LA MUJER DEL CUADRO

Rodada por Lang un año antes que su otra obra maestra del periplo estadounidense «Perversidad».El profesor de psicología Richard Wanley (Edward G. Robinson) se encuentra de pronto cautivado por el retrato de una bella joven expuesto en un escaparate contiguo al club social al que suele a acudir. Sin darle más importancia acudirá al club donde se reunirá con sus amigos. Ahora esta obra maestra del cine clásico llega gratis a Cinematte Flix.


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Texto escrito por Pilar Roldán Usó para elespectadorimaginario.com

Entre la producción cinematográfica excepcional que se creó en Estados Unidos en 1944, a pesar de la existencia de la Segunda Guerra Mundial, con obras de la calidad de Laura (Otto Preminger), Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder), Tener y no tener (To Have and Have Not, Howard Hawks) o Luz que agoniza (Gaslight, George Cukor), se encuentra esta película del director de origen austríaco, Fritz Lang, encuadrada en la época del cine negro de esa década.
El filme está basado en una novela de J.H. Wallis, Once Off Guard, aunque se va apartando de la misma, aligerando asesinatos y ofreciendo un final que, además de sorprender, sirve para adecuar la historia al gusto del público y ética del momento, con moralina incluida.


El protagonista, Richard Wanley, interpretado por Edward G. Robinson, encarna a un profesor de psicología de la Universidad de Gothem, en Nueva York, que en la primera escena se está ocupando de explicar a sus alumnos las diferencias por muertes provocadas, haciendo las oportunas distinciones en las categorías y grados de culpabilidad entre homicidio o asesinato, destacando igualmente las posibles atenuantes o eximentes en su realización, como podría ser la legítima defensa. Wanley, obligado a permanecer en la ciudad por razones laborales, se despide de su mujer y sus dos hijos que marchan de vacaciones y acude a su habitual club social para cenar con un par de amigos. Precisamente, en el edificio contiguo, se topa con un escaparate que exhibe el cuadro del retrato de una bella mujer, al que permanece contemplando embelesado, hasta que le sorprende la llegada de sus compañeros de velada, que la inician lamentándose de su entrada en la mediana edad, con sueños, proyectos y deseos sexuales que todavía se sostienen en fuerza pero no en espíritu o, probablemente, será al revés y no hayan terminado de darse cuenta.


Con el transcurso de la película, van apareciendo los indispensables del cine negro, la mujer fatal, Alice Reed, interpretada por Joan Bennett; los inevitables cadáveres o asesinatos; el chantaje; el suicidio; los objetos del crimen o huellas dejadas en su comisión, como tijeras, bolígrafos, sombreros o pistas que delatan el número de tamaño del zapato, el peso del individuo e, incluso, su pertenencia a una clase social determinada. El tiempo, reflejado en distintos relojes que nos va dando la hora exacta de los acontecimientos, está presente en todo momento, y no falta tampoco la intensa lluvia que anuncia la tormenta de acontecimientos, todo ello rodeado de una fotografía oscura, prácticamente nocturna, incluso la que se desarrolla en exteriores, con sombras y abundantes contrastes y claroscuros. El punto de vista narrativo del filme sigue las acciones de Edward G. Robinson en la mayoría de escenas, excepto en tres momentos finales en los que no está presente, y el protagonismo se traslada a una Joan Bennett, que si bien hemos denominado mujer fatal, comparada con otros ejemplos del género, hasta parece la hermana de la caridad. Por cierto, no echamos de menos la misoginia habitual de la época, con una frase del fiscal del distrito, que ante una sospechosa, exclama que seguro que tiene algo sobre su conciencia, porque, ¿qué mujer no lo tiene?


