Qué es IMAX: el formato que fascina a Nolan, Villeneuve y a los arquitectos de lo imposible

Cuando hablamos de IMAX no hablamos simplemente de “una pantalla más grande”, sino de una experiencia total, de un ritual cinematográfico pensado para sumergir al espectador en imágenes que parecen no caber en los límites de lo humano. Desde hace más de medio siglo, IMAX representa la cúspide de la proyección fílmica, atrayendo a cineastas de la talla de Christopher Nolan o Denis Villeneuve, que lo utilizan como un lienzo descomunal para sus visiones.

Un origen monumental

IMAX nació en 1968 en Canadá gracias a Graeme Ferguson, Roman Kroitor, Robert Kerr y William C. Shaw. Su propio nombre —acrónimo de Image Maximum— resume el propósito: ofrecer la experiencia definitiva. La primera variante, IMAX GT, desplegaba pantallas de hasta 18 por 24 metros, con relaciones de aspecto de 1.43:1 o 1.90:1, una ventana colosal donde la imagen podía desplegarse sin concesiones.

La diferencia no era solo de tamaño. Una película de 15 perforaciones por 70 mm (15/70) multiplicaba por tres la definición del 70 mm y por diez la del 35 mm. Un solo rollo de 45 minutos podía pesar más de 140 kilos y medir 4,5 kilómetros. Para proyectarlo hubo que diseñar máquinas específicas, capaces de pasar la película en horizontal y aprovechar al máximo cada fotograma.

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Una sala convertida en templo

El propio diseño de las salas IMAX responde a esa ambición monumental. La inclinación del graderío, de hasta 30º, acerca al espectador a la pantalla y elimina los obstáculos visuales. El resultado es una experiencia de inmersión casi física: no se contempla la película, se entra en ella.

Con el tiempo, el formato se adaptó para poder instalarse en cines convencionales (IMAX SR), sacrificando parte de su grandiosidad pero democratizando la experiencia. Sin embargo, las salas construidas expresamente para IMAX siguen siendo los auténticos templos del formato.

Los directores que lo han elevado al mito

Christopher Nolan se convirtió en su apóstol más visible. The Dark Knight, Interstellar, Tenet y Oppenheimer han utilizado las cámaras IMAX no solo como herramienta técnica, sino como declaración artística. Villeneuve, por su parte, convirtió Dune y Dune: Parte Dos en auténticos desiertos inmersivos donde cada grano de arena parecía tangible. Joseph Kosinski llevó la adrenalina al límite en Top Gun: Maverick, donde la cabina de un caza se transformaba en una montaña rusa visual.

El formato no está exento de limitaciones: las cámaras son enormes, pesadas y ruidosas, hasta el punto de obligar a doblar diálogos en posproducción. Pero para cineastas obsesionados con la experiencia sensorial absoluta, ese sacrificio se vuelve irrelevante.

IMAX en casa y más allá

Incluso en la intimidad doméstica, IMAX deja su huella. En ediciones Blu-ray o en plataformas de streaming, las escenas rodadas con cámaras IMAX eliminan las franjas negras y expanden la imagen hasta el límite del televisor. Aunque el resultado jamás será comparable al de una sala, la diferencia sigue siendo perceptible.

La compañía también ha coqueteado con otras vertientes —IMAX 3D, IMAX VR— más experimentales que comerciales, pero que evidencian su afán por empujar la frontera de lo posible.

La pantalla más grande del mundo

Quien desee contemplar la apoteosis del formato debe viajar a Alemania, al Traumpalast Leonberg, cuya pantalla de 38,8 por 21 metros es la mayor jamás instalada. Allí, el rostro de un actor se convierte en un paisaje y cada gesto humano adquiere proporciones mitológicas.


IMAX no es solo una tecnología: es un recordatorio de lo que el cine puede ser cuando deja de conformarse con entretener y se atreve a desbordar. Es, en esencia, el intento más cercano de transformar la sala en un universo entero, donde la oscuridad se abre y la imagen devora al espectador.

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