El reino del planeta de los simios: la brújula de integridad que debe guiar a The legend of zelda

Hay algo profundamente alentador en El reino del planeta de los simios (2024): en medio del ruido ensordecedor de las franquicias tratadas como simples parques temáticos para algoritmos, Wes Ball logró lo improbable. Su película —un blockbuster apadrinado por Fox bajo el paraguas de Disney— se mantuvo imperturbable en su tono, como una catedral erguida frente a la tormenta de la complacencia. En sus más de dos horas de metraje, no hay ni una sola escena diseñada como guiño barato para provocar risas automáticas o memes fugaces. No hay paréntesis cómicos que rompan la gravedad de la narración. Ball, con un temple casi quijotesco, demostró que el cine comercial aún puede respetar a su público y al mundo que construye.

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Esa seriedad no es frialdad: es respeto. El reino del planeta de los simios muestra solemnidad y aventura sin convertirse en un mármol inerte. Su universo, lleno de ruinas que parecen susurrar tragedias antiguas y de simios cuyos ojos expresan más humanidad que muchos protagonistas humanos del cine reciente, se construye con un cuidado casi artesanal. La fotografía y los efectos visuales —sobrios, texturados, con esa pátina de mundo vivido que evita el plástico digital tan habitual en Disney— permiten al espectador sumergirse en un relato que nunca subestima su inteligencia.

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Wes Ball, que debutó con El corredor del laberinto, aquí alcanza una madurez notable. Su cámara no busca el deslumbramiento gratuito, sino la épica genuina. La tensión dramática es constante, pero jamás sensacionalista. Los momentos de acción —trepidantes, bellamente coreografiados— no se sienten como clips prefabricados para redes sociales, sino como piezas orgánicas de un relato que cree en el peso de sus personajes y en la gravedad de sus decisiones.

Este logro tiene un peso inmenso como referencia para The Legend of Zelda (2027). Si la franquicia de Nintendo exige algo, es exactamente eso: una convicción absoluta en su propio mito. Zelda no puede permitirse convertirse en un pastiche de chistes autorreferenciales ni en un desfile de nostalgia hueca. La saga que nos ha dado paisajes como Hyrule, melodías eternas como el “Zelda’s Lullaby” y héroes que se enfrentan al destino con una espada y un silencio obstinado merece la misma reverencia que Ball mostró hacia los simios y su mundo.

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(L-R): Raka (played by Peter Macon), Noa (played by Owen Teague) , and Freya Allan as Nova in 20th Century Studios’ KINGDOM OF THE PLANET OF THE APES. Photo courtesy of 20th Century Studios. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Lo más valioso de El reino del planeta de los simios es su integridad frente al coloso corporativo. En una era donde los grandes estudios parecen obedecer a comités de accionistas más que a narradores, Ball probó que es posible resistir. Si pudo sostener ese temple bajo el escrutinio de Disney, ¿por qué no imaginar que podría darle a Hyrule la grandeza que merece? Si The Legend of Zelda sigue este ejemplo, veremos no solo una adaptación cuidada, sino una película capaz de devolver al blockbuster la dignidad que a veces parece haber perdido.

Wes Ball, en 2024, no hizo solo una buena película de simios: plantó una bandera. Y esa bandera ondea ahora sobre los cielos de Hyrule, recordándonos que la seriedad —cuando nace del respeto y la pasión— puede ser la forma más pura de amor al mito.

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