja cabalga entre el homenaje y la parodia, entre el deseo de recuperar la rudeza fantástica de los 80 y la obsesión contemporánea por la corrección digital. A medio camino entre Gladiator, el pulp de Howard y la serie B musculosa de antaño, la película propone un viaje irregular que entusiasmará a unos y exasperará a otros.
El destino de la guerrera de Hyrkania, como siempre, dependerá del público: si está dispuesto a aceptar que su acero ahora brilla menos por el filo que por el filtro digital.
La espada sin alma: el tráiler de Red Sonja y el eterno retorno del cine clónico
Hay algo trágico en el destino de Red Sonja. Cada vez que su nombre resurge, empuñado como promesa de acero y nostalgia, el público de cierto linaje —el que aún huele a celuloide y a polvo de biblioteca pulp— se ilusiona con una visión ardiente: el retorno de la barbarie sensual, la selva metálica de la era hiboria, el grito feroz de una heroína de fuego. Pero basta un clic, un tráiler, un parpadeo… y todo se desvanece en otra cascada de píxeles digitales, coreografías de videojuego y frases huecas con guiño final para que el algoritmo no se enfade.
El nuevo tráiler de Red Sonja, más que una llamada al combate, parece un simulacro renderizado de algo que alguna vez fue carne, sudor y acero. En lugar de sangre espesa, hay neones líquidos. En lugar de músculo filmado con sol natural, hay una piel sintética envuelta en bruma de posproducción. La espada, antaño símbolo de crudeza, hoy no pesa ni deja huella. Suena, sí, metálica y gloriosa… pero lo hace en Dolby Atmos, no en el alma.

Y luego están las peleas. Ah, las coreografías de artes marciales genéricas, esas que parecen haber sido recicladas de algún spin-off de John Wick o de una entrega olvidada de Fast & Furious ambientada en el desierto. Saltos imposibles, cuchilladas como piruetas gimnásticas y un montaje que corta más que la espada de la protagonista. Lo que en Conan era brutalidad y gravedad, aquí se convierte en una danza ligera sin tierra bajo los pies. Como si Red Sonja ya no cabalgara caballos, sino que surcara renders.
Y, por supuesto, no podía faltar el remate fatídico del tráiler moderno: la gracieta final. Ese momento de comedia autoindulgente insertado justo cuando los títulos emergen, como si el público globalizado y adormecido necesitara reír para aprobar el visionado. Una bromita, un gesto de “ey, no nos tomamos en serio”, por si acaso alguien pensaba que esto era algo con peso, con voluntad artística o siquiera con una pizca de mística. Es Marvel para todo, Deadpool en cada sombra, una epidemia tonal que ha domesticado hasta a la diosa guerrera del cómic.
Lo triste no es solo lo que muestra este tráiler, sino lo que anuncia: otra película clónica, nacida del molde universal de la industria contemporánea. La misma curva dramática, los mismos filtros visuales, los mismos arquetipos desgastados, el mismo miedo a la solemnidad, a la sangre, al silencio. El mismo sistema de franquicias que mastica mitologías y las devuelve en forma de snacks emocionales para plataformas de streaming.
Red Sonja merecía otra cosa. Merecía polvo y óxido, grano fílmico y violencia ritual. Merecía erotismo sin ironía, gestos sin necesidad de explicación, y una cámara que supiera oler el cuero de una guerrera y no solo iluminar su contorno digital. Merecía sudar, sangrar, brillar con sol real sobre espadas reales. Pero en lugar de eso, lo que tenemos es otro producto para consumo rápido, otra aventura genérica con alma prestada y piel sintética.
Quizá algún día, alguien —un loco, un visionario, un hereje del algoritmo— recupere a Sonja como lo que fue: mito, carne, furia y fuego. Hasta entonces, tendremos que conformarnos con verla desfilar en tráilers sin alma, bailando entre píxeles, haciendo chistes de cierre y soñando, apenas, con una épica que ya no es.
En una época en que el cine de espada y brujería ha sido domesticado por el cinismo digital y el pudor programático de las superproducciones, la elección de Matilda Anna Ingrid Lutz como protagonista de la nueva Red sonja promete una revuelta sensual, un retorno al cuerpo como epicentro simbólico y mítico del relato. No se trata sólo de una elección de casting, sino de una declaración de intenciones: devolver a la figura de la guerrera su ambigüedad ancestral, su poder táctil, su fulgor erótico.
Lutz —cuyo cuerpo ya ha sido filmado como campo de batalla y templo del deseo en Revenge (Coralie Fargeat, 2017)— no encarna simplemente a una heroína, sino que reencarna una figura arquetípica: la amazona herida, la sacerdotisa de la sangre, la mujer armada cuyo cuerpo no es sólo herramienta de combate, sino también promesa de una dimensión sensual que desborda el encuadre. En ella, el deseo no es adorno ni distracción narrativa, sino estructura misma del mito. El personaje de Red sonja, concebido originalmente como una figura liminal entre la barbarie y la voluptuosidad, encuentra en la presencia física de Lutz su más orgánica continuación.

