Disney, después de varios años destrozando a dentelladas la esencia de Star Wars, ha decidido que el woke ya no vende camisetas. La nueva moda es otra: disfrazar de “cine adulto” lo que en realidad no pasa de ser un teatrillo de baratillo, con adolescentes barbudos que se creen cinéfilos porque han visto media hora de Andor sin bostezar.
La nueva trilogía correrá a cargo de Simon Kinberg, ese hombre que jura haber dormido de niño con un Halcón Milenario de Lego en el pecho, pero que ahora ha decidido pilotar la nave hacia el abismo del tedio. ¿Su inspiración? No, no es el ritmo febril del western espacial de Lucas, ni la magia mística de la Fuerza, ni la aventura de capa y espada entre planetas. Su inspiración es Tony Gilroy y su Andor, esa serie que algunos iluminados pretenden vender como la nueva Ciudadano Kane cuando en realidad no es más que Rebelión en la granja contada por el funcionario más gris del Ministerio de Hacienda.
El plan es sencillo: hacer creer a los cuatro pardillos que van al cine que están ante un relato profundo, y convencer a los inversores (aún más ingenuos) de que Disney está fabricando su propia 2001: Odisea en el espacio. Y mientras tanto, el público que pide Star Wars de verdad —la ópera espacial, el espectáculo pirotécnico, la aventura que no pide perdón por ser divertida— quedará abandonado en una esquina, como si querer disfrutar fuese un delito.

George Lucas lo entendió en los 70: no hacía falta psicología barata ni discursos de sobremesa. Bastaba con espectáculo, ritmo clásico, duelos de sables, persecuciones en el hiperespacio y un mito eterno. Incluso J. J. Abrams, con El despertar de la Fuerza, supo devolver algo de esa chispa: divertir sin complejos, emocionar sin excusas.
Pero ahora Disney quiere vender la adolescencia como madurez. Y así, en lugar de aventuras, tendremos reuniones de comité. En lugar de magia, burocracia. En lugar de héroes, burócratas con monólogos eternos. Eso sí, todo barnizado con el falso prestigio del “cine serio” para que los modernos del festival de Sundance puedan hinchar el pecho en Twitter.
En resumen: Disney no abandona el woke para regresar a la esencia de Star Wars. Lo abandona para meterse en un callejón aún más triste: el de los adolescentes pretenciosos que confunden aburrimiento con arte.
Una galaxia muy, muy lejana se hizo grande con espectáculo. Convertirla en un club de lectura adolescente disfrazado de saga épica es, sencillamente, la última gran traición.