Lo que parece que sobresale y pone especial atención en el filme su realizador, es situar el punto de mira en la psicología de los personajes, en la doble moral existente entre lo que se considera ético, lo que se encuentra dentro de la ley y el orden, y los deseos internos, confesables o no, que chocan con los primeros y los hacen tambalearse o, sencillamente, derrumbarse a las primeras de cambio. También es destacable la diferenciación que se aprecia entre teoría y práctica, entre lo que es y debe hacerse, y lo que realmente uno es capaz de realizar cuando intervienen elementos o factores exógenos incontrolables, que pueden impulsarnos a actuar de una forma que previamente concebiríamos como inaceptable, y todo porque lo que, en definitiva predomina, es el propio egoísmo, mi yo, mi estabilidad, mi trabajo, mi prestigio y, claro, también mis hijos y mi familia.

La puesta en escena es sobria, directa, con planos de escalas diversas y travellings laterales, y en todo fotograma se aporta algún dato con significación en el argumento, eliminándose todo lo irrelevante, incluso se evita cualquier sobreactuación de los actores, cuyas expresiones se adecuan a lo estrictamente necesario para dotar de contenido dramático sus relaciones e ir enturbiando y llenando de veneno el ambiente, mientras se va cerrando el círculo, hasta hacerlo irrespirable. La tensión que va creando Fritz Lang con el desarrollo de la trama mezcla los intentos de salvar el hábitat propio, el evitar la ruina personal, y no nos referimos a la económica, con los remordimientos de conciencia que indudablemente van apareciendo. Puede también vislumbrarse la inquietud de Lang de acercarse a la controvertida cuestión de la infalibilidad de la justicia, con errores que pueden ser irreversibles, especialmente, en los casos de pena de muerte, condena a cuya aplicación era, el director, abiertamente contrario. Estos últimos aspectos quedan bastante difuminados, acaso por cuestiones de censura, aunque sí están presentes en su filmografía, en películas como Furia (1936), Sólo se vive una vez (You Only Live Once, 1937), o Más allá de la duda (Beyond a Reasonable Doubt, 1956).


Por último, no queremos dejar pasar algún otro detalle sobresaliente. En primer lugar, no se pierdan y fíjense en la cara de asombro y alucinación de uno de los cadáveres cuando es trasladado. También es destacable el tinte racista que se observa cuando un policía detiene al protagonista por no llevar las luces del automóvil encendidas, y no le es suficiente como identificación la licencia de conducir, al ser su apellido de origen polaco; y concluimos con una escena, tratada con verdadera ironía: las imágenes del niño explorador que encuentra un desaparecido, y con ello obtiene una recompensa, la cual afirma que destinará, en primer lugar, a enviar a su hermano pequeño a una buena universidad y, en segundo término (entendemos que no necesariamente por ese orden), a costear sus estudios en la Universidad de Harvard.

La estética del film no podía ser más negra. Lang trabaja con unos encuadres opresivos, de cierta influencia expresionista, y con unos excelentes movimientos de cámara de gran amplitud. La fotografía obra de Milton Krasner, construye un sórdido ambiente mediante el uso del factor climático (fuertes lluvias) y el contraste campo ciudad tan característico del “film noir”. Atención especial, para las secuencias referidas a los relojes de Lang (obsesión por el irremediable paso del tiempo hacia un trágico desenlace) Edward G. Robinson planta cara en esta ocasión a un difícil papel como Wanley, una persona inconformista que sueña con vivir alguna aventura que revitalice su existencia. Por otro lado Joan Bennett interpreta a una mujer sin suerte, relacionada con ambientes poco recomendables, que se llega a enamorar de Wanley, en el que encuentra al hombre ideal para mantener un romance formal. El resto de secundarios Raymond Massey, Dan Duryea, Edmund Breon cumple con creces su labor. La banda sonora de Arthur Lange, ensalza agudas, pero muy cuidadas composiciones de viento y cuerda muy bien acompasadas con el ritmo del guión.Excelente film negro de finales de la segunda guerra mundial, que cuenta con numerosas virtudes y escasos defectos. Recomendable si se quiere visionar una buena película llena de suspense y tensión. 

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