El erotismo de esta nueva Red sonja no debe entenderse como exposición gratuita ni como concesión al ojo masculino, sino como una recuperación estética de un linaje iconográfico olvidado. Desde Barbarella hasta She, pasando por las cintas italianas de espada y magia de los años ochenta, el cuerpo femenino en estos relatos nunca fue solamente objeto: fue símbolo de resistencia, de sexualidad armada, de peligro. El posible desnudo de Lutz en este contexto no sería una concesión, sino una consagración. Una liturgia pagana. El cuerpo de la guerrera no se ofrece: se exhibe como trofeo, como cicatriz, como emblema.
Matilda Lutz posee esa rara cualidad que no se construye ni con dietas ni con entrenamientos: una corporalidad consciente, una forma de habitar la carne con gravedad, con densidad simbólica. Su piel, más que un límite, es una interfaz entre el deseo del espectador y el mundo arcaico que la película pretende convocar. Hay en su mirada una tristeza antigua, en su andar una violencia contenida, y en sus gestos una tensión erótica que no necesita ser explícita para ser devastadora.

Si los cineastas tienen el coraje de filmar su cuerpo no como apéndice del guion, sino como texto central —incluyendo, si lo exigen el tono y la verdad del relato, la posibilidad de un desnudo frontal—, Red sonja podría devenir algo más que una aventura de capa y espada: podría ser una resurrección del cine erótico-fantástico como mito vivo. Una película donde el acero brille tanto como la piel, donde la sangre y el sudor sean vectores del deseo, y donde la carne heroica vuelva a ocupar su trono en el imaginario colectivo.
Matilda Lutz, si se le concede ese espacio, no interpretará simplemente a Red sonja. La encarnará. Y lo hará con la fuerza de una diosa pagana que sabe que su desnudez no la debilita, sino que la corona. Porque el cuerpo, cuando está filmado con verdad, se convierte en mito.

Mitología visual: referentes para un erotismo bárbaro en Red sonja
Para que esta nueva Red sonja encarnada por Matilda Lutz adquiera la dimensión plástica y erótica que sugiere su potencial, es imprescindible invocar una constelación de influencias que nutran tanto su cuerpo como su mundo. No hablamos de homenajes vacíos ni de intertextualidades manieristas, sino de un linaje visual que ha sabido fundir erotismo, violencia y misticismo en una sola imagen cargada de potencia mitológica.
Uno de los primeros pilares es el cine de sword & sorcery italiano de los años ochenta: títulos como Ator, el poderoso (1982), The beastmaster (1982) o Conquest (1983) de Lucio fulci, donde la neblina constante, la piel húmeda y los cuerpos semidesnudos envueltos en cuero y sangre generaban una atmósfera erótica que trascendía el género. Estas obras, filmadas con recursos mínimos pero una convicción estética total, ofrecían una textura física —a veces sucia, a veces sublime— que el cine digital contemporáneo ha abandonado en favor de una asepsia inerte.

A esta tradición habría que sumar el imaginario gráfico de Frank Frazetta, sin el cual Red sonja simplemente no existiría. Sus ilustraciones no pintaban mujeres: esculpían diosas bárbaras. Los cuerpos femeninos en Frazetta no estaban diseñados para el confort visual masculino, sino para encarnar lo sublime, lo terrible, lo indomable. La heroína que surge de sus pinceles es pura carne sagrada: pálida, musculada, vulnerable y letal. Una estética que, si se traslada a pantalla con la carne real de Lutz —sin armaduras de plástico ni corrección digital—, podría resultar devastadora.
En cuanto a referentes modernos, el cine de Gaspar Noé ofrece una forma de filmar el cuerpo femenino que no es complaciente, sino brutalmente honesta, casi sacrificial. Imaginar una red sonja con la fisicidad violenta de climax (2018), el cuerpo entregado de Love (2015), o la iluminación febril de Enter the void (2009), supondría restituir al erotismo su capacidad de herir, de perturbar, de inscribir al espectador en una experiencia sensorial.

Asimismo, el erotismo tribal de Apocalypto (Mel Gibson, 2006) y la textura sucia, sanguínea, casi táctil de sus escenas de persecución, ofrecen una ruta para entender cómo el cuerpo puede convertirse en territorio, en amenaza, en profecía. Imágenes de cuerpos sudados, piel marcada por el barro y la batalla, miradas que no seducen sino que desafían… ese es el erotismo que red sonja merece: uno que no distrae, sino que es columna vertebral del mundo que habita.
Finalmente, no puede dejar de citarse a verhoeven, particularmente en Flesh+blood (1985), donde el erotismo y la violencia no son opuestos, sino partes de un mismo sistema de verdad. En esa cinta, como en la mejor tradición bárbara, el deseo se mezcla con la peste, con la carne y con la muerte. Así debería ser el universo de Red sonja: un lugar donde el cuerpo de Lutz no esté filmado como adorno, sino como arma, como mapa, como mito.

Si esta Red sonja se atreve a mirar hacia estos referentes, si comprende que el erotismo no es debilidad sino lenguaje visual y político, entonces matilda lutz no solo será protagonista de una nueva película. Será la encarnación de un mito que el cine contemporáneo necesita desesperadamente: una mujer que no teme mostrar su cuerpo porque sabe que su carne es historia, destino y furia. Ver, comprar o descargar ‘Red Sonja’ (2025) torrent
