Gareth Edwards, en su más reciente incursión jurásica, vuelve a desplegar su brújula creativa apuntando hacia el pasado, pero sin encontrar nunca un verdadero norte propio. Si en Rogue One intentó caminar por la senda marcada por George Lucas, quedándose a las puertas de un estilo que pudiera reclamar como suyo, ahora, con Jurassic world: el renacer, ha decidido transitar el camino de Steven Spielberg… para quedarse aún más lejos. Y lo paradójico es que, en esta ocasión, contaba con un arsenal narrativo privilegiado: el guion de David Koepp, salpicado de secuencias con potencial para ser inolvidables.
Sin embargo, Edwards prefiere la imitación al riesgo, y en ese espejismo de homenajear se diluye su voz. Quizás haya sido en The Creator donde más cerca estuvo de una auténtica autonomía artística, pero aquí su mano se siente contenida, encorsetada, quizá por su propia prudencia o, más llanamente, por miedo.
A esta deriva se suma la imposición tonal de un estudio que parece incapaz de confiar en una identidad única. El filme oscila entre ráfagas de dramatismo, apuntes de terror y destellos de gore, para luego rebajar la temperatura con chistes torpes y humor de manual “Marvel”. El resultado es un producto que intenta abarcar dos sensibilidades opuestas y se instala, otra vez, en la temida tierra de nadie.

El mayor pecado, sin embargo, es la pérdida de la magia que antaño definía el espectáculo. En los ochenta, un Aliens, el regreso te deslumbraba por partida doble: primero, por la magnificencia imposible de lo que mostraba —una reina alienígena de ocho metros enfrentándose a Ripley— y, después, por el vértigo de preguntarte cómo demonios lo habían hecho. Esa alquimia entre ilusión y artesanía se ha evaporado. El prólogo de Jurassic world: el renacer lo evidencia con crudeza: un helicóptero digital, sobrevolando una selva digital… y con ello, la certeza de que nada de lo que veremos habrá tocado el mundo real.
No todo, sin embargo, se hunde en la uniformidad del CGI. Hay momentos aislados donde la película camina bien: ataques de dinosaurios con ideas visuales genuinas, algún tramo de montaje que recupera el pulso spielbergiano y un ritmo que, al menos, entretiene. El renacer es, en definitiva, una película decente, incluso funcional como entretenimiento, pero también un recordatorio amargo de lo que pudo haber sido si la producción hubiera cedido espacio al riesgo, si Edwards hubiera reclamado su voz… y si la magia de la artesanía cinematográfica no hubiese sido devorada por la monotonía digital.