Si el Mundo se halla devastado, si la raza humana está en peligro, si los pocos supervivientes se despedazan por el territorio…sólo hay algo capaz de lograr la paz.
Un arma. Pero no un arma cualquiera; se trata del Equalizer, la fuerza que disuade las injusticias a base de cañonazos y explosiones.
Se podría decir del sr. Cirio Santiago que era un tipo persistente; en 1.983, después de demostrar que nadie hacía películas como él en su Filipinas natal, se descolgó con una peripecia llamada «Stryker» directamente arrancada de la secuela de «Mad Max» y a partir de ahí se aficionaría al subgénero seguramente más que nadie en toda la década. Si lo de Leone eran los «westerns» y lo de Romero los «zombies», lo de Santiago eran las fábulas post-apocalípticas; huelga decir que hizo un buen esfuerzo con «Ruedas de Fuego», producida por Roger Corman, pero ahí debió detenerse.
Sólo un año después regresa con prácticamente el mismo equipo delante y detrás de la cámara a los páramos de su país y cambia al carismático Gary Watkins por un Richard Norton de rostro granítico y una incapacidad interpretativa que roza niveles estratosféricos; no debemos buscarle tres pies al gato, quienes le conocen ya saben a qué van a enfrentarse desde ese inicio donde vemos una estampa característica de su cine: varias facciones de combate, batallando, cual guerra de campo cualquiera, pero no sin antes advertirnos el propio film que nos hallamos en una época futura post-nuclear.
Yo, como otros muchos se han preguntado, dudo que tras una catástrofe atómica que ha hecho del Planeta un páramo, fuese tan fácil conseguir munición y gasolina para vehículos, pero esa es la base de este subgénero (y de hecho así lo muestra la obra de Miller). Quizás lo mejor de «Equalizer 2.000» es que no se nos presenta, por enésima vez, un escenario donde hay seres con poderes extraños o una guerra entre grupos armados por un bien preciado, ya sea agua o petróleo; de hecho los villanos, que se hacen llamar Los Gobernantes, cuando tienen preso al protagonista, Slade, uno de ellos coge una jarra de agua y la derrama…así que deben contar con ingentes cantidades…
Éste último huye de su propio grupo de conquistadores asesinos, y así se convierte en desertor; ese parece ser el argumento principal. A esta cacería se suma, cómo no, una mujer llamada Karen, con el físico voluptuoso e imponente de Corinne Wahl (portada del Penthouse en no pocas ocasiones), haciendo buenas migas con Slade; y así, después de media hora de personajes estereotipados y vacíos y escenas de acción tediosas y filmadas por Santiago sin ritmo alguno, sin poner una pizca de emoción frente a su cámara (que yo creo que eso debe de ser un don), aparece el objeto que da título al film.
Aparece el futuro objeto de deseo y codicia, un arma «sofisticada» multiusos perfecta para acabar con lo que sea y quien sea. El director pone a su héroe impertérrito y silente (Norton dice quizás cinco o seis frases enteras) al frente de esta historia que es un ir y venir de tropas aquí y allá, con malos muy malos, buenos muy buenos, los pertinentes romances que llevan a secuestros (como en «Ruedas de Fuego»), venganzas y la participación de una tribu de las montañas, figurando indios, trayendo recuerdos de la italiana «2.020: Los Rangers de Texas»; pero tal vez de ser la película de factoria italiana se revelaría mucho más divertida y original.
Santiago apuesta por lo mismo: mucha testosterona y aspereza en un desierto con descampados, explotaciones mineras y sus carreteras solitarias, todo ello sin alma, sin colorido ni atractivo; hay una fortaleza, pero son mayormente ruinas y decorados ya usados…tan usados como algunas secuencias de persecuciones y batallas que ya aparecían en anteriores títulos del filipino, su seña de identidad, lo que mejor sirve para colocarle como uno de los directores más mediocres y cutres de la Historia del cine. Si hay dudas observen la facilidad con que los vehículos, en plena caza, cambian de carrocería como quien cambia de peinado.
O el instante en que Lawton prende fuego a uno de sus secuaces (una manía muy sádica e incómoda, pues de un tiro también se puede acabar con alguien), y cómo de repente deja de ser un tipo desprotegido con camiseta a ser un especialista preparado para la escena (de los fallos de «raccord» más escalofriantes que mis ojos han presenciado…). La obligatoria batalla final prueba lo mal que Santiago dirige la acción; hay tiros, hay saltos y piruetas, muchas explosiones, al estilo de las series de televisión americanas de la época, pero resulta todo tan falto de espíritu que sólo provoca aburrimiento y bostezos.
Y más aún si se añade una banda sonora 100% chapucera plagada de tecladitos como la que provee Ding Achacoso (achacoso me dejó a mí después de oírla). Pero como ya he dicho uno ya sabe a lo que se expone si va a ver algo del mago de la serie «Z» filipina, no se le puede pedir más; bueno, sí: haber desnudado a Wahl como hizo con Lynda Wiesmeier en «Ruedas de Fuego» (si bien sucede algo con ella que ni siquiera un servidor se esperaba…¡a veces te da sorpresas el nativo de Manila!); por otra parte podemos ver a un jovencísimo Robert Patrick en una de sus muchas colaboraciones con el anterior antes de ponerse a las órdenes de Cameron.
Pero esto no es lo peor; ese mismo año al director se le va la cabeza y prepara un proyecto realmente ambicioso donde se mezclarán sus cruzadas post-apocalípticas con historietas de aventuras, leyendas y objetos mágicos, también con Patrick al frente: «Cazadores del Futuro».
Una psicotrópica delicia ochentera donde la originalidad le cuesta al anterior otro monumental desastre fílmico que hay que ver para creer…