Dos renegados (1989): el espejismo tardío de una fórmula extenuada

Dos renegados (1989): el espejismo tardío de una fórmula extenuada

En Dos renegados (título original: Renegades), Jack Sholder, director de culto por méritos anteriores como Hidden (1987), intenta reavivar la chispa del cine de acción ochentero cuando ya los años 80 tocaban su ocaso. La película —protagonizada por Kiefer Sutherland y Lou Diamond Phillips— se presenta como una buddy movie entre un joven policía rebelde y un indígena lakota con cuentas pendientes. Sin embargo, lo que promete ser una amalgama de tensión cultural, acción urbana y redención espiritual termina por perderse en los engranajes predecibles de una industria que empezaba a mutar hacia otros ritmos y sensibilidades.

MV5BNDkxYjY3YWQtOGUxMi00ZGE0LThkM2QtNTNhMmYwYmJhNzAyXkEyXkFqcGc@._V1_-700x1024 Dos renegados (1989): el espejismo tardío de una fórmula extenuada

Una forma sin alma

A primera vista, Dos renegados parece cumplir todos los requisitos para convertirse en una cinta de culto menor: estética urbana de neón apagado, violencia seca, códigos de honor entre hombres solitarios y una cierta voluntad de diálogo intercultural. Pero lo que se ofrece es más pose que esencia, más check-list de arquetipos que profundidad emocional. Ni la relación entre los dos protagonistas logra despegar con autenticidad, ni el conflicto con la mafia urbana que los persigue alcanza niveles de tensión memorables.

Jack Sholder rueda con profesionalidad, sí, pero sin ese aliento punk, lírico o ultraviolento que otros contemporáneos supieron insuflarle a sus películas de la época. Comparado con Calles de fuego de Walter Hill, 48 horas, o incluso Límite: 48 horas, este film parece quedarse a medio camino entre todas sus influencias, sin absorber del todo ni el estilo, ni la emoción, ni el comentario social.

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Entre el western urbano y el exotismo de escaparate

La inclusión de un personaje indígena, interpretado por Phillips, pudo haber sido una oportunidad para explorar temas de identidad, desarraigo y memoria cultural. Pero el guion opta por lo superficial, limitándose a usar su trasfondo étnico como un toque exótico más en una trama de venganza reciclada. Es un western moderno sin el lirismo crepuscular, un film de acción sin mordida real, una road movie sin horizonte.

El personaje de Kiefer Sutherland —cruce entre el policía desencantado y el rebelde sin causa— nunca termina de hacerse carne. Ni su arco dramático ni sus decisiones logran resonar con fuerza. Su química con Phillips es funcional, pero carente de la electricidad emocional que convirtió otras duplas del género en emblemas de una época.

Una postal sin historia

Si algo define a Dos renegados es su condición de producto de transición. No pertenece al corazón ardiente del cine ochentero, pero tampoco inaugura nada del nuevo tono que los 90 introducirían. Es una obra intermedia, un puente sin destino claro. Y quizás por eso ha quedado relegada al olvido, sin provocar culto, sin haber sido redescubierta, sin haber tocado fibra nostálgica.

MV5BMTQ4NzIyOTM3Nl5BMl5BanBnXkFtZTcwNjA4MDkwMw@@._V1_-1024x645 Dos renegados (1989): el espejismo tardío de una fórmula extenuada
Kiefer Sutherland, Lou Diamond Phillips, Jami Gertz, Robert Knepper, Bill Smitrovich

Porque, para que una película de los 80 viva en el corazón del videoclub o de la memoria cinéfila, no basta con repetir las formas: debe habitar un tono, un mundo, un imaginario. Y Dos renegados los roza, pero no los abraza.

Conclusión: el eco desvanecido de una fórmula agotada

Dos renegados es como un último trago tibio en un bar que ya empieza a cerrar. Tiene la copa, la barra, el humo y la música… pero no el alma. No es una mala película —su factura técnica es sólida y su reparto competente—, pero es de esas cintas que parecen hechas para pasar por ellas, no para quedarse en ellas. No hay frase memorable, no hay escena que arda, no hay imagen que se instale.

Quizás por eso, su destino fue el de tantas otras cintas de segunda fila: perderse entre los estantes, sin postales ni pósters, apenas como un número más en la larga lista de los que llegaron tarde al clímax de una década que supo ser pura pólvora estética.